Si hay algo que nos caracteriza como latinoamericanos (además de los golpes de estado y nuestro gusto, según los españoles, por asesinar su idioma) es la riqueza de nuestra música y el sentimiento con el que nuestros artistas son capaces de cantar sus penas.
Penas por desamor, despecho, cantinas y abandono son, precisamente, las que hicieron famosos a artistas de la talla de Lucho Gatica, Zambo Cavero, Zalo Reyes, Chavela Vargas, Palmenia Pizarro, Lucho Barrios y Los Ángeles Negros, entre muchos otros. Artistas que a través de valses y boleros alcanzaron una época de gloria hace ya varias décadas, y que hasta hace no mucho parecían lamentablemente relegados a la nostalgia de gente mayor.
Hoy, sin embargo, gracias al trabajo de redescubrimiento hecho por músicos chilenos y del resto de Latinoamérica, los valses, boleros y tonadas han vuelto a cautivar a las audiencias masivas con sonidos y líricas remozadas, y un arrastre de público que no se había visto en décadas. Un arrastre que ha llevado a expertos como Mauricio Jürgensen a definir esta corriente musical como el nuevo pop de raíz.
Se trata de artistas de larga trayectoria, muchos de ellos consagrados, que, tras reencontrarse con la música que escuchaban sus padres y abuelos, se han volcado a revivirla con nuevas influencias.
Mientras Santiago se cae a pedazos por la lluvia, en la quietud de un antiguo departamento de Providencia, David “Rulo” Eidelstein (39) tiene su propio oasis. Sentado en su estudio casero, rodeado de instrumentos y máquinas de grabación, nos cuenta de su celebrado nuevo proyecto musical. Tras más de 20 años cultivando el funk, el soul y el hip hop, el icónico bajista de Los Tetas dio a su carrera un sorpresivo giro hacia el bolero y el vals peruano con el lanzamiento de su primer disco solista, titulado “Vendaval” (2016).
Con una rica mixtura que combina guitarras criollas y cajones peruanos con guitarras eléctricas y armonías vocales con reminiscencias de música negra, el debut en solitario de Rulo ha sido todo un éxito: al show de lanzamiento, realizado a tablero vuelto en el GAM hace pocos días, se suman cuatro nominaciones a los Premios Pulsar 2017 y una excelente recepción de parte de la crítica y de sus fans.
La inquietud de Rulo por crear “Vendaval”nació de un descubrimiento tardío, a su juicio, de la cueca chora y del folklore urbano.
“Yo tenía una idea súper ignorante de la cueca. Solamente conocía la caricatura que nos muestran, que es lo que casi todo el mundo conoce, y que es muy fome. Entonces descubrí este otro tipo de cueca y aluciné. Escuchando vals y cueca fui descubriendo este mundo perdido, que nos remite a otra época, a otro Chile, a otros tiempos, a ciertos barrios de Santiago y de Valparaíso: la Vega, Estación Central, las antiguas casas de putas, las cantinas, todo eso que es como un mundo perdido. Casi sin darme cuenta empecé a sentir una conexión con esa raíz y aluciné”, nos cuenta.
Hace muchos años que Rulo tenía ganas de empezar su carrera como solista, pero no había encontrado aún las canciones que le hicieran sentirse identificado realmente.
“Muchos años estuve haciendo canciones más soul, pero no me lograba encontrar al 100%, no encontraba un contenido que fuera significativo para mí. Es muy interesante que justo me haya pasado cuando dejé de mirar la música norteamericana y empecé a mirar la música chilena, ahí ocurrió algo que me hizo mucho más sentido.”
El trabajo de Rulo viene a sumarse a una corriente de cantautores chilenos que han redescubierto los boleros y valses peruanos que durante los años ’50 y ’60 sonaron con fuerza en nuestro país. Artistas como Ana Tijoux, Carlos Cabezas, Bloque Depresivo, La Big Rabia y Mon Laferte han destacado en la última década por reinventar, cada uno a su manera, la banda sonora de nuestro país.
Precisamente, su amiga Mon Lafertees otra destacada exponente de este revisionismo local. Su celebrada presentación en la última edición del Festival de Viña del Mar, la misma en la que invitó a Rulo a cantar La Joya del Pacífico, fue una inmejorable presentación en sociedad del trabajo que Laferte lleva haciendo en México, a través de la exitosa fusión de boleros, valses y rancheras con pop y rock.
Gran parte del éxito del folklore urbano en nuestro país se debe a su empatía con el público, que puede sentirse identificado con los relatos cotidianos de desamor presentados en las canciones. A diferencia de otros géneros más refinados e idealizados, las historias de los valses y boleros son por lo general relatos simples y directos, que presentan las penurias con frontalidad y elegancia.
Demian Rodríguez es el nombre artístico de Pedro Silva González. Con dos discos a su haber, ha sabido ganarse un respetado espacio en la escena nacional por su cuidada mixtura de ritmos latinoamericanos como el tango, el bolero, la bachata y el son cubano, que le han servido como vehículos para contar historias entretenidas y cargadas de sentimiento. “Es una mescolanza entre mis historias personales, algunas cosas que leo, lo que escucho y lo que imagino. Tiene todo que ver con mi vida personal, por eso es fácil y llega de una forma más directa, sin perder la poesía”, nos cuenta desde el otro lado del teléfono.
Luego de muchos años tocando de lunes a lunes en bares de la Quinta Región, Demian Rodríguez cuajó un estilo en el que se apropió con autoridad de la música con la que creció. Apropiación que lo llevó a China, a presentarse en el Festival de Artes de Beijing, y a ganar, contra todo pronóstico, el Premio Pulsar 2017 en la categoría de Mejor Cantautor.
Pero él no es el único “producto de exportación” en esta nueva corriente de folklore urbano. Bloque Depresivo, proyecto paralelo formado por integrantes de Chico Trujillo, nació durante una gira europea, y gran parte de su masificación se debe a registros en vivo de la banda durante un tour por Francia.
Pero si se trata de propuestas originales con proyecciones internacionales, La Big Rabia es una de las propuestas más innovadoras en su estilo. A través de su formato minimalista, que nos recuerda a The White Stripes y The Black Keys, La Big Rabia reúne la visceralidad del punk con la melancolía del blues y los boleros, con letras que hablan de existencialismo y amores fallidos. Tal ha sido su éxito que ya han realizado varias giras por Norteamérica y Europa.
La irrupción de artistas chilenos en este nuevo folklore urbano es parte de un movimiento mayor a nivel latinoamericano que, en pleno siglo XXI, busca reinventar los sonidos de nostalgia y cantina. La colaboración de artistas como la mexicana Lila Downs con el proyecto Roja y Negro de Ana Tijoux, y la participación estelar de Mon Laferte en el último disco de “La Santa Cecilia”, hablan de un reconocimiento a la incursión que nuestros artistas han llevado a cabo en esta nueva corriente de boleros, valses y desamores que, como jamás habríamos pensado, nos inyectan del deseo de gritar a toda voz: ¡YO LA AMABA!
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