La chaqueta amarilla es el típico bicho invasor mala onda. En las zonas rurales molestan a la gente e incluso se meten en los platos de comida. Además, ni siquiera polinizan flores como sus buenas primas lejanas, las abejas. Pero como todo en la vida, no es bueno generalizar. Y es que cada vez hay más científicos que aseguran que no todas las especies invasoras son malas para el ecosistema al que llegan.
Pero primero que todo: ¿qué es una especie invasora? Aunque la distinción entre especies nativas y no-nativas data desde el siglo XVIII, el término recién se acuñó el año 1958 en el libro The Ecology of Invasions by Animals and Plants (o “La ecología de las invasiones de animales y plantas” en español). Y en parte, lo militarizado de la palabra “invasión” se debe a que el concepto nació en la era posterior a la Segunda Guerra Mundial.
De todos modos, a lo que se refiere es a la introducción de animales, plantas u organismos en zonas que no pertenecen a su distribución original o habitual. Pero en la realidad, no siempre son consideradas una “invasión” desde el punto de vista militar. De hecho, algunas veces ayudan al ecosistema donde llegan y en ocasiones, pueden incluso llegar a formar alianzas con las especies que ahí habitan.
Desde el Laboratorio de Investigación Sax de la Brown University, aseguran que el paradigma que rige en estos momentos sobre esta materia es “frente a la duda, mátalo”.Algo que, de acuerdo a la institución, tiene más que ver “con la xenofobia que con la ciencia”.
Sobre todo si se considera que el desplazamiento de especies a través de distintas zonas es un fenómeno que ha ocurrido siempre. Y que particularmente ahora, con la globalización, es imposible de frenar completamente (especialmente si le sumamos a eso el cambio climático y la migración de especies que esto desencadena).
Y la verdad es que hay una gran evidencia de especies que han llegado a zonas donde no pertenecían originalmente a mejorar el panorama. Un ejemplo es la incorporación del eucaliptus en el estado de California, en Estados Unidos. El árbol, que llegó hace más de 150 años al lugar, sirve de refugio para las mariposas monarcas durante el invierno. De hecho, son su planta favorita en esta estación.
Otro caso se da en España, con el cangrejo de río. Aunque muchos sostienen que el animal es autóctono de la zona, la evidencia histórica asegura que el crustáceo fue importado desde Italia, a través de una solicitud del rey Felipe II a fines del siglo XVI. Y tiene a varios felices: aparte de ser consumido por las personas, el cangrejo de río sirve como presa para los pájaros marítimos, incluyendo a algunos que se encuentran en peligro de extinción.
También, en varios estados del oeste de Estados Unidos se gasta una fortuna tratando de eliminar al arbusto tamarix, por ser una planta “invasora” (ya que en realidad proviene de África y Asia). Se cree que acapara el terreno en donde crece y que daña a las especies nativas de la zona. Pero el científico Julian Olden, de la Universidad de Washington, asegura que en realidad el tamarix en California ha logrado crear una alianza con el pájaro mosquero saucero, sirviéndole como refugio.
Eso sí, todo este tema plantea una duda casi filosófica: ¿acaso no estamos determinando la calidad de “invasora” de una especie desde un punto de vista antropológico? Si la madre naturaleza es tan sabia, ¿quiénes somos nosotros para determinar dónde y cómo se deben desarrollar las especies? ¿Es que hay realmente plantas y animales "malos" y otros "buenos"? ¿No somos nosotros mismos especies invasoras (y peores que todas)?
Y la relatividad del asunto puede ser graficada a través de una paradoja expuesta por la publicación The conservation paradox of endangered and invasive species (o “La paradoja de la conservación entre especies invasivas y en peligro”). Ahí se presenta el caso del pino de Monterrey, un árbol que se encuentra en peligro en México y California, pero en que en Australia y Nueva Zelanda es considerado una peste.
Lo mismo pasa con el carnero de Berbería. El bovino es una especie en peligro en Marruecos, pero en otros lugares como las Islas Canarias, la población de este animal crece a un ritmo alarmante, lo que hace que no sea muy querido.
De todos modos, no se puede ignorar que en varios casos los “invasores” sí representan una amenaza para los ecosistemas. Según el primer catastro de especies invasoras en Chile, realizado en el 2014, en el país existen 128 especímenes de este tipo. Y de ellos, 27 son considerados de alto riesgo para la biodiversidad. Algunos corresponden al castor, el aromo, el visón, la chaqueta amarilla, el jabalí y los conejos.