Es una pena que a la música casi siempre la tengamos como acompañamiento y pocas veces sea el plato de fondo. La utilizamos para dar ambiente, para apagar el silencio, pero nunca es la protagonista. Incluso cuando bailamos, a veces disfrutamos más del movimiento que de la melodía. En el auto, en la calle, la radio va llenando vacíos, es el soundtrack de nuestras rutinas. En el gimnasio la música es funcional para marcar el ritmo. Es el arroz graneado de nuestras vidas, pero nunca tiene nuestra total atención… como sí la tienen las películas, los libros, las comidas, el arte o el sexo.
Y todo esto, a pesar de que muchas veces hemos experimentado en carne propia la enorme influencia que puede tener la música sobre nosotros. ¿O acaso nunca se han emocionado con una canción? Les propongo un ejercicio: cierren los ojos y simplemente escuchen la canción que les voy a proponer, hagan el esfuerzo de concentrarse en la melodía, en el piano, la voz, la armonía, los silencios, los tiempos… y la manera en que todo eso los conmueve, los cambia, los toca. Son casi 5 minutos de puro placer auditivo. Seguramente la han oído montones de veces, pero no se distraigan, imaginen que es la primera. Ni siquiera es necesario que entiendan la letra. Pongan PLAY y luego seguimos con esta columna. Los dejo con “Someone like you” de Adele.
Hay que ser un robot para no emocionarse, aunque sea un pichintún. Estoy seguro de que ahora tu ánimo no es el mismo con el que empezaste a leer. Algo tiene la música que puede transformarnos, alegrarnos o deprimirnos, despertarnos o hacernos soñar. Esa es, de hecho, la razón de ser de la musicoterapia: una melodía puede afectar (para bien o para mal) nuestro ritmo cardíaco, acelerándolo o volviéndolo más lento… hasta el punto en que se sincroniza con los ritmos musicales. La presión arterial, de hecho, nos cambia de manera diferente si escuchamos a Shakira, AC/DC o a Mozart. Así de heavy.
Vamos a un segundo ejercicio, similar al anterior. Pero ahora necesito que usen también la imaginación: cierren los ojos y, mientras escuchan la canción, imaginen el lugar y las circunstancias ideales en las que les gustaría estar. Quiero demostrarles que la música nos ayuda a transportarnos, que eso de que “la música nos permite” viajar nos es un cliché. No hagan trampa, escúchenla enterita. Vamos con “Shine” de FelixJaehn.
¿Dónde fueron? Seguramente muy lejos de aquí… y sospecho que ahora se sienten más livianos y contentos. Es el poder que tiene la música para moldear nuestros estados de ánimo. Bien lo saben los creadores de las listas de reproducciones en Spotify, donde tienen –entre otras decenas de alternativas- música para “despertar feliz”, “melancolía”, “ritmos sexys”, “me rompiste el corazón”, “por siempre joven”, “relajarse”, “ cargarse de energía”, “madrugar, “pasar la caña”… y “sentirse solo”.
Fue Pitágoras, cientos de años antes de cristo, quien aseguró que había “una música” entre los astros, ordenada de manera matemática. Así explicaba él la armonía entre el universo y el alma humana. De este modo, las enfermedades mentales eran el resultado de un “desorden musical”. Aristóteles también fue un gran teórico al respecto.
No son pocos los estudios que han demostrado que la música favorece también la interacción entre las personas, previene el aislamiento y mejora las habilidades sociales y la autoestima. Del mismo modo, facilita la reflexión sobre temas más trascendentales.
Lo que quiero proponerles es que nos tomemos la música en serio, que sintamos que sentarnos sólo a escuchar música no es sinónimo de perder el tiempo. Que vale la pena enfocar nuestros cinco sentidos en ella, porque se trata de un placer sencillo, barato, envolvente y tremendamente reconfortante.
Personalmente, cuando estoy triste, echo mano a una canción de “El rey león” que siempre logra devolverme el ánimo: “Just can't wait to be King”.