Maldito y sensual consumismo. Ya sea vitrineando desde la comodidad de nuestro hogar, o en un centro comercial, es como si las cosas más irrelevantes e innecesarias nos hablaran.
“¡Oye, tú! Sí, tú, devuélvete a la vitrina. Me presento: Soy el nuevo iCosa. ¡Mira mi maravilloso nuevo cuerpo! Es 10% más brillante y 200% más totalmente increíble que ese vejestorio que tienes hace 6 meses ¿Que para qué todo esto? No sé ¡pero más es mejor! ¿Dices que quieres guardar la plata para viajar? Pffff, piensa que con solo pasando tu tarjeta, y en cómodas cuotas, puedes tenerme ¡En este momento! Ahora procederé a mostrarte imágenes de gente cool usándome en situaciones totalmente irreales, mientras decides si me quieres en negro o en el nuevo totalmente increíble color Platino Silver-Awesome (también conocido como gris).”
Sabemos que es innecesario y, por lo mismo, es tan seductor. Nuestro ser racional ha sido secuestrado bajo el poder de la compra impulsiva. Una de sus viciosas formas de actuar es hacerte imaginar escenarios donde “debes” tener el objeto. Antes de que nos demos cuenta, esa máscara de gas se ha vuelto en lo único que nos salvará de la muerte ante el inminente ataque de los Comunistas Nazis Zombie.
Afortunadamente no somos meras marionetas. Ya conocimos las formas en que “nos hacen lesos”; hoy veremos formas de defendernos específicamente de las compras impulsivas, según las conclusiones de variados estudios y expertos.
Hay una razón detrás de la reciente campaña de Samsung de invitar a los consumidores a probar por una semana, sin costo, su nueva Tablet: El valor percibido del producto aumenta cuando lo tocamos. Es más, a mayor periodo de contacto, mayor es el valor percibido.
Estas fueron conclusiones realizadas en un estudio de 2008, donde a un grupo de 84 alumnos se les sentó frente a un simulador de pujas (remate). Antes de comenzar, a un grupo se le pidió revisar una taza, el objeto del remate, durante 10 segundos, mientras que a otro grupo se le pidió lo mismo, pero por 30 segundos. La puja promedio del primer grupo fue de $2.44 dólares, mientras que la del segundo grupo fue de $3.91 dólares. Los investigadores creen que se trata del mismo fenómeno que nos impide deshacernos de objetos que han sido nuestros por mucho tiempo. Aunque no sea realmente nuestro, al tocarlo creamos una conexión emocional que hará más difícil evitar la compra.
El dolor de ver una billetera vacía es real. Multitud de estudios han comprobado que el método de pago afecta de forma significativa nuestros hábitos de compra: Somos propensos a gastar más con tarjetas de crédito que con efectivo y no solo eso, sino que también evaluamos los productos de distinta forma.
Un estudio de 2011 concluyó que quienes pagan con tarjetas de crédito prestan más atención a los beneficios del producto, mientras que quienes pagan con efectivo atienden a los costos asociados al producto (mantención, actualizaciones, contratos, etc.). La diferencia es importante, pues uno se enfoca en lo que se gana (beneficios), mientras que el segundo grupo se enfoca en lo que se pierde (dinero) y, por ende, es menos propenso a ceder al impulso.
Dicen que el dinero físico tiene sus días contados, pero mientras exista, puedes usarlo para evitar compras innecesarias.
Somos víctimas de nuestros estados de ánimo. Uno de los estudios más citados respecto a este punto, es el hecho por los investigadores Meryl Paula Gardner y Dennis W. Rook en 1988.
El estudio se basó en los estados de ánimo previos a una compra impulsiva, y el efecto de ésta en el estado de ánimo post-compra. Los investigadores concluyeron que: “ Si alguien está deprimido, frustrado o aburrido, comprar impulsivamente parece ser una táctica efectiva para romper con este estado de ánimo no deseado. Estados de ánimo post-compra, sin embargo, no son uniformemente positivos”.
Comprar parece ser una forma atractiva de tener un “subidón” de ánimo rápido. Lamentablemente, el efecto no es el deseado y terminamos sintiendo culpa (36% de las personas en el estudio mencionado lo expresaron así). Esto nos vuelve a poner en búsqueda de otro “subidón fácil”: Una nueva compra. Para no caer en este ciclo vicioso, debemos estar conscientes de que ciertos estados de ánimo nos hacen más vulnerables a las compras impulsivas. Un buen consejo es evitar los centros comerciales cuando te sientas triste o enojado.
Ryan T. Howell, psicólogo y co-fundador de Beyond The Purchase, sitio dedicado a enseñar sobre la relación entre el dinero y la felicidad, sugiere hacer un seguimiento a nuestras compras para eliminar el elemento emocional de la experiencia.
En una entrevista comenta: “La gente ha reportado que cuando compran sin un plan, sin tener que hacer seguimiento, es una experiencia emocional, disfrutan del proceso de irse de compras. Solo el saber que luego tendrán que hacer un seguimiento, dificulta hacer estas compras emocionales, estos impulsos del momento”.
Para ello sugiere un simple ejercicio: Anota todas tus compras. Así estarás racionalizando el proceso, ayudándote a gastar de manera menos impulsiva.
Esta es una técnica propuesta por la psicóloga Kelly McGonigal en su libro The Willpower Instinct. Funciona además para cualquier tentación que desafíe tu fuerza de voluntad.
Cuando sientas el impulso de comprar algo de forma inmediata, ponlo en el congelador (mental) por 10 minutos. Esto genera un espacio de separación temporal que le da más poder al sistema de auto-control de nuestro cerebro, transformando la gratificación instantánea de comprar en una promesa futura.
La técnica permite contrarrestar otra de las conexiones que formamos con los productos (en el primer punto hablamos de la física): La conexión temporal. Elimina el “compra ahora” de tu mente y transfórmala en “compra en 10 minutos”.
Otra forma de romper con la conexión temporal es creando una lista de espera. Una vez que el producto “sale” de la lista de espera, nuestro lado racional podrá decidir sin ser interrumpido por las emociones del momento. Leo Babauta, autor de Zen Habits, sugiere un periodo de 30 días.
Pensar en una meta definida puede ser la forma perfecta de callar la vocecita que nos dice “¡Compra, compra!”. Tener un plan específico para nuestro dinero potencia el lado racional de nuestro cerebro a la hora de la tentación. La psicóloga Kelly McGonigal es una fiel creyente de que nuestras metas a largo plazo pueden vencer los impulsos del momento. Para ello recomienda no solo pensar en nuestras metas, sino sentirlas. Sentir el aterrizaje del avión que te llevará muy lejos, sentir la arena de la paradisíaca playa, sentir el orgullo de tener un lugar propio.
Si no tienes una meta ¡créala! porque será tu primera línea de defensa contra la compra impulsiva.
Otra forma de racionalizar nuestras compras es calcular el costo en horas de trabajo, o “energía vital” como lo llama el blog sobre consejos de ahorro The Simple Dollar. ¿Trabajaría dos semanas solo para tener un nuevo celular? Abordar los costos de esta forma es casi terrorífico, pero es muy efectivo, sobre todo cuando se trata de productos caros.
Espero que te hayan servido estos 8 consejos, recuerda que pronto se viene Navidad ¡mejor llegar preparado!