*Esta columna fue publicada originalmente en 2013, por lo que es posible que algunas de sus cifras no se encuentren actualizadas. La destacamos hoy porque el problema continúa vigente y urge una concientización masiva en torno a los problemas medioambientales originados en el tabaquismo.
¿Usted fuma? Ajá. Entonces siga leyendo. Y tranquilo: no encontrará aquí una larga y tediosa descripción de los efectos irreversibles que provoca dicha adicción en su organismo. Seguro se los sabe de memoria. Vengo a contarle, más bien, una novedad: su humo también me afecta. ¿Ya lo sabía? No, no hablo de la clásica figura del “fumador pasivo”, aun cuando, dicho sea de paso, es un tremendo problema –cada año mueren casi 6 millones de fumadores y de ellos cerca de 1 millón, la mayoría mujeres y niños, sólo aspiraba el humo de otros–. No, hoy no abogo por mí. Hoy soy la abogada de nuestro planeta Tierra. Tal cual.
¿Qué es lo primero que se nos viene a la mente cuando pensamos en tabaco? Nos han educado para relacionarlo con pulmones negros, dientes amarillos, mal aliento, deterioro de cuerdas vocales, enfermedades cutáneas, muerte de neuronas y bueno, todos los cánceres asociados, siendo pulmón y laringe los más populares. Pero no nos enseñan a relacionar el lastre fumador con el daño al medioambiente. Quizá alguien creyó que era un daño mínimo, colateral, no meritorio de contar, menos de mencionar en las advertencias de las cajetillas. Pues bien, algún día eso debe corregirse, ya que nos pasa la cuenta a cada minuto. También hay que educar acerca de que dejar el cigarro no sólo lo ayuda a usted y a los fumadores pasivos a su alrededor, sino que al mismo tiempo significa ayudar a la preservación de nuestro ecosistema.
No me odie, pero no me queda más que impactarlo un poco (un poquito, no se vaya) con las cifras a continuación:
Según la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC), el consumo de tabaco produce, al año, 225.000 toneladas de CO2 en el mundo, lo que más allá de ser un terrible número en sí mismo –equivale a lo producido por 12.000 autos en recorrido de 10.000 kms. cada uno–, incide fuertemente en el aumento del efecto invernadero.
Además, en los países productores (los principales son Brasil, China e India), las plantaciones de tabaco son una de las primeras causas de deforestación selvática. Tras dos ciclos de cosecha, la tierra se agota y no se puede volver a usar, por lo que sube la tala indiscriminada para abrir nuevos campos. Lo que apunta a otro gran menoscabo: cada año se consumen 82,5 millones de metros cúbicos de maderas tropicales en la producción de tabaco (la incineran para fermentar las hojas a 70°C), cifra muy superior a ¡todas! las exportaciones de madera tropical en el mundo. Para colmo, los árboles no se salvan del fuego: según el Centro Nacional de Información del Fuego, en EE.UU. la primera causa de incendios es el abandono de un cigarro mal apagado.
Otro cuento es el humo. Se estima que éste provoca altísimos niveles de concentración de partículas contaminantes en al aire, hasta 10 veces mayores que el humo de algunos motores diésel, según la revista científica Tobacco Control. Igualmente dañinos, los filtros insertos en los cigarrillos son producidos con acetato de celulosa, material no biodegradable cuyo nefasto efecto puede perdurar hasta 25 años en la tierra antes de su descomposición. ¿Y las colillas? Por su concentración de alquitrán y nicotina, sólo una podría contaminar hasta 50 litros de agua, y al año se desechan en el mundo 4.5 billones de ellas. Saque la cuenta.
Citando directamente a la Organización Mundial de la Salud (OMS), “Ningún otro producto de consumo masivo causa tanto daño desde su cultivo, producción, uso y desecho, como el tabaco”.
Dejar de fumar implica una fuerte convicción, sin mencionar una ejercitada fuerza de voluntad, por lo que no pretendo que termine de leer esta columna y decida cambiar su vida. No aspiro a tanto. Digamos que aspiro a que lo piense, a que le de vueltas. A que se acuerde de alguna de estas líneas de vez en cuando, porque el tabaquismo perjudica a un estado o bien mucho mayor que su vida o la de otro, y ya no hay cómo negarlo. Aspiro a no aspirar su humo, pero más aspiro a que usted algún día respire, tranquilo, sin el peso de un planeta que se muere poco a poco a causa de sus propios huéspedes.