Las empresas que ofrecen internet y telefonía celular les prometen a sus clientes la “maravilla” de estar “siempre conectados”, acompañados donde quiera que vayan por una señal 4G que les permite whatsappear, twittear, hablar, chatear, navegar y compartir sus fotos… hasta en la punta del cerro más alto. Y para eso, obviamente, hay que pagar miles de pesos.
Lo que yo hice esta semana, sin embargo, fue todo lo contrario: disfruté del placer indescriptible de desconectarse. Y lo más fantástico es que se trata de un auto-servicio 100% gratuito. ¿Dónde lo aprendí? En un centro budista.
Con la compañía de José Pedro y la Malú, dos amigos periodistas, visitamos el Centro de Meditación Shambhala, ubicado en calle República de Cuba 2226 (casi esquina con Bilbao, comuna de Providencia). Nos pareció interesante ejercitar las técnicas espirituales de una cultura milenaria en busca de mayor equilibrio y paz interior. El estrés de nuestro estilo de vida occidental ha repercutido en que cada días más chilenos se interesen por las enseñanzas de Buda, ya sea abrazando esta corriente como una religión, o simplemente aprovechando sus métodos para conseguir un estado físico y mental de mayor “iluminación”.
En sánscrito las enseñanzas del budismo se llaman “Dharma”, que significa “las cosas como son”. El budismo, por lo tanto, se presenta como aquellas herramientas que permiten ver las cosas como realmente son, aquí y ahora. Por eso que la meditación es definida por los budistas como “permanecer sin esfuerzo en lo que se está”.
Fue Francisco, ingeniero de profesión, quien nos recibió en el centro Shambhala y nos enseñó a meditar con tres simples pasos:
Para meditar como un budista hay que sentarse como Buda, con las piernas cruzadas (sin exigirlas, la idea es estar cómodo), la columna recta, sin zapatos, la cabeza levemente inclinada, las manos relajadas sobre los muslos, el pecho abierto. Es de gran ayuda sentarse sobre un cojín, sobre todo para que a uno no se le duerman las piernas. Los ojos pueden permanecer abiertos o cerrados, pero Francisco nos recomendó dejar la mirada al frente, aunque sin enfocar: “Si cierras los ojos, la mente tiende a buscar estímulos en tu interior, en los pensamientos, y te distrae de la meditación. Con los ojos abiertos, en cambio, la vista permanece satisfecha (…) Con los ojos cerrados, además, corres mayor riesgo de quedarte dormido”.
Es importante no poner ningún tipo de música de relajación. ¿La razón? La mente debe trabajar “al ritmo” de la respiración. Por eso es clave que durante toda la meditación seamos conscientes de nuestras inhalaciones y exhalaciones. “Se debe intentar mantener un flujo permanente, profundo, tomando el aire en cinco tiempos y botándolo también en cinco”, nos explicó el instructor. Personalmente, el esfuerzo por respirar bien me produjo una suerte de hiperventilación placentera, me sentí un poquito “volado”, ido, con una extraña sensación de levitar.
Esta es la parte más difícil de la meditación. El óptimo es conseguir que la mente se silencie… lo que no es sinónimo de “poner la mente en blanco”. Aquí se trata de acallar los pensamientos, apagarlos, desconectar, concentrarse sólo en nuestra respiración y el flujo continuo de vida que circula por nuestro cuerpo. Es clave comprender que, para el budismo, las personas no “somos” un cuerpo, sino que “tenemos” un cuerpo, por lo tanto la experiencia espiritual es la que debe asumir el rol protagónico. “Para relajar el cuerpo están los masajes, aquí hemos venido a relajar nuestro intelecto”, nos enseñó Francisco.
Y cuando digo que se trata de algo difícil, es porque durante los 10 minutos que duró nuestra primera meditación yo pude concentrarme en mi interior apenas por algunos segundos. La mente, involuntariamente, se dispara: “dejé el auto mal estacionado”, “tengo que ir a pagar la cuenta del TV cable”, “no le avisé a mi mamá que mañana no puedo ir a almorzar a su casa”, “Antonio todavía no me paga las 20 lucas que me debe”, “¿qué pájaro será el que está cantando afuera?”… Para mi consuelo, a la Malú y José Pedro les pasó lo mismo. ¿Qué nos dijo Francisco? Que es la práctica la que hace al maestro. El secreto de la meditación budista está en “volver” permanentemente la cabeza hacia su estado de quietud: “Es como un músculo, que se puede ir entrenando”.
A pesar de nuestro “fracaso” como novatos budistas, el ejercicio valió muchísimo la pena. Me di cuenta de que basta con sacarse los zapatos y sentarse 15 minutos, en silencio, para alinear las energías internas y refrescar la mente. Ni la mejor siesta dominical logra algo así. Ooooooooom: la repetición de mantras, asimismo, puede ser de gran ayuda para enfocar la mente en vibraciones internas y desligarse del ruido externo.
Como último consejo –y quizás como buena manera de iniciarse en esta filosofía– les dejo los datos de otro centro budista, el “Camino del Diamante”, de estilo más occidental, cuyas enseñanzas apuntan precisamente a pulir una personalidad menos estresada y más en armonía con los demás.
¿Tienes un cuarto de hora para desconectar del mundo? Apaga tu celular y haz el intento. Namaste.