Muchas veces nos preguntamos —y me incluyo en esta duda- para qué sirve la letra H, la octava letra del abecedario español. En 2010, la RAE eliminó la CH como consonante, siendo así el único lugar donde obtenía un sonido propio. Es el único grafema, o unidad mínima e indivisible de la escritura, que no representa ningún sonido, aunque más de 2.000 palabras comienzan con esta letra.
Entonces, si el español es una lengua fonética, como estableció Antonio de Nebrija, autor de Gramática Castellana, quien postulaba que escribimos como pronunciamos y pronunciamos como escribimos, ¿para qué sirve la H?
Básicamente, según la Ortografía de la lengua española de la RAE, la H se ha mantenido en nuestro sistema ortográfico por razones etimológicas, o sea, relacionadas a su origen, o por su uso tradicional consolidado. Bueno, les contaré un poco sobre nuestra silenciosa compañera.
En un inicio, la H no era muda. Los primeros en hacer uso de ella, fueron los fenicios, el pueblo de la antigua civilización que nos enseñaron en el colegio y que vivía en el Mediterráneo. Ellos la habrían pronunciado como una J aspirada, según los actuales registros.
Luego, los griegos la adoptaron y le dieron la pronunciación como de una suave aspiración, más cercana a los que hoy conocemos. Por eso, hoy podemos encontrar palabras que fueron tomadas de esta gran civilización, o que tienen raíces en esa lengua, tales como hemi-, hidro-, hiper-, y que en español tienen la H silenciosa: hemiciclo, hidroavión e hipermercado, entre otras. ¿Se van dando cuenta que son palabras que conocemos y usamos? Bueno, tal vez no tanto hemiciclo, pero sí hipermercado.
Del griego pasó al latín, paso previo de su aterrizaje al español. En este proceso, el sonido de la H se fue suavizando cada vez más hasta desaparecer, lo que explica que las palabras con origen latino incluyan en su escritura una H, ya sea al inicio o al final. Ejemplo de esto son las palabras anhelar (del latín anhelāre), hiedra (hedĕra) o vehemencia (vehementia), las que tienen su origen en el latín y se han mantenido con su estructura a través del tiempo, casi únicamente por su uso.
El español no solo adoptó estas palabras con H, sino que también usó algunas palabras latinas que originalmente eran escritas con F. Esta inclusión ocurrió porque al hablar ya se usaba un sonido más suave y aspirado que se mantuvo hasta principios del siglo XVI, por lo que los textos literarios conservaban la ortografía original con la F en algunas palabras, las que posteriormente fueron reemplazadas por H. Y así se cambió de manera casi irreversible el sonido de dichas palabras.
Es por esto que podemos encontrar en textos como el Cantar del Mío Cid, La Celestina, en poemas de Garcilaso de la Vega, e incluso en La Araucana, el poema épico de Alonso de Ercilla y Zúñiga que cuenta la Guerra de Arauco entre españoles y mapuches, un montón de palabras que en la actualidad no se escriben, así como hermosa que era fermosa, y cuyo origen latino es de la palabra formōsus (hermoso).
Hay muchas otras palabras que el castellano ha tomado prestadas y cuyas H hemos silenciado. Según la RAE, encontramos principalmente palabras provenientes del árabe como alcohol, alhaja, azahar o rehén. También hemos heredado palabras del francés, como higiene y hotel, otras del inglés, como hamburguesa (aquí es muy fácil notar la diferencia entre el sonido original de la H, que sería como una jah inicial).
De lenguas más lejanas, como la japonesa, hemos adoptado palabras como harakiri; y desde el alemán, algunas derivadas de apellidos, como alzhéimer. Pero, sí aquí no ha terminado esto, hay algunas palabras con diferentes orígenes que hemos incluido y que mantienen su sonido original, como haiku, hámster o Hawái.
Como lo ven, a medida que una palabra “extranjera” se va usando más y más en español, pasa a ser adoptada, y en esa adopción algunas veces se modifica el sonido de origen y otras no.
Le llamaré a este uso de la H algo así como H indicativa (lo acabo de inventar, no me reten si no se llama así). Bueno, el asunto es que, en la antigüedad, las letras U y V se escribían igual: V. Esto generaba confusión porque no siempre se podía distinguir si se estaba usando la letra como consonante o como vocal.
Por esta razón, se comenzó a usar la H antes de la U para identificar el uso y sonido que se le debía dar a esa palabra. Por eso, palabras que originalmente no tienen H, actualmente sí la poseen, tales como hueso (ueso) y huevo (uevo). Imaginen que esas palabras se habrían visto escritas así: veso (ueso=hueso), y vevo (uevo=huevo). ¿Ahora entienden por qué necesitaban esa H?
Lamentablemente, no tengo cómo responder a esta pregunta con certeza. Puedo decir que el lenguaje, como todo lo que usa el ser humano, está en constante evolución, y tal vez, algún día en cientos de años, por no decir miles, exista una sola lengua con distintos dialectos por regiones del mundo.
Lo que sí puedo decir con certeza es que hay personas que buscan simplificar el lenguaje y la ortografía. Una de ellas es Karina Galperin, doctora en Lenguas y Literaturas Romances de la Universidad de Harvard, quien el año 2015 dio la charla “¿Ase falta una nueba ortografía?”, en TEDxRíodelaPlata.
Aunque el título de su presentación da para pensar que está mal escrito, es todo lo contrario. De hecho, Galperin explica por qué deberíamos simplificar nuestra ortografía y defiende el principio que Nebrija estableció en 1492: debemos escribir como pronunciamos y pronunciar como escribimos.
¿Qué opinan? Yo creo ser una romántica, que prefiere el lenguaje más tradicional que simplificado. Mal que mal, usé más de 90 veces la letra H en esta nota.