Luisa, tendida en su cama, miraba el techo. De pronto, una de las tablas le preguntó: “¿Qué buscas?”. “¿Tengo que buscar algo?”, respondió, sin encontrar algo mejor que decir. “Si miras al techo es porque buscas respuestas”, replicó. Luisa tenía tantas preguntas, pero ninguna digna de hacerle a una tabla parlanchina. El corazón le latía rápido, se le nubló la vista, se iba a desmayar. Cerró los ojos. Cuando los abrió, con las palabras listas, levantó la vista para hacer la única pregunta que valía la pena, pero sólo vio tablas manchadas. Suspiró, arrepentida de haberse tomado sus medicamentos.