Esto es lo que a todos nos enseñaron en la educación básica, cuando sentados al pupitre dábamos por cierta toda la información que recibíamos de nuestro instruido profesor de historia:
Un ambicioso caballero español, llamado Pedro de Valdivia, que había participado de la conquista del Imperio Inca en Perú, decidió venir a Chile en busca de oro, básicamente para hacerse rico y, de paso, dejarnos su religión. Entró a nuestro querido territorio, cruzó el ardiente Desierto de Atacama, pasó por el valle de Copiapó, luego por el de Aconcagua y llegó a lo que hoy es nuestra agitada capital, el valle del Mapocho, en diciembre de 1540. ¿Qué es lo que había aquí? Poco se nombra o poco interesa a la historia oficial: un par de caciques, un grupo de chozas, algunos cultivos y un peñazco seco llamado Huelén, al que el conquistador llamó Santa Lucía. ¿Algo más? Pues sí, toda la chismería en torno a los amoríos de Valdivia con Inés de Suarez (una mujer con la que no se casó y en eso ponía énfasis la profesora) y un tal Pedro de Gamboa que decidió darle forma de damero a la ciudad. Tomamos los apuntes, guardamos el cuaderno y lo archivamos en nuestras memorias para siempre.
Pero hay quienes se han atrevido a pensar un poco más allá, recabando y recolectando los escasos documentos y vestigios arqueológicos que no han sido destruidos por incendios, terremotos y torpes burocracias, llegando a conclusiones que a algunos nos impresionan. Esta es la historia de Rubén Stehberg, Jefe del Área de Antropología del Museo Nacional de Historia Natural, quien ha propuesto, con bastantes evidencias, que Santiago fue un importante centro administrativo del Imperio Inca.
En una entrevista a Alexis López Tapia, investigador de la sección de Geografía de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía, Stehberg relata la genealogía de los hechos que lo llevaron a tan arriesgadas conclusiones, las que le han valido variados desaires, incluso de connotados personajes como Sergio Villalobos (¿recuerdas el libro de historia del colegio? Sí, ese mismo).
Sucede que entre los años 1975 y 1976, en el marco de una excavación en el Pucará de Chena, actual comuna de San Bernardo, Stehberg postuló que la edificación tenía la labor de defender la ocupación incaica del valle del Mapocho de grupos hostiles que se encontraban al sur, “gente belicosa” que intentaba ingresar a la zona. Su grupo de investigación sabía que antes de la llegada de los españoles, existía en nuestra capital un gobernador importante de la casa real incaica llamado Quilicanta, lo que les parecía muy inusual en un lugar que, supuestamente, no tenía importancia para la organización incaica. Demás está decir que, como muchos saben, los incas llegaron hasta la zona central de nuestro país, eso son hechos conocidos y aceptados.
Entonces, Stehberg y su equipo se atrevieron a plantear un modelo de ocupación incaico del valle del Mapocho para ser utilizado como centro administrativo, algo muy novedoso, ya que consideraba al lugar un punto clave de avance hacia el sur del continente. Pero, ¿dónde estaba ese centro administrativo puntualmente? Era la pregunta que atormentaba las noches de Stehberg y compañía.
Fue entonces que el historiador Osvaldo Silva leyó sus conclusiones y las desechó de plano, afirmando que, de acuerdo a sus evidencias, en el valle del Mapocho había existido una ocupación muy tardía y débil por parte del Tahuantinsuyoo Imperio Inca, reafirmando así la versión tradicional sobre nuestro Santiago prehispánico. Esta fue la versión que prevaleció entre los académicos y que, año a año, siguió siendo contada a los poco entusiasmados alumnos en sus pupitres.
Pero sucedió algo en la vida de Stehberg que reavivó su visión de las cosas. En 1991, el historiador Leonardo León venía llegando del exilio cargado de nuevas ideas, había estado estudiando el tema desde el extranjero y tenía mucho que decirle a su viejo amigo. Contó entonces a Stehberg que había releído la Primera Acta del Cabildo de Santiago, en donde se hacía alusión a un “tambo grande” que se encontraba junto a una “plaza”, esto aclaró la mente del antropólogo: Pedro de Valdivia había fundado la ciudad de Santiago en este valle porque aquí se encontraba un kallanka o edificio público incaico, el que siempre se encontraba junto a una plaza. Stehberg insiste en que al nombrar un “tambo grande” se hace referencia a un edificio público, mientras que si se nombrara a un “tambo chico”, sólo se trataría de una posada caminera. Los ojos del antropólogo se volvieron a abrir al sentir que su teoría estaba siendo reafirmada.
En 2011, una conversación con otro amigo historiador, Gonzalo Sotomayor, avivó más su llama respecto al tema. Sotomayor le contó que había encontrado nueva documentación que afirmaba su teoría. Entre todo lo que había archivado, estaba el testimonio de un testigo de un juicio colonial que mencionaba que había llegado a Santiago a través del Camino del Inca, con los primeros conquistadores, y que la ruta podía recorrerse a partir de “los paredones viejos de las casas del Inca”. ¿Dónde se encontraban esos “paredones”? En la mismísima Plaza de Armas. Fue en este punto en donde, suponemos, a Stehberg se le heló la sangre: el centro administrativo inca localizado en el valle del Mapocho tenía su núcleo en la mismísima Plaza de Armas.
A partir de este nuevo hallazgo, Stehberg dio un nuevo vuelo a su investigación y publicó en 2012 y en conjunto con Gonzalo Sotomayor, su popular artículo Mapocho Incaico.Allí revela información y evidencia clave para comprender el pasado prehispánico de nuestra capital, pero esta vez en clave incaica. En octubre de 2014, Stehberg realizó una conferencia en el Congreso Nacional en la que presentó parte de la evidencia arqueológica recabada:
1. Ofrendas de Niños en las cercanías de Santiago:
el investigador y su equipo ya han detectado tres sitios arqueológicos del Tahuantinsuyo en las cercanías del valle, en donde hay presencia de ofrendas o sacrificios de niños a los dioses, algo que para muchos puede sonar aberrante, pero que constituía parte de su cultura y visión de mundo. En el cerro El Plomo, en el cerro Tren Tren (Doñihue) y en el “Cementerio Las Tinajas” (Quilicura), hay evidencia de que en el valle central existió población “incaizada” que seguía las costumbres de la gigantesca organización norteña, el Tahuantinsuyo.
2. Entierros de la elite inca en La Reina:
En la comuna de La Reina se encontró un verdadero cementerio inca a toda regla. No estamos hablando de poblaciones locales que seguían sus costumbres, sino entierros de la familia del Inca (rey de esa cultura)en el valle del Mapocho: bóvedas subterráneas a las que se accede a través de escalinatas en las que se han encontrado finas cerámicas. Lo más misterioso es un entierro, el más importante y alhajado de todos, en que en vez de esqueleto hay un muñeco de totora. ¿La teoría de Stehberg al respecto? Cree que se trata de la tumba de Quilicanta, el gobernador inca en el valle del Mapocho, cuyo cuerpo fue desmembrado por lo españoles y que, por lo tanto, no pudo nunca llegar a su eterno descanso.
3. Cambios en los ritos fúnebres de la población local:
Gerónimo de Vivar, un cronista español que llegó junto con Valdivia al valle del Mapocho, relata la particular manera en que las poblaciones locales enterraban a sus muertos. Asombrosamente para el equipo de Stehberg, estas costumbres coinciden con el ritual inca: al morir un hombre, era enterrado en su “heredad más preciada”, es decir, su chacra, el pequeño terruño que sembraba. En estos lugares eran depositados sus cuerpos junto a sus cántaros, cerámicas y ollas. Las costumbres antiguas se desechan y nuestros queridos santiaguinos prehispánicos comienzan a enterrarse al modo inca, al parecer, toda una moda en la época.
4. Las tres fortificaciones que defendían el centro administrativo inca en el Mapocho:
Mientras al sur de Santiago se han encontrado tres fortificaciones o Pucarásque en teoría defendían el centro administrativo inca, dentro del valle de Santiago no se ha detectado ninguno. ¿Conclusión de Stehberg? Las tres estructuras defendían a nuestros tátara tátara abuelos incaizados de las salvajes poblaciones resistentes que se ubicaban al sur de Angostura.
5. El Camino del Inca llega a Santiago
A través de una ardua investigación ,que ha sumado largas cabalgatas por la cordillera y el hallazgo de un par de mapas coloniales, Stehberg y su equipo han logrado visualizar la verdadera ruta del archifamoso Camino del Inca a través de nuestro valle. Muchos de estos caminos y senderos están hasta el día de hoy empedrados al modo incaico y son utilizados por quienes transitan a través de la alta cordillera.
6. Enormes acequias incas que irrigaban abundantes chacras
Este es uno de los hallazgos que más convencen a los escépticos. Resulta que los mapochoes, quienes vivían en nuestro valle antes de la llegada de los incas, tenían acequias y cultivos, pero, digamos, bastante humildes. En su dominio, los incas construyeron 3 enormes canales que irrigaban casi la totalidad del espacio que hoy conocemos como la ciudad de Santiago: la Acequia Madre de Guachuraba (27 km), la Acequia Vieja de Tobalaba (22 km) y la Acequia Vieja del Inga (31 km.). Así, cada vez que por mandato del Inca (o rey) se abría la tierra para crear una acequia en algún remoto lugar del Tahuantinsuyo, era él mismo quien estaba penetrando a la Pachamama (o Madre Tierra), quién daría abundantes frutos como recompensa cuando fuera regada por el semen (agua de regadío) del Inca. Eeew.
7. ¿El Tahuantinsuyo refundado en el sur de Chile?
Stehberg acaba su exposición citando a Tom D. Dillehay, quien señala que es probable que, a la llegada de los españoles al valle del Mapocho, la población “incaizada” que habitaba el lugar se haya trasladado al sur de Chile, específicamente a la zona de Lumaco y Purén, en donde, textualmente, habrían intentado refundar el Tahuantinsuyo. Cuando los españoles viajaron a la zona, hablaron en las crónicas de un “Estado Araucano”, pero, de acuerdo a Stehberg, se trata realmente de un intento por resucitar la grandeza de la organización inca. ¿Qué dicen, sureños? Casi fueron sede del Tahuantinsuyo.
La propuesta de Stehberg y su equipo resulta novedosa, no solamente para quienes se dedican a la historia, a la antropología o a la arqueología, sino para el entendimiento público sobre la historia de nuestro querido Santiago. ¿Nuestra historia comenzó con la llegada de Diego de Almagro y Pedro de Valdivia? ¿Ese es nuestro Génesis, el inicio de todo? Estudios como éste le dan importancia a nuestra historia prehispánica, visibilizando a aquellos que vivieron antes de la llegada de los europeos.
Pues no, aquí existieron hombres y mujeres que vivieron y lucharon por sobrevivir muchísimo antes de la llegada de los europeos, mapochoes que debieron lidiar con los gigantes del norte, los incas, que llegaron a imponer sus instituciones y rituales. De acuerdo al análisis de Stehberg, su dominio fue en parte exitoso y nuestra ciudad lucía bastante parecida a una ciudad incaica incluso 8 años después de que el Tahuantinsuyo hubiese caído en el Perú. Los conquistadores habrían utilizado a su favor la infraestructura que ya existía en la zona y se asentaron en un lugar habitable y amable, con profusos canales de regadío, una tierra fértil que les brindaba alimentos y una institucionalidad que facilitó sus principales edificios para refugio y dominio de los recién llegados extranjeros.