“Culpable soy yo”, así dice un viejo hit AM, y así es como muchas personas se sienten en la vida: alguien exclama “que está hediondo acá”, y la persona que nos acompaña dice bajito “debe ser por mí”. Así es. Hay personas que se culpan por todo, incluso por lo que no han hecho. Esta personalidad culposa es un desorden psicológico, y una de sus bases es una distorsión cognitiva, que no deja interpretar los hechos con claridad. Hoy, en El Definido, nos meteremos sin culpa, a averiguar sobre este interesante tema.
La culpa es un sentimiento natural (de hecho lo sentimos al menos 5 horas a la semana, según este estudio), y que tiene bastante utilidad. Por ejemplo, permite que no nos salgamos de ciertos límites en nuestras relaciones interpersonales, potencia la empatía, nos hace ser considerados con los demás (“¡tengo que comprarle un regalo de cumpleaños a mi mamá!”), en fin, puede ser beneficiosa. La culpa la sentimos cuando causamos daño a otra persona, ya sea de forma voluntaria e involuntaria. Y nos persigue mientras no nos hagamos cargo de ese daño, o lo reparemos de alguna forma. A menos que tengamos alguna sociopatía o psicopatía, es algo que todos tenemos. El problema, es cuando se vuelve excesiva.
Hay muchos que se sienten culpables por ser felices: piensan que no se lo merecen y que, por lo tanto, la vida es para “sufrir”. Otros, se sienten culpables por no estar a la altura de la imagen que tienen de sí mismos. Tienen objetivos tan altos, que superan a sus posibilidades, y esto también les causa culpa. Y naturalmente, las personas que sufren de depresión, tienen a la culpa como una compañera constante, y a veces la arrastran por muchos años. ¡Incluso se la puede utilizar como estrategia de manipulación!. Pero eso ya es otro tema.
Como vemos, hay problemas de autoestima, de nuestra visión del mundo, e incluso de historias de vida, que producen lo que se llama una personalidad culposa. O sea, que siente culpa por todo.
Sin embargo, en el fondo de esta personalidad, se encuentra casi siempre una distorsión cognitiva llamada “personalización”.
La personalización consiste, en pocas palabras, en creer que el mundo gira alrededor nuestro. ¿Cómo? Pues claro, si se tiene esa distorsión cognitiva, uno piensa que las otras personas dependen muchísimo de nosotros, por lo que todo lo que hagamos o no hagamos, les va a afectar de manera profunda. En otras palabras, la personalización hace que nos sintamos responsables de TODO lo que sucede a nuestro alrededor, y todo lo que nos involucra, aunque no tengamos ninguna información real que nos permita sacar esas conclusiones. Entonces si alguien bosteza, no es porque tenga sueño, es porque lo aburrimos. Si mis suegros están enojados en la cena, es porque les caí mal, no porque discutieron o les pasó algo molesto antes que llegara. Si nuestro hijo no hizo su tarea, no es porque lo olvidó, sino porque fallamos como padres. ¿Se fijan? Esto puede ir escalando muy rápidamente, y convertirse en un sentimiento de culpa constante e inmovilizador. Porque, en definitiva, nos terminando poniendo el mundo entero sobre nuestros hombros.
Si a esto le sumamos algo llamado “ falacia de control interno”, que es suponer que somos responsables del estado anímico de todos los que nos rodean, entonces estamos en graves problemas. Un caso clásico, es creer que si alguien no se ve feliz, siempre es nuestra responsabilidad. Nuevamente, como si el mundo del otro girara alrededor nuestro.
El psicólogo Rafael Santandreu, nos habla sobre la culpa crónica y cómo superarla. RTVE. |
Vivir de esta manera es agotador, pues nos terminamos haciendo cargo no sólo de nuestra vida y nuestros actos, sino que nos creemos responsables por las vidas y los actos de los demás. O sea, es como si viviéramos varios días en uno, haciéndonos cargo del día del resto. Y así, no hay sistema nervioso que resista.
Existen dos formas básicas de superar la personalización, y se trata sencillamente de aplicar algo de claridad mental antes de formarse una opinión sobre las cosas:
En suma, se trata de tomar las cosas con perspectiva, y de verificar si efectivamente tenemos tanta influencia en los demás, como pensamos tenerla. Además, la Dra. en psicología Susan K. Whitbourne, nos da estas cinco estrategias, que se acomodan a cinco modalidades de culpa:
Culpa por algo que hicimos. Es lo más común, sentirnos culpables por algún error que cometimos. De hecho, es lo que corresponde. Pero lo que no corresponde, es prolongar indefinidamente esa culpa, o sentirla por buena parte de nuestros actos. Si dañamos a alguien, debemos aceptarlo, disculparnos, procurar reparar el daño si es posible, tomar medidas para que no se repita… y luego seguir adelante. Si hicimos algo que nos juramos jamás realizar (como recaer en el tabaco, por ejemplo), debemos en primer lugar buscar ayuda, y luego procurar cambiar conscientemente nuestro comportamiento. Además, debemos tener claro que no somos el centro del universo de los demás, y muchas veces lo que nos ha parecido un error imperdonable, en realidad… ¡nadie le ha dado importancia!
Culpa por algo que no hicimos, pero queríamos hacer. Esto pasa muy seguido, cuando tenemos ideas que nos parecen poco correctas, pero que no podemos evitar tenerlas. Un clásico es cuando nos gusta la pareja de nuestro mejor amigo o amiga. Si nuestra amistad es sincera, y además ambos están muy enamorados, es algo muy complejo, y que genera mucha culpa. Una forma útil de lidiar con esto, es a través de la llamada terapia de aceptación y compromiso. O sea, aceptar nuestros sentimientos e ideas como parte nuestra, por más “feos” que nos parezcan, y luego, comprometernos conscientemente a cambiarlos, o en última instancia, a no actuar guiados por ellos. Además, podemos buscar que esas emociones nos impulsen a hacer cosas positivas, por ejemplo en el caso que mencionaba, podemos hacer que el sentimiento de amor nos impulse a apoyarlos a ambos y buscar que sean felices. ¡Lo cual es mucho mejor que vivir reprimiéndonos, hasta explotar en cualquier momento!
Culpa por algo que creímos hacer. Muchas veces, “nos da la impresión” de que hicimos algo malo, e incluso, creemos que por haber pensado mal de alguien, le causamos un daño. La mejor forma de evitar que la culpa se extienda, es comprobarlo directamente. Por ejemplo, hablar con la persona que creemos afectada, y manifestar nuestra preocupación. Si no pasó nada, pues no hay nada de qué sentirse culpable… y si pasó algo, pues utilizamos las estrategias que ya mencionamos para la culpa por algo que hicimos.
Culpa por no haber hecho lo suficiente. A veces, hemos hecho algo por una persona, pero aún sentimos que no es suficiente. Por ejemplo, tras ayudar a alguien por semanas, terminamos físicamente y mentalmente agotados, y aunque ya no es posible para nosotros seguir, nos damos cuenta que esta persona seguirá necesitando ayuda. Entonces, nos sentimos culpables. A esto, se le llama fatiga por compasión, y está dentro de las afecciones de la familia del “burn-out”. Aquí, lo importante es darnos cuenta que para auxiliar a otros, nosotros también debemos estar en buenas condiciones. De otra manera, no seremos de ninguna ayuda. Hay que aceptar que nuestro cuerpo, también debe descansar en algún momento, por más que nuestras intenciones sean loables… y nadie nos culpará por ello. Es natural. Pero el cansancio no nos deja ver esa simple realidad, que ni siquiera es egoísmo, sino una necesidad práctica de nuestro cuerpo. De otra manera, seguiremos cansándonos físicamente, y agotándonos emocionalmente, hasta llegar a una situación insostenible. Por otra parte, debemos tener una conciencia clara de nuestras capacidades, pues no tiene sentido sentirse culpable, por algo que nunca pudimos hacer desde un comienzo.
Culpa por hacer las cosas mejor que otros. A esto se le llama “síndrome del sobreviviente”, y le ocurre muy seguido a los veteranos de guerra, o a quienes han sobrevivido a desastres, mientras que sus familias o amigos no. También le pasa a quienes tienen logros que nadie de su entorno ha conseguido, como los estudiantes de universidad de primera generación. Esto incluso les hace autosabotearse, pues sienten que no merecen las oportunidades, o que de alguna forma, se la quitaron a personas que ellos quieren. Lo importante aqui, es darse cuenta que lo mejor que podemos hacer, es seguir adelante y esforzarnos por ser mejores, pues eso es el mejor homenaje que podemos hacer a quienes nos apoyan, o a quienes ya no están con nosotros. Inhabilitarnos por la culpa, sólo conseguirá que no hagamos las cosas bien, y eso no es precisamente lo que nuestros seres amados quieren o habrían querido. Así que… ¡¡animo!!
Lo básico, entonces, es cambiar la mirada, y no pensar en términos de culpas, sino de responsabilidad. “¿Quién es responsable por lo que ocurre?” debemos preguntarnos. Y una vez que nos hacemos esa pregunta, es asunto de corregir los errores (si es que existen), ofrecer las disculpas correspondientes, y luego asegurarnos que las cosas no se vuelvan a repetir. Y entonces, seguir adelante. No tiene sentido quedarnos rumiando hechos o sentimientos de un pasado que, por serlo, no podemos cambiar, y donde además ya hemos hecho lo posible para corregir nuestros errores.
La culpa es sin duda necesaria en nuestra vida, y nos ayuda a modular nuestra vida emocional, o sea, nos pone los pies en la tierra y hace que consideremos a los demás al momento de tomar decisiones. En ese sentido, es muy útil. Pero como en todo, el exceso es nefasto. Aparte del desastre emocional que nos causa la culpa crónica, también puede producir daño en nuestras relaciones con los demás, pues la otra persona se pueden sentir manipulada, o bien sentir que vale menos (pues pareciera que siempre nos hace sentir culpables de algo), o al revés, incluso el otro se puede aburrir de la situación, y terminar atacando a quien se siente crónicamente culpable.
Todo esto, entonces, es por una mezcla de distorsión cognitiva, baja autoestima, y por qué no decirlo, un toque de cobardía. Porque es más sencillo no asumir en verdad la responsabilidad por lo que hacemos, y en cambio, dejar que la culpa nos encierre en una extraña zona de confort donde no nos atrevemos realmente a tener criterios o convicciones propias, pues nos sentimos “obligados” a actuar de cierta forma para no dañar al resto. Como si los demás estuvieran hechos de cristal, y vivieran en función de nosotros, lo que claramente no es así. Pero ánimo, que es una situación que se puede remediar… ¡no hay que sentirse culpable por eso tampoco! Sino más bien, responsables. Y la responsabilidad, a diferencia de la culpa, es algo que nos permite actuar hacia el futuro. En cambio, la culpa nos atrapa en el pasado. Y para no sentirme culpable, quiero finalizar agradeciendo al lector que me dio la magnífica idea de escribir sobre esto. ¡Gracias, estimado Pablo!