El siguiente gráfico muestra la posición de 177 países de acuerdo a dos parámetros:
- Eje horizontal: Índice de libertad económica, tabulado por The Wall Street Journal y la Heritage Foundation. Es un indicador compuesto, que considera imperio de la ley, alcance de las funciones estatales, eficiencia regulatoria y grado de apertura de los mercados.
- Eje vertical: Índice de desarrollo humano de acuerdo a la Organización de Naciones Unidas. Lo conforma la esperanza de vida, el nivel de educación y el ingreso per cápita.
Índice de libertad económica versus Índice de desarrollo humano para 177 países. Fuentes: Wall Street Journal, Heritage Foundation y Naciones Unidas |
La correlación entre ambas variables es de 0,42. Es muy improbable que sea mera coincidencia. ¿Quiere decir entonces que mayor libertad económica trae consigo mayor prosperidad material? Afirmarlo solo a partir del gráfico sería apresurado. Ya conoce el mantra de economistas y cientistas sociales: “correlación no implica causalidad”. O, si quiere lucirse con sus amigos y decirlo en latín, la falacia cum hoc ergo propter hoc, “con esto, por tanto a causa de esto”.
¿Cómo podría la correlación no deberse a causalidad? Hay tres opciones.
Causalidad inversa: puede haberla, pero en el sentido inverso. Si graficamos generación fotovoltaica y radiación solar la correlación será casi perfecta. Observándolo, alguien podría concluir entonces que la activación de los paneles aumenta la radiación, lo que constituiría un error (bastante brutal) en la asignación del sentido de la causalidad.
¿Podría un mayor índice de desarrollo humano ocasionar una liberalización de la economía? Es muy difícil imaginar cómo mejoras en la esperanza de vida, nivel de educación y/o ingreso per cápita podrían provocar tal cosa. Alguien podría sostener que mejores niveles educacionales permiten que la sociedad “por fin comprenda que el camino correcto es el de una economía libre” (por favor repare en las comillas). No obstante, esa línea argumental presupone de antemano que la libertad económica es beneficiosa, y aquí se busca justamente testearlo en base a información externa.
Presencia de un tercer factor: si tabula las mañanas que despertó con caña y lo contrasta con el tiempo que pasó lavando vasos, habrá una alta correlación. Pero ni lavar vasos ocasiona resaca ni la resaca despierta en usted deseos irrefrenables de lavar vasos. Lo que en verdad ocurre es que las noches bien regadas en alcohol –un tercer factor, distinto a los dos analizados- ocasionan ambas cosas las mañanas siguientes.
¿Qué factor externo podría a la vez liberalizar la economía y aumentar el índice de desarrollo humano? Acá es al menos concebible plantear opciones. Se podría explorar los efectos sobre ambas variables de la fortaleza de las instituciones, por ejemplo. Pero es poco plausible, y el motivo es claro: el grado de libertad económica es fundamentalmente producto de decisiones de política pública. Es el conjunto de reglas de juego a las que los países han convergido como resultado de la deliberación de generaciones de parlamentarios, estadistas y funcionarios públicos. Cuesta imaginar un factor completamente diferente a los dos citados que pueda a la vez incidir en la manera de votar de un senador y la esperanza de vida de la población.
Coincidencia: en el mundo hiperconectado en que vivimos, son tantos los análisis que se realizan en uno u otro rincón del globo que en algunos de ellos, por un simple asunto estadístico, encontraremos correlaciones altas pero espurias. Es como la lotería: parece imposible que nuestro cartón acierte justo a cada uno de los números. Ahora bien, cuando millones de personas compran cartones, alguno de ellos vivirá la (aparente) increíble coincidencia de coincidir en forma íntegra con lo que emergió en forma aleatoria de una urna de cristal. En un asombroso caso, se descubrió una correlación de 99,79% entre el gasto fiscal estadounidense en ciencia, espacio y tecnología y número de suicidios por asfixia, estrangulamiento y ahorcamiento para el periodo 1999-2009. Aceptar la inexistencia de causalidad en ese caso no requiere de ningún doctorado en estadística.
¿Podría la correlación entre libertad económica y progreso, acaso la más candente de toda la discusión política contemporánea, ser nada más que una asombrosa coincidencia?
No es imposible, pero de una manera similar a como tampoco es imposible que el asesino de Kennedy haya estado cazando perdices y se le cruzó el presidente de Estados Unidos justo al frente.
A estas tres categorías se suma la posibilidad de bidireccionalidad en la causalidad, que ocurre cuando A afecta B y al mismo tiempo B afecta A. Como poblaciones de depredadores/presas por ejemplo. Sin embargo, la bidireccionalidad no implica correlación espuria, sino solo que se sobreestima su importancia.
Dado que es muy improbable que la correlación observada sea producto de alguno de esos errores, ¿cómo probamos que existe causalidad?
En un mundo ideal, se realiza una prueba controlada aleatorizada para testear la validez de la hipótesis. Imagine que quiere averiguar si el uso de mosquiteros disminuye la incidencia de la malaria. Puede entregar mosquiteros y luego comparar como evolucionaron las cifras. Sin embargo, durante el periodo del ensayo, el resto de las variables que podrían afectar los contagios no permanecen inalteradas. En consecuencia, aún si la tasa de malaria disminuyó no puede estar seguro si atribuirlo a los mosquiteros o, al menos en parte, a alguna otra circunstancia, tales como condiciones meteorológicas menos favorables para la reproducción de los mosquitos. El estándar de oro es entregar mosquiteros solo a algunas localidades, y a continuación comparar los resultados con los de las localidades que no recibieron. Innecesario aclarar que esta línea experimental no es aplicable cuando el sujeto de estudio son naciones enteras. No podemos liberalizar un subconjunto de economías a gusto y compararlas con el resto.
¿Qué alternativa nos queda? Elaborar un marco conceptual que explique en términos teóricos por qué habría de existir causalidad. Para el caso específico de efectos de libertad económica sobre el progreso material, existe una montaña de literatura. Siglos de historia económica y décadas de aplicación de socialismos reales han generado una montaña de evidencia que prueban una idea muy simple: los mercados libres son simplemente más compatibles con la naturaleza humana, porque no somos animales tan generosos como para desvivirnos por lo colectivo. Los milenios en la sabana africana no nos adiestraron para eso. Lo que es de todos, al final es de nadie. Nos gustaría no ser así, pero así somos. Las sociedades que se han negado a aceptar este dato de la causa, han sido menos exitosas.
Este marco teórico no es una demostración irrefutable de la causalidad, a la manera de la prueba de un teorema matemático. En este caso, no existe una prueba nivel “pistola humeante” (aunque Corea del Norte versus Corea del Sur se acerca bastante). Pero cuando el bicho se ve como pescado, huele a pescado y sabe a pescado, ya casi no quedan razones para dudar de que sea pescado.