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Se trata de la Rapsodia Húngara #2, una de las obras más trascendentes de la historia de la música, y que en nuestros tiempos cobró nuevas fuerzas al ser utilizada en 1946 por Warner Bros. para el cortometraje de Bugs Bunny Rhapsody in Rabbit, y por MGM para el galardonado cortometraje de Tom & Jerry, The Cat Concerto, ese mismo año. Obviamente ambas productoras se acusaron mutuamente de plagio y la controversia, que nunca fue del todo resuelta, es recordada hasta día de hoy como una de las anécdotas más sabrosas de la historia de los dibujos animados.
Pero hoy no venimos a hablar de esta controversia, sino de la música sobre la que ambos cortos se basaron, y más específicamente, sobre su autor: Franz Liszt, la primera superestrella de la historia.
Franz Liszt fue (y sigue siendo) uno de los pianistas más grandes de todos los tiempos. Nació en la localidad húngara de Raiding, en lo que hoy es Austria, en 1811. Bajo la tutela de su padre Adam Liszt (un músico aficionado con estudios en cello, órgano, piano y guitarra, cercano a Haydn, Hummel y Beethoven) comenzó sus estudios a los siete años de edad.
Rápidamente demostró habilidades de niño prodigio, por lo que, tras sorprender a la aristocracia en un concierto para la familia Esterházy, recibió el apoyo económico de algunos magnates húngaros para ir a estudiar música a Viena. Tenía tan solo nueve años.
Durante su infancia se movió por varias ciudades, primero estudiando en Viena y luego en París, pero además ofreciendo conciertos en varias ciudades del área que hoy pertenece a Alemania.
Un punto clave en su carrera llegó a los 20 años de edad, tras ver por primera vez en vivo al violinista italiano Niccolò Paganini. El virtuosismo del italiano, y su sentido de espectáculo, motivaron a Liszt a convertirse en “el Paganini del piano”, por lo que aumentó sus horas de estudio y comenzó a trabajar más decididamente sus habilidades como compositor y como showman.
Sin embargo, sus primeras obras no fueron bien recibidas. De hecho, ninguna imprenta quería publicar sus partituras porque ya se había generalizado la opinión de que Liszt no tenía talento como compositor.
Con la ayuda de algunos colegas músicos, como Schumann, que escribió buenos reviews (bueno, reseñas) de sus conciertos en la prensa, y Mendelssohn que le organizó conciertos en Leipzig, Liszt logró poco a poco revertir el mal comienzo y forjarse un nombre respetado en el ámbito de la música docta. Con el tiempo sus conciertos comenzaron a ser cada vez mejor recibidos.
En 1839 Liszt comenzó a viajar regularmente por toda Europa y por partes de Asia Menor, realizando conciertos de piano en los que, en solitario, interpretaba obras suyas y de otros autores. Sus conciertos no se parecían a nada que se hubiera visto antes.
Además de que los conciertos solistas de piano eran una rareza, y de que su virtuosismo y ejecución eran impecables, Liszt se hizo conocido por abandonar el recato habitual del concertista de piano y adoptar un estilo histriónico y carismático que rápidamente llamó la atención de la audiencia. Subía al escenario sin partituras, tocando obras completas de memoria (lo cual era visto como una falta de respeto en aquel entonces), y se ubicaba de perfil, para que todos pudieran ver sus gráciles movimientos y el incesante vuelo de su cabellera. Además de poseer una gran belleza física, tenía una habilidad innata para seducir a la audiencia, como el líder carismático de una secta o un popular orador político. Era capaz de llevar a sus fans a los estados más irracionales con solo aparecer en escena.
Franz Liszt en 1843. |
El efecto de Liszt en el público fue algo inédito para la época: mujeres gritando histéricas al verlo, fanáticas peleándose a golpes por recoger la cola de su cigarro, desmayos durante sus conciertos… Todo lo que hoy nos recuerda a fenómenos como la Beatlemanía y las Beliebers, pero en un tiempo en el que no había medios de comunicación masivos ni estrategias de marketing destinadas a crear nuevos ídolos pop. Lo de Liszt era espontáneo y natural, y eso, más que sorprendente, resultaba preocupante.
La Dra. Ruth Deller, académica en el área de medios y comunicaciones de la Sheffield Hallam University de Inglaterra, y experta en comportamiento de fans, comentó a la BBC que “algunas de las actividades que los fans llevan a cabo hoy, podemos identificarlas en los fans de Franz Liszt en la época. Aquellas reacciones físicas y emocionales, los gritos, las aclamaciones y los desmayos de sus fans, y la devoción de seguirlo a los distintos lugares en los que se presentaba. Esa clase de actividades han estado tipificadas durante mucho tiempo como parte del fandom, y siguen estándolo al día de hoy.”
Para hacer un símil: cuando hablamos de la Beatlemanía de los años '60 nos encontramos ante un concepto y un fenómeno casi puramente social. Pero a mediados del siglo XIX, en el apogeo de la Lisztomanía, el sufijo “manía” era una categoría propia del campo de la medicina (junto con la histeria, la locura y muchas otras conceptualizaciones que posteriormente serían llevadas al campo de las ciencias humanas), por lo que el uso de este concepto, más que describir un comportamiento de masas, era en realidad el rótulo de una “nueva enfermedad” que preocupaba a algunos sectores de la población. Incluso se temía que pudiera ser contagiosa.
El primero en utilizar el concepto “Lisztomanía” fue el poeta alemán Heinrich Heine en 1844, para uno de sus folletines sobre música. Su artículo reflexionaba sobre esta nueva enfermedad, y ahondaba en la búsqueda de una explicación racional.
"¿Cuál es la causa de este fenómeno? La solución a estas cuestiones pertenece al dominio de la patología, más que al de la estética. Un médico con especialidad en enfermedades femeninas, al que le pedí que explicara la magia que Liszt ejerce sobre la audiencia, sonrió de la forma más extraña posible, a la vez que pronunció toda clase de cosas sobre magnetismo, galvanismo, electricidad, y el contagio en un salón cerrado con luz de velas, y los cientos de perfumados humanos en su interior, de la historia de la epilepsia, del fenómeno de las cosquillas, de las cantaridinas y otros escabrosos asuntos que, yo creo, hacen referencia a misterios de carácter divino (Nota de traducción: WTF?!). Quizás la solución a la pregunta no está enterrada en tan aventurosas profundidades, sino en una prosaica superficie. Me parece más bien que toda esta magia podría ser explicada por el hecho de que nadie en la tierra sabe organizar sus éxitos y su puesta en escena como lo hace Franz Liszt.”
Otra explicación al fenómeno de la Lisztomanía proviene del contexto social que se vivía por entonces en Alemania. El musicólogo Dana Gooley, autor del libro The Virtuoso Liszt, apunta que el fenómeno de la Lisztomanía se vivió mucho más fuertemente en Berlín y el norte de Alemania, mientras que en el sur solo existieron casos aislados. En la situación de aquel entonces, en la que los alemanes eran extremadamente conservadores y reprimidos, la apertura emocional de Liszt sobre el escenario significaba un destape y una liberación desmedida de toda clase de impulsos. Esto, sumado a las políticas del rey Federico Guillermo IV de Prusia, que pusieron a la caridad y las reformas sociales en primera plana, hicieron aun más querido a Liszt. Su entrega con sus fans, y su filantropía fuera del escenario, eran un ejemplo a seguir para los alemanes de la época.
Como todo rockstar, a Liszt le gustaba su estatus de superestrella, pero a medida que fue alcanzando una edad más madura la banalidad de la fama terminó por aburrirlo, y se enfocó en trabajar por crear un legado un poco más profundo. Pasados los 30 años, Franz Liszt dejó sus intensas giras como pianista y se dedicó a trabajar como director de orquesta.
En palabras del destacado pianista Stephen Hough para NPR: “Antes de Liszt, el director estaba solo para facilitar la interpretación, manteniendo a la orquesta afiatada, marcando el tempo e indicando las entradas. Después de Liszt, no fue más así: el rol del conductor pasó a ser el de alguien que forma la música con intensidad, que toca a la orquesta como si fuera un instrumento.”
Franz Liszt falleció en 1886, a los 74 años de edad. La causa oficial de muerte fue una neumonía, pero más específicamente, su salud se vio afectada por una serie de fallas cardíacas, respiratorias y motoras que lo aquejaron en sus últimos meses. Su catálogo de composiciones supera las 1.400 creaciones, y su revolucionaria forma de tocar, hacen que hoy no haya pianista clásico en el mundo que se encuentre libre de la influencia de Liszt.