A estas alturas todos lo saben, pero el domingo estábamos todos para dentro: Murió el actor Philip Seymour Hoffman. Y como si se nos hubiese muerto un pariente, todos nos pusimos tristes y partimos a Twitter a despedir al compadre con frases profundas, y pusimos fotos en blanco y negro en Instagram, y posteamos clips de YouTube en el Facebook.
No conocíamos al compadre, podría apostar que la mayoría de nosotros nunca habló con él y muchos ni siquiera lo vimos en persona, pero ahí estábamos, con el sentimiento a flor de piel, con la cara larga mientras la mamá servía el postre. Y yo me puse a pensar, ¿por qué nos da pena cuando muere un actor de Hollywood? Muere gente todos los días, algunos en circunstancias terribles y a uno igual le da un poco lo mismo. Pero se muere un famoso de Hollywood y a todos nos da pena, aunque el compadre haya tenido una vida increíble, se haya codeado con puras estrellas toda su vida, haya sido millonario, etc. Así que aquí yo me pregunto ¿Qué onda nosotros?
En el caso de Philip Seymour Hoffman, la explicación es que nos sentimos cercanos al compadre, simplemente porque vimos muchas de sus películas y creemos que lo conocemos, aunque en verdad no conocemos nada. Lo vimos siendo un pelmazo millonario en Perfume de Mujer y lo hizo tan bien que al principio lo odiamos, pero al final nos da pena cuando Al Pacino lo deja como chaleco de mono en la escena de la “corte”, delante de todos. Después lo vimos en BoogieNights, perdidamente enamorado de Marky Mark y aparte de ser muy gracioso porque es guatón y la ropa setentera le queda chica (jajajja), es triste porque todos hemos estado enamorados de alguien que no nos pesca y nos hemos tirado a la piscina solo para sufrir el peor guatazo de la historia y quedar ahí, tristes, humillados y con la guata colorada (metáfora).
Me atrevería a decir que después de verlo en esa escena y en esa película, el compadre nunca nos iba a caer mal, aunque hiciera los peores pelmazos imaginables. Porque los pelmazos le salían increíble, no digan que no. No podía renegar de su pinta de guatón cuico apestoso y Hollywood quiso encasillarlo brígido en ese personaje. Fue el malo en Patch Adams, el amigo apestoso en El talentoso señor Ripley, el periodista pelmazo en Red Dragon, pero hiciera lo que hiciera uno siempre se alegraba de verlo. “Buena, el BoogieNights”.
Y pucha que nos hizo reír. ¿Cómo no querer a alguien que nos hace reír? No importa todos los esfuerzos que hace Ben Stiller por ser chistoso en Mi Novia Polly, la pura entrada del guatón Seymour Hoffman hace que esa película valga la pena y las idioteces que hace en adelante son increíbles, como cuando anuncia que hará de Judas y de Jesús en el montaje teatral de Jesucristo Superestrella. ¿Y qué me dicen de Punch-Drunk Love donde el compadre era un mafioso chanta que estafaba a los clientes de su empresa de llamadas eróticas? Una de las escenas más divertidas de esa película es cuando pelea con Adam Sandler por teléfono y el compadre se pica tanto que no es capaz de manejar su propia rabia y termina gritando como energúmeno. Y es imposible no tenerle buena cuando se entrega con tanta dedicación a una escena que ni siquiera sale en la película y que pusieron en el material adicional del DVD:
Cuando llevábamos años teniéndole buena, los de la Academia decidieron premiarlo con un Oscar por su actuación en Capote. Sí, lo hace bien, el loco era seco, pero esa actuación es el tipo de cosas que le gusta a la Academia no más. Cuando un actor se disfraza de alguien de la vida real y lo imita y pone una voz chistosa, los viejitos lustran el Oscar al tiro y premian lo que deberían haber premiado hace rato. La dura, si Kramer fuera gringo ya tendría diecisiete Oscars. Pero igual bien. Porque tal como nos da pena cuando un actor de Hollywood que nos cae bien se muere, también nos alegra que le vaya bien y que les reconozcan el talento, y el amigo Seymour Hoffman se lo merecía hace rato. Y con el Oscar ganado siguió luciéndose.
Cuando nadie daba un peso por Misión Imposible después de esa abominación que es Misión Imposible II, llegó Jar Jar Abrams y se mandó Misión Imposible III. Y la mejor decisión que podía haber tomado, fue contratar a nuestro compadre para hacer de malo. Y vaya que se las mandó. Porque su Owen Devian (¡hasta el nombre es maléfico!) era intimidante y terrorífico y con la pura primera escena ya nos mete al bolsillo a todos. ¿Por qué Christopher Nolan nunca quiso hacer El Pingüino en sus películas de Batman? Este compadre no habría tenido ni que ponerse el monóculo para convencernos de su maldad y su inteligencia superiores. ¿Se imaginan una escena entre el Joker de HeathLedger y El Pingüino de Philip Seymour Hoffman? Si se hacen películas en el Cielo, esta es la que quiero ver. Dirigida por Kubrick. Plis.
Pero para qué imaginarse actuaciones maestras del compadre, si nos dejó tantas en la realidad. En Antes que el diablo sepa que estás muerto el loco alcanzó un nivel nuevo en crapulencia y mala onda. En The Savages hizo a un compadre muy normal y muy humano luchando contra problemas demasiado reales para disfrutarlos. Pero qué manera de ganarse nuestro cariño (si no la han visto, véanla). Después hizo Sinécdoque New York, La Duda y puso su voz en la película de animación Mary and Max, cuál de todas más maestras.
Y para nosotros ya era un miembro más de la familia, para qué estamos con cosas. No estoy exagerando, pero con todas estas películas a cuestas y todas las emociones que se mandó para nuestro deleite, era imposible no hablar de él como de un amigo. Conozco muchos que lo consideran uno de los mejores actores de todos los tiempos y yo estoy un poco de acuerdo. Además, como era guatón y pecoso, con las pestañas blancas, uno no le tenía esa mala picota que sí le tiene a otras estrellas de Hollywood que son demasiado abacanados, demasiado cancheros, demasiado falsos. Este loco era de verdad, y terminó de coronarse con The Master, la última película que hizo con su descubridor y más seco colaborador Paul Thomas Anderson. Aquí el compadre hizo del líder de un culto, viejo, cansado, medio loser, vanidoso y siempre a punto de chalarse. Y lo hizo todo con una maestría que de verdad es verla para creerla.
¿Esa escena en que está en la cárcel al lado de Joaquín Phoenix mientras el otro loco tiene el peor ataque de rabia de la historia? Increíble. El Philip Seymour Hoffman le roba la película al otro demente por el puro hecho de mantenerse inmóvil y en silencio. Y ahí uno se da cuenta de que las grandes actuaciones no son solo las de compadres que gritan y te tiran todas las emociones a la cara. Las grandes actuaciones también son cuando los compadres SE GUARDAN todas esas emociones. Y este compadre sabía hacer las dos cosas.
Así que por eso uno se pasó el domingo con la cara larga. Porque vimos a este compadre en muchos momentos que arman toda una vida. Y por eso creemos que lo conocemos y sabemos que lo vamos a echar de menos. Y como si fuera pariente nuestro, no tenemos el corazón de juzgarlo por drogadicto, ni de descartar su muerte porque “total, fue culpa de él”. Para nosotros, gracias a sus películas y sus actuaciones, este loco era humano y vulnerable, y lo vimos más de cerca que a muchos de nuestros amigos o parientes. Por eso puro sentimos pena. Y gratitud. Así que buen viaje, Philip Seymour Hoffman. Ojalá hubieras hecho cien películas más, pero gracias por las que sí hiciste. Firma, este compadre que nunca habló siquiera contigo.