Hay trámites REALMENTE fomes que todo mortal debe realizar a no ser que sea Leticia de España, Kim Kardashian o Leonardo Farkas. Y como claramente no es el caso, no tenemos nada que hacer más que resignarnos, asumir que pasaremos por ellos y buscar una manera creativa para poder soportarlos con algo más de sabor.
Esta es mi lista de trámites lateros (bostezo mientras los escribo).
Ya el concepto Isapre es un inductor natural del sueño (y del empobrecimiento). Peor es cuando tienes que ir, siempre en el día 59 después de emitida la boleta, a una sucursal de la misma (que obviamente está ubicada en una calle más transitada que el centro de Tokio y donde NUNCA habrá estacionamiento) y sentarte a esperar para reembolsar esa plata que necesitas con total urgencia.
Mi propuesta para sobrevivir al reembolso: ordenar la cartera, encontrarás esa pinza que buscabas desde los '90 y ¿quién sabe? Tal vez aparezca otra boleta, juntes más plata y puedas darte un gustito y servirte su buen fanshó al salir de esa tamaña lata.
UFFF me lo he tenido que hacer para mis 4 embarazos y realmente es un suplicio. Primero: vas en ayunas. Eso ya lo hace todo un acto heroico. Segundo, te tienes que tomar rápido una bebida en la que la anilina pura parece más saludable y en donde hasta la Free uno la encuentra rica (jóvenes vayan a Google) y después ahí queda uno instalado, en una silla más incómoda que happy hour entre el Ministro de Hacienda y la Ximena Rincón, sin poder movernos por un par de horas y sabiendo toda la intimidad médica del que entra al laboratorio en cuestión.
Mi propuesta para sobrevivir a este examen: dedicar el tiempo a llamar a todas esas personas que están sentidas porque no las saludaste para el cumpleaños, santo, aniversario, día del amigo, del abuelo, de la suegra, etc., etc., etc., y ponerte al día, organizar asados que nunca se concretarán, pero que te dejarán en paz con todos los que has sido ingrata. A optimizar los tiempos queridos.
La notaría es un flagelo en sí misma. Nada muy adrenalínico puede pasar ahí y con harto cariño, quienes trabajan en ellas tampoco se ven ultra apasionados con sus pegas. Si estás bajoneado, ese lugar no es el más indicado para ver el mundo como un lugar lleno de entusiasmo y felicidad. Hacer transferencias de vehículos motorizados, firmar una promesa de compra venta o en el peor de los casos legalizar un documento, está lejos de una actividad motivante en mi agenda. Nadie escapará de una notaría y hay que asumirlo con realismo.
Mi solución para sobrevivir a ellas: calcular, según los costos de las pegas que hace el notario, todas las lucas que se gana al mes, por día, por hora y por minuto (típico ejercicio que hago con los futbolistas) y mover la neuroma matemática que tenemos dormida. ¿Mi conclusión? Te distraerás el rato de la constancia y ¡te deprimirás después por no haber estudiado derecho!
Es uno de los trámites que lidera el ranking del aburrimiento. Es más lento que cascada de manjar, hay que hacer una verdadera cadena de oración para que no te la rechacen, porque obvio que esa luz que ni sabías que existía está quemada. La máquina de café del lugar siempre está mala, cuando llegas te das cuenta que a tu celular le queda 7% de batería y como todo puede ser siempre peor, en el lugar sólo se puede pagar con efectivo.
Mi solución para sobrevivir a la revisión técnica: llevar todas esas revistas, libros, sopa de letras que nunca tienen tiempo para leer y volver a usar el papel. A veces es bueno desintoxicarse del sapeo en Instagram, las quejas de Facebook y las discusiones bizantinas de Twitter.
Ya es una lata para el común de los mortales. Peor para los que tenemos cero talento al volante. Los años pasan y se notan. Hay que sobreexigir al globo ocular para demostrar que aún vemos (con dificultad eso sí); aguantarse el hálito del doctor que te examina la vista y que, por supuesto, tuvo que comer ajo la noche anterior; sacar todas nuestras dotes de motricidad fina para aprobar en las tijeras; y terminar con el pie acalambrado para frenar con rapidez y certificar que nuestros reflejos no solo están en el pelo tapando las canas. Aparte de un trámite poco motivante es también una prueba para la autoestima y una lucha por sentir que aún somos esos jóvenes de 18 años, lozanos y agiles.
Mi solución para sobrevivir a la renovación del carnet: no la tengo. Me estresa mucho, no confío nada en mi pocas capacidades motrices y me siento un vejestorio cada vez que voy. Si se les ocurre… ¡me avisan!