Sudán se independizó del Reino Unido en 1956 y fue el país más grande de África hasta su partición en 2011. Durante sus más de seis décadas como país independiente, la historia de Sudán ha estado trágicamente marcada por conflictos y líderes políticos autoritarios. Sin embargo, parecería que (al igual que en Argelia) la primavera árabe está floreciendo para el pueblo sudanés. Sin embargo, queda por ver qué camino emprenderá.
Sudán es uno de varios países africanos cuya variada identidad étnica y cultural, esta profundamente marcada por la banda del Sahel, que cruza el continente de este a oeste desde Etiopía hasta Senegal. El Sahel es la región que divide el desierto del Sahara (al norte) de los bosques selváticos (al sur). Es una frontera geográfica, cultural y agrícola que divide el norte de África y su cultura predominantemente nómada, arabizada e islámica, de África subsahariana y su cultura mayormente agrícola, étnicamente diversa y animista.
El Sahel es un cinturón que atraviesa África desde el Atlántico hasta el mar Rojo/Wikipedia |
En este sentido, Sudán (al igual que muchos otros países en África) es un país cuyas fronteras son legado del colonialismo europeo y cuyos habitantes no forman un conjunto homogéneo en varios sentidos. Es decir, un sudanés del norte del país es probablemente arabófono, de tez relativamente clara y conservador en su práctica del islam. Simultáneamente, un sudanés del sur del país probablemente habla alguna lengua local (como el dinka), es de tez oscura y practica el islam de manera menos rígida, ya que tiene influencia de otras prácticas religiosas.
Mapa de Sudán/Google Maps. |
Se podría decir que estas diferencias son visibles en muchos países, pues en Chile hay quienes hablan español y quienes hablan mapudungun, como en Suiza se habla francés, alemán e italiano. Sin embargo, en países como Nigeria, Camerún o Sudán, la cantidad de idiomas hablados se cuenta en docenas y las diferencias étnico-religiosas crean, en algunos casos, tensiones comunitarias.
En el caso de Sudán, la tensión entre el norte y el sur del país se volvió tan palpable en décadas recientes, que los propios ciudadanos del sur decidieron separarse del resto del territorio y establecer un país independiente. Fue así que, en el 2011, se estableció la república de Sudan del Sur (uno de los países más jóvenes en el mundo).
Ante este contexto, Sudan ha sido gobernado durante décadas por miembros del ejército, ya que esta institución ha sido la única del estado capaz de mantener algún grado de control sobre el vasto y diverso territorio. Lamentablemente, el militarismo histórico del gobierno junto a las alianzas que se han establecido con grupos armados en regiones remotas del país, como en Darfur, han sido una receta trágica para el respeto de los derechos humanos en el país.
Nacido en 1944 en el Sudán Anglo-egipcio, Omar al Bachir es un militar sudanés con el rango de mariscal de campo. Después de unirse al ejército nacional en 1960, uno de los primeros conflictos en los que al Bachir sirvió como joven oficial, fue en la guerra árabe-israelí de 1973. A partir de entonces, escaló en la jerarquía militar hasta convertirse en ministro de defensa en 1989, año en el que también lideró un golpe de estado contra el Presidente Ahmed al Mirghani y el Primer Ministro Sadiq al-Mahdi. Ese mismo año, el mariscal al Bachir creó el Consejo de Mando Revolucionario para la Salvación Nacional y se autoproclamó su presidente. Más adelante, en 1990, al Bachir sobrevivió un atentado de golpe de estado en su contra, lo cual lo llevó a fortalecer más aún su poder.
Hasta 1993, al Bachir dirigió Sudán como presidente del Consejo de Mando Revolucionario para la Salvación Nacional, antes de hacer una transición a una presidencia civil (en lugar de militar). Desde entonces, fue reelecto en 1996, 2000, 2010 y 2015, aunque todas estas elecciones han sido clasificadas como fraudulentas por organismos internacionales. Sin embargo, las acusaciones de corrupción no son las mas graves que pesan contra Omar al Bachir.
El expresidente de Sudán es en efecto un encausado en varios casos de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. De hecho, una de las razones por las cuales no efectuaba muchos viajes internacionales como jefe de estado, es porque desde hace años hay ordenes de captura y extradición que pesan en su contra. Por ejemplo, en junio del 2015, una corte en Sudáfrica ordenó el arresto de al Bachir mientras el entonces presidente sudanés visitaba el país en calidad de invitado, lo cual precipitó su rápida salida en avión.
Al Bachir es acusado por la Corte Penal Internacional (CPI) de haber facilitado el genocidio perpetrado por los Yanyauid en regiones de Sudán como Darfur. Al mismo tiempo, estrechó los lazos diplomáticos entre su país y gobiernos no muy democráticos como China y Rusia. De hecho, hoy día Pekín es uno de los principales socios comerciales de Sudán y uno de los principales clientes de la industria petrolera sudanesa.
El pasado 11 de abril, tras cuatro meses de manifestaciones pacíficas y multitudinarias, el ejército sudanés le dio la espalda a quien fue uno de los suyos, el mariscal y presidente al Bachir. Desde entonces, Omar al Bachir ha permanecido bajo arresto y los que antaño fueron sus asociados, ahora ocupan el poder. En primera instancia, fue el ministro de defensa, Ahmed Awad Ibn Auf, quien asumió la sucesión presidencial en Sudán, pero su cercanía al expresidente y al antiguo régimen, mantuvieron viva la llama de las protestas en las calles de Jartum (capital de Sudán), por lo cual su estancia en el poder apenas duró dos días.
Desde el 12 de abril, ha sido el general Abdel Fattah Abdelrahman Burhan quien ha ocupado el puesto de presidente del Consejo Militar Transitorio en Sudán. A pesar de que la transición política parecería ser un buen indicio para el país, probablemente el ejercito no esté totalmente dispuesto a abandonar el poder para migrar a partidos civiles, aun si se llegan a organizar elecciones democráticas.
Los años de conflicto en Sudán y las crudas historias que llevaron a la partición del país, están directamente ligados al régimen que lideró el expresidente Omar al Bachir durante tres décadas. Hoy día, si Sudán ha de tener un nuevo amanecer, el primer paso que debe tomar cualquier nuevo gobierno es el de priorizar las libertades civiles, la reparación a las victimas de años de conflictos y el esclarecimiento de la verdad en las regiones mas afectadas por años de tragedia.
Es improbable que Omar al Bachir vaya a terminar siendo extraditado y enjuiciado ante la Corte Penal Internacional, como ha sido la suerte para otros dictadores del continente. Sin embargo, más lamentable aún es que tampoco será juzgado en África o en Sudán (como sí fue juzgado el exdictador chadiano Hissene Habré en Senegal), lo cual dificultará el proceso de sanación para una nación que busca finalmente florecer durante los años por venir.