Todos tienen una película que cuando niños o niñas atesoraban con el alma. Esa que veían en todo momento o que quizás era la ama y señora de una videoteca familiar, a veces la única, a veces la mejor o preferida entre muchas. Esa que fue un VHS legal o del persa, o para los más jóvenes, un DVD ya rayado de tanto dar Play.
En lo personal, la Batman de Tim Burton fue mi piedra filosofal, gracias a un tío que la consiguió-hurtó en algún videolcub de barrio, situación que claramente despertó mi fanatismo por el Hombre Murciélago y un especial cariño por los villanos, en particular, por el Joker de Jack Nicholson.
Su estreno fue el23 de junio de 1989 en EEUU pero, en nuestro país, la cadena Cinemark regresa ahora con su ciclo de clásicos de este año con su reestreno en salas los días 5, 16, 19 y 23 de marzo. Motivo que amerita adentrarse en la Baticueva y archivos de este film, para redescubrirlo y opinar sobre la influencia y actual estilo de su director, el oscuro y chascón, Tim Burton.
Es verdad que el Superman (1978) de Richard Donner fue el primer gran batatazo que los superhéroes dieron a Hollywood, pero casi diez años después, le tocó el turno al detective más famoso del mundo conquistar la taquilla, de la gótica mano y mente de un joven director que había dado que hablar con su mortífera primera comedia propia, Beetlejuice (1988). Fue toda una apuesta y riesgo, considerando que el pálido realizador nunca había leído un cómic de Batman y cientos de fans de la historieta odiaron que Michael Keaton, un actor de roles humorísticos y galanes de la época, fuera el elegido para vestir el atribulado manto del murciélago. ¿Resultado?
Éxito de ventas, más de diez millones de dólares en diez días de recaudación y el despegar de una leyenda en cuanto a estética, merchandising (álbumes coleccionables, juguetes, videojuegos, cereales, un disco a cargo de Prince, etc.) y la firma cinematográfica del propio Burton.
Historias detrás de cámara hay varias, desde que Keaton sufría de claustrofobia al ponerse el ceñido traje negro (se acortaron las orejas de su máscara para que el batimóvil pudiera cerrar), que Nicholson tenía el contrato más abultado que le permitía incluso dormir hasta más tarde y ver los partidos de los Ángeles Lakers antes de grabar; como también que para Batman pensaron en actores del momento como Bill Murray, Harrison Ford, Robert Downey Jr y Tom Cruise, o para el caso del Joker en Robin Williams (y este se indignó cuando no quedó en el rol). ¡Incluso se dijo que Michael Jackson estuvo a punto de estar a cargo de la música! Finalmente, fue la primera película de Batman en ganar un Oscar como Mejor Dirección de Arte, con Anton Furst como genio y visionario.
¿Pero por qué Batman de 1989 es tan revolucionaria? Porque dio a entender que se podían realizar grandes producciones hollywoodenses con personalidad y un espíritu independiente, estableciendo un sello y reinterpretación de nueva de la figura de Batman, llevándolo a lo más alto y recordable. Partiendo con su estética, inspirada en el cine expresionista alemán (con su fundacional cinta El gabinete del Dr. Caligari) y un velo gótico nostálgico, misterioso y desconocido. Logró así la mejor postal de Ciudad Gótica hasta la actualidad, con locaciones que estaban dibujadas y pintadas a mano. ¡Para qué decir de sus efectos especiales análogos! Sin el más mínimo uso de tecnología digital, todo palpable, kitch y con sentimiento.
El film cuenta con un espíritu sumamente ochentero, partiendo con sus protagonistas, un Michael Keaton interpretando a Batman o Bruno Díaz (sí, en esos tiempos se traducía su nombre original, Bruce Wayne), un galán inocentón y torpe, como Chandler de Friends, pero perspicaz y solitario, muy de los perfiles de este periodo televisivo. A esto se suma Kim Basinger, una femme fatale inteligente y frontal, sacada casi de una sesión de alta moda. ¡Y para qué hablar de Jack Nicholson! Que en los 80s era el rey Midas, jugando a ser un Joker que es una caricatura vanguardista de algún Andy Warhol, que le interesa más divertirse y tener estilo, que robar o planear atentados perfectos. Reflejo del éxtasis y fastuosidad mercantil de esta década.
Por lo demás, está el trabajo musical de Danny Elfman, que orquestó una sonoridad tan propia y potente que es el otro pilar de este film, y digámoslo, de las cintas de Burton. Si hasta la melodía sigue vigente para tararearla en cualquier instante. ¿Escenas memorables?
La transformación del Joker en la fábrica de químicos (muy de cine negro y citando a ¿Quién engañó a Roger Rabbit?), cuando este se ve en el espejo (momento replicado en Los Simpsons), todas las anécdotas cómicas en torno a la Baticueva, el duelo de la batinave, los globos tóxicos en plena ciudad, y la pelea final entre Bats y el Joker en una catedral donde descubren que cada uno creó al monstruo que es el otro. En fin, una obra que no por nada sirvió de fórmula para desarrollar luego la, para muchos, mejor serie animada de todo los tiempos: Batman the Animated Series (1992).
En lo personal, el mejor Tim Burton, con toda su maestría y noctámbula locura, está en su primera fase creativa (obviando su etapa de cortometrajes y videoclips entre el 70 y el 85), contemplando la filmografía entre los 90 y 2000 donde, para mí, Batman Returns (1992) se alista dentro de su trilogía psicodélica perfecta, sumando a El Joven Manos de Tijera (1990) y Marcianos al Ataque (1996).
Creo que ahí está todo su imaginario en esencia, lo fantástico, mortífero, heroíco, referencial (el cine de clase B) y cómico, pero sobre todo emotivo y melancólico. Sumando en estos diez años otras joyas como la satírica Ed Wood (1994) y toda su veta infantil animada con el guión y producción de la increíble El extraño mundo de Jack (1993), como punta de lanza en este género. Aquí es donde Burton se sintió cómodo y libre, no tanto de productoras o industrias, sino de su propio fantasma, el de ser “el gótico plástico de Hollywood”.
Más que nada porque responde a una etapa donde todo estaba en sus manos, y digo manos literalmente, al referirme a maquetas, diseños y ejercicios creativos de cámara para dar con sus ideas visuales. No por nada aquí se gestan incluso exposiciones en el museo Moma y un museo propio con sus universos estéticos. Cosas que ya entrando al nuevo siglo comienzan a derrumbarse ante las facilidades del CGI o era digital, cuando hay poco corazón en pos de la majestuosidad y recarga.
También se añade la figura e intromisión de Disney, con esta alianza que dura hasta el día de hoy y parte en quizás su última mejor producción popcorn, que es Sleepy Hollow (1999),para despedirse de frentón de toda maravilla y luz con esa preciosa y autobiográfica familiar obra maestra que es El Gran Pez (2003), que navega solitaria dentro de lo que actualmente ha hecho. Y es que todas las experiencias Disney que le siguen, con Johnny Depp en diferentes caricaturas y momentos, son más de lo mismo: historias débiles, trilladas y pirotécnicas.
Pero calma, de corazón creo que el futuro de Burton es más esplendoroso, y quizás en 30 años más además de Batman estaremos alabando a Dumbo (2019), cinta que a fines de mes se estrena mundialmente y que, en el papel, cuenta con todos los elementos para que Tim renazca: un cuento circense, triste, maternal, fantástico, alocado y que representa al director con un elefante diferente, que solo quiere brillar desde su particularidad.