Una caída torpe en una calle ultra transitada, un mensaje a la persona equivocada, un like en Instagram a la foto que publicó hace tres años la persona que estabas psicopateando o tapar el baño en una casa ajena, son situaciones que nos hacen enrojecer y querer escondernos en un hoyo para no salir nunca jamás de ahí. Sin embargo, con esa vergüenza “pasajera” no tenemos nada que hacer, más que tomarlo con humor y aprender a reírnos de nosotros mismos y nuestra “mala pata”. Además, finalmente muchas de ellas se transforman en historias anecdóticas para contar en el futuro.
Pero también hay otras cosas de las que nos avergonzamos y que no las consideramos como anécdotas, sino que quedan dando vueltas dentro de nuestra cabeza por un buen tiempo... De ellas hablaremos hoy día, pues se trata de provechosas oportunidades de cambio.
La vergüenza, junto con la culpa y el orgullo, es una emoción autoconsciente, es decir, aparece cuando se produce una valoración positiva o negativa de la persona en relación con una serie de criterios acerca de lo que es una actuación adecuada en diversos ámbitos.
A diferencia de la culpa, que se centra en el comportamiento, la vergüenza está centrada en uno mismo. Por ejemplo, la vergüenza es decir "soy malo" y la culpa es pensar "hice algo mal", explica en una charla TED, la investigadora y profesora de la Universidad de Houston, Brené Brown.
El psicólogo y profesor de la Universidad de Montreal, Daniel Sznycer, dice que así como la función del dolor es evitar que dañemos nuestro propio tejido, “la función de la vergüenza es evitar que dañemos nuestras relaciones sociales o motivarnos a repararlas".
Esta emoción se desencadena por varios motivos, uno de ellos es por las creencias que todos tenemos sobre lo que es un estándar aceptable con respecto a las acciones, pensamientos y sentimientos. Y si violamos esas normas, es probable que nos sintamos avergonzados.
Por ejemplo, si vas sentado en la micro y al frente tuyo hay una persona de la tercera edad a la que no les has cedido el asiento, es probable que otra persona te lo haga notar y toda la micro se entere. Eso te puede dar vergüenza.
El ser humano se comienza a avergonzar a partir de los dos años y estamos de acuerdo con que experimentar esta emoción constantemente, no es sano, de hecho puede ser dañino y afectar nuestra autoestima.
La vergüenza puede motivar la incapacidad de hablar, actuar o pensar con claridad. Además, se la ha relacionado con síntomas como ansiedad y depresión. A nivel interpersonal, se asocia con la tendencia a retirarse socialmente, esconderse y aislarse de los demás. Esto, obviamente en los casos más extremos.
Sin embargo, al mismo tiempo hay evidencia empírica que demuestra que cuando hablamos sobre la vergüenza, no es todo negativo, ya que también tiene el potencial de generar motivación. ¿Cómo?
Con las situaciones que describimos en la introducción, no hay mucho que hacer, pero hay otras actitudes por las que sentimos vergüenza con las que afortunadamente sí podemos hacer algo. De hecho, en ciertas ocasiones esta emoción se puede convertir en el comienzo de un cambio positivo y por eso es clave intentar usarla a nuestro favor cuando sea posible.
El psicólogo polaco, Kazimierz Dąbrowski, propuso que la vergüenza podría servir para un proceso a largo plazo de cambio y crecimiento personal. Este poder constructivo de la vergüenza, se produce cuando esta es moderada y está basada en una situación específica, explica el psicólogo y profesor de la Universidad James Madison (EEUU),Gregg Henriques, quien asegura que ella tiene el potencial de guiarnos hacia la humildad, fomentar el aprendizaje y ser socialmente sensibles.
Por ejemplo, si en un ramo de la universidad cada vez que el profesor te pregunta por algo, tú no sabes qué responder, es probable que a la tercera vez que no sepas qué decir, empieces a ir mejor preparado a las clases, para no quedar en vergüenza frente atodos.
Si en las juntas con tus amigos siempre terminas borracho o haciendo el ridículo o algún tipo de escándalo, lo que ya genera rechazo dentro del grupo, puede ser una señal para comenzar a comportarse.
A veces, sentirnos un poco incómodos sobre la forma en que nos estamos comportando, puede ser un empujón para dar vuelta la situación. Y puede ser con cosas muy simples y cotidianas, como que la profesora de tu hijo te llame la atención porque es el único del curso que siempre lleva de colación comida chatarra, cuando todos intentan llevar comida saludable. Esto puede conducirte a preocuparte de que tu hijo y toda tu familia tengan una alimentación más sana, por ejemplo.
O también que en la oficina tus compañeros de trabajo comenten que eres la única persona que siempre llega tarde e inventando excusas, si te percatas de que ya es un tema en los pasillos, es probable que te caiga la teja y comiences a llegar a la hora.
Dejar en verguenza a otros o avergonzarse todo el tiempo, por creer que el resto te va a juzgar, no es sano, pero hay casos como los anteriores que se pueden transformar en un impulso para cambiar y mejorar ciertos comportamientos.