*Esta nota fue originalmente publicada el 14 de enero de 2018.
Son pocas las figuras femeninas que podríamos asociar a Malala, quien a los 11 años comenzó a escribir bajo un pseudónimo sobre cómo era vivir bajo el régimen talibán, con la idea de defender los derechos civiles de las mujeres. Seis años después, fue galardonada con el premio Nobel de la Paz y ya es una de las activistas más reconocidas del mundo. ¿Qué sucedería si incentiváramos a las niñas a hablar sin avergonzarse o realizar tareas asociadas al género masculino?
Antes de que Caroline Paul se convirtiera en una escritora que relata sus innumerables aventuras, fue una de las primeras mujeres en ser bombero en San Francisco y luego instructora de paracaidismo. “Amigos, conocidos y desconocidos, hombres y mujeres a lo largo de mi carrera me preguntaban una y otra vez: Caroline, todo ese fuego, todo ese peligro, ¿no te da miedo? Honestamente, jamás escuché a un bombero que le preguntaran eso, y me dio curiosidad. ¿Por qué no se esperaba valentía de una mujer por parte de las mujeres?”, dice en una charla TED.
Caroline relata su sorpresa cuando se realizó un estudio que involucraba un tubo de bomberos. Sí, un tubo.
Los investigadores notaron que las niñas eran advertidas numerosas veces por sus padres sobre el riesgo que significaba treparlo. Pero a los niños se les animaba a jugar, e incluso les enseñaban cómo usarlo. Esto demostró que los padres veían a sus hijas como seres más frágiles, que necesitaban ayuda, mientras que los hombres podrían dominar las tareas difíciles por sí mismos.
Sin embargo,cuenta que la realidad demuestra que las niñas son más fuertes hasta la pubertad pero se les está enseñando a ser tímidas, sobre todo al advertirles sobre el riesgo físico. Por lo mismo, al crecer las mujeres muestran vacilación al hablar, deferencia a fin de gustarle a los demás y falta de confianza en sus propias decisiones.
Caroline ejemplifica con su propia experiencia.
Desde que era pequeña estaba obsesionada con romper un récord Guinness, pero dice que no poseía ningún talento. Pensó en batir un récord que consideraba fácil: gatear más de 20 kilómetros. Convenció a una amiga a participar y no consideraron necesario entrenar, pero en el inicio se percató de los problemas, ya que los jeans le irritaban las rodillas y sentía que le quemaban. De pronto comenzó a llover y su amiga desertó. Caroline comenzó a alucinar, pero siguió adelante, luego de 12 horas recorrió 8 millas y media, aunque no logró batir el récord. “Por muchos años, pensé que esta era una historia de fracaso. Pero hoy lo veo de otra manera. Al intentar el récord mundial estaba tratando de hacer tres cosas fuera de mi zona de confort: recurriendo a mi poder de resiliencia, buscando confianza en mí misma y también en mis decisiones. Esos no son atributos del fracaso, son atributos de valentía”, comenta.
Propone cuatro pilares para ayudar a las niñas:
1. Convertirlas en valientes. La valentía se aprende, y como todo lo aprendido, solo se necesita práctica. Hay que animar a las niñas a andar en patines, subir árboles, y trepar postes de bomberos.
2. Dejar de alertarlas solo porque sí. Prestar atención la próxima vez que un adulto diga: “Cuidado, te vas a lastimar” o “No hagas eso, es peligroso”, ya que a menudo lo que se les está diciendo es que no deberían esforzarse, que no son lo suficientemente buenas, que deberían tener miedo.
3. Las mujeres adultas también deben poner en práctica la valentía. No se puede enseñar si no lo aprenden de quienes son sus modelos a seguir.
4. Guiarlas para que usen su valentía. Si una niña en una bicicleta se enfrenta a una subida empinada, debe concluir que es difícil de subir a través del coraje, de probar, y no del miedo. Para Caroline, lo importante es que ellas evalúen los peligros de los que no se las puede proteger o guiar todo el tiempo, tal como sucederá en su vida adulta.
Reshma Saujani es otra mujer que busca empoderar a las más pequeñas. Esta abogada fundó en 2012 el programa “Girls Who Code” (Niñas Que Codifican). Su idea era iniciar a chicas en el mundo de la informática y le resultó bastante bien: en la actualidad cuenta con patrocinadores como Google y Twitter e ingenieros mentores de Facebook y AT & T.
Reshma cuenta que codificar es un constante proceso de ensayo y error, por lo que esta actividad requiere perseverancia e imperfección. Principalmente cree que el problema está en que a las niñas se les enseña a evitar riesgos y sufrir fracasos, jugar de manera segura, sonreír, sacar notas sobresalientes. Sin embargo, a los chicos se les permite tirarse de cabeza y jugar rudo, entonces cuando son adultos ya están acostumbrados a asumir riesgos ya sea invitando a salir a una chica o al comenzar proyectos importantes.
A la hora de programar, en un principio, las niñas tienen temor de no estar haciendo las cosas bien, de cometer errores. Habitualmente la primera semana llaman a sus profesoras y les dicen que no saben qué código escribir… pero cuando sus mentoras presionan la tecla deshacer, se dan cuenta que las estudiantes escribieron códigos pero los borraron de inmediato. En vez de mostrar su fracaso, prefieren mostrar una página en blanco.
“Algunas personas se preocupan de nuestro déficit federal, pero yo me preocupo por nuestro déficit de valentía. Nuestra economía, nuestra sociedad, está perdiendo, porque no educamos a nuestras niñas para ser valientes. Por este déficit de valentía las mujeres están subrepresentadas en CTIM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas), en juntas ejecutivas, en el congreso, y en casi en todos lados donde miremos”, dice Saujani.
Según la abogada, hay que enseñar a las chicas a ser valientes en las escuelas y al principio de sus carreras, cuando hay más potencial de impactar sus vidas y la de otros. Mostrarles que las vamos a aceptar no por ser perfectas, sino por ser valientes.