A los dos años de edad, el pequeño Jacob Barnett de Indiana, Estados Unidos, fue diagnosticado con autismo severo, trastorno complicado y de difícil tratamiento, que lo dejó sin habla y desconectado del mundo. Se pensó que no presentaría mejoras, que los tratamientos existentes no darían efecto y que el pequeño nunca podría llevar una vida normal.
Su madre cuenta que Jacob pasaba horas concentrado en las sombras de su pieza, sin mover un músculo o mirando su mantita, sin responder a ningún estímulo exterior. Asustados, comenzaron a llevarlo a cientos de doctores especialistas, quienes, tras diagnosticarlo con autismo, les recomendaron integrarlo a un establecimiento educacional especial para niños con Asperger.
“Fue un diagnóstico muy difícil y desconcertarte. Jacob era un pequeño feliz y lleno de energía, y lentamente empezó a retraerse de nuestro mundo y a compenetrarse en esta clase de juego solitario. Fue devastador para todos, pero entendimos que el juego solitario era valioso y que los niños con autismo no están perdidos, sólo están pensando de una manera más profunda y sofisticada”, cuenta su madre en este pequeño documental.
La vida de Jacob comenzó a llenarse de exámenes y terapias. Jacob pasaba rodeado de expertos en educación especial que le guiaban en una terapia interminable con estrictos ejercicios, centrados en desarrollar sus habilidades más básicas. Y, al no ver grandes avances, le dijeron a su madre que era muy probable que el pequeño jamás aprendiera a leer, ni a practicar rutinas tan básicas de la vida diaria como abrocharse los cordones de sus zapatos o lavarse los dientes. Pero su madre, Kristine Barnett, decidió retirarlo del colegio y educarlo en su casa, estimulándolo ella misma, a pesar de que todo el mundo la criticó por su decisión.
Kristine decidió seguir su intuición y se enfocó en estimular los gustos de Jacob, respetando sus tiempos y sus silencios, sin imponerle ningún tipo de aprendizaje, porque veía que de esta forma el pequeño se descompensaba, bloqueándose por completo y aislándose cada vez más.
Paseaban por las calles de Indiana a diario, y notó cómo el menor de tres años observaba cada detalle, memorizándolo de inmediato, para luego reconstruir la arquitectura y las calles con palitos en su casa sin equivocarse jamás. Se interesó también por los rompecabezas, resolviendo puzles de 5 mil piezas.
Luego, a los cuatro años, Jacob se aprendió el mapa completo de Estados Unidos y podía interpretar una pieza de música clásica en el piano tras haberla escuchado una sola vez y sin que nadie le hubiera enseñado tocar.
Un día, Kristine decidió pasar un tiempo a solas con su hijo, y lo llevó de picnic a mirar las estrellas desde el capó de su auto. Le llamó la atención cómo el menor se emocionaba al verlas, cerrando sus ojos como si intentara memorizarlas. Y así, con la intención de motivar su gusto por el universo, le compró libros relacionados al tema, los que el niño devoraba en segundos. Un día lo llevó al planetario local y de un segundo para otro, Jacob alzó la mano para responder a todas las preguntas que un profesor hacía a un grupo de estudiantes. Eran complejos ejercicios de física que un niño de cuatro años era imposible que pudiera entender, ni mucho menos resolver.
Y así Jacob comenzó a hablar nuevamente, y no sólo en inglés, sino que en cuatro idiomas; y dejó de dormir, pasando sus noches en vela resolviendo elevadas ecuaciones matemáticas en las ventanas de su pieza.
Otra vez asustada por el insomnio de su hijo, y a la vez impresionada por su obsesión con el universo y las ecuaciones, Kristine decidió recurrir a un famoso astrofísico para contarle sobre su hijo y ver qué pensaba al respecto. Envió una carta a Princeton con los apuntes que iba haciendo Jacob, y un astrofísico le respondió diciendo que sus teorías tenían todo el sentido del mundo, que eran correctas.
Luego Kristine, al ver que Jacob construía una serie de modelos matemáticos sobre la Teoría de la Relatividad decidió enviar a Princeton un video en el que Jacob relataba su versión de la teoría de la relatividad y recibió la respuesta del astrofísico Scott Tremaine que señaló que su teoría, no sólo tenía todo el sentido del mundo, sino que además era de una originalidad sin antecedentes en las investigaciones contemporáneas, la que, de resolverse, le llevaría sin duda al Premio Nobel.
Por curiosidad, expertos le midieron el coeficiente intelectual, y los resultados fueron asombrosos. El pequeño de cinco años arrojó un resultado de 170, 10 puntos más altos que el propio Albert Einstein.
Cuando Jacob cumplió 9 años, y ya había cumplido sus estudios secundarios desde su casa con exámenes libres; su madre decidió llevarlo de oyente a unas clases de Física, Matemáticas y de Astronomía en una Universidad de su ciudad. Se sentaba atrás en la última fila y contestaba todas las preguntas de los profesores, sin equivocarse jamás.
Y así, a los 11 años, mientras Jacob seguía desarrollando ecuaciones físicas por las noches, decidieron que ya era hora de matricularlo en la universidad. Fue rápidamente aceptado en la Universidad de Indiana, y un año después ya estaba recibiendo sueldo por su trabajo como profesor adjunto, ayudando a los demás alumnos de la universidad en sus trabajos; y enfocado en la investigación en el campo de la Física de la Materia Condensada, trabajo que le valió un récord: convertirse en el investigador de astrofísica más joven del mundo, y publicaciones en las más prestigiosa revistas científicas del mundo.
Kristen decidió publicar un libro sobre su hijo y en la introducción cuenta una de las primeras experiencias de Jacob en la universidad. El episodio cuenta que un profesor se acercó a la madre del pequeño, y le dijo: “Señora Barnett, llevo tiempo queriendo decirle lo mucho que disfruto teniendo a su hijo en mi clase. Está sacando lo mejor de todos los alumnos; no están acostumbrados a ser superados de esa forma. Para ser honesto ¡ni siquiera sé si voy a ser capaz de seguir su ritmo!” ¿Cuál fue la respuesta de la madre? “Oh, Dios mío, acaba de resumir la historia de mi vida”.
"La historia de Jake es importante para todos los niños. Aunque mi hijo tiene unas dotes únicas, su historia demuestra que es posible dar con aquello que resulta extraordinario en nosotros y hasta apunta a la posibilidad de que el 'genio' no sea tan raro como creemos. Si consigues alimentar la chispa que todo niño lleva dentro, concluye, los resultados siempre van a ser mucho mejores de lo esperado", cuenta Kristine.
Tras finalizar su carrera de forma sobresaliente, Jacob estudió un doctorado en física cuántica. Hoy continúa haciendo clases en la Universidad de Indiana y quiere dedicarse a la investigación. Curiosamente quienes lo conocen, aseguran que una de sus habilidades más grandes es la facilidad que tiene de exponer y de enseñar a otros; realidad completamente opuesta a lo que se sabe de un niño autista.
“Por qué nos empeñábamos en arreglar a Jacob?, cada vez se encerraba más en sí mismo, se acurrucaba entre libros en los rincones de la casa y ya no jugaba con sus amigos. El secreto para ayudarle a brillar fue centrarse en los aspectos positivos de Jacob y permitir al niño hacer lo que mejor sabía: llenar el suelo y las paredes de modelos matemáticos”, expresa su madre.
Jacob cuenta con una página web y un canal en Youtube en el que sube sus estudios y ecuaciones matemáticas, enseñándolas a resolver. Participó en una charla TED, en la que invita a la gente a dejar de enfrascarse en lo aprendido o lo impuesto, invitándolos a pensar de manera individual, a cuestionarse las cosas de acuerdo a nuestras propias inquietudes y curiosidades, y a seguir sus gustos y pasiones.
Sus dos hermanos menores también tienen un coeficiente de inteligencia elevadísimos y al igual que Jake, ambos están estudiando precozmente en la universidad, uno estudia Meteorología y el menor Bioquímica. Sus padres abrieron un centro comunitario en Indiana, para acompañar y estimular a niños con autismo, al que Jacob asiste con frecuencia para apoyar a los niños y para jugar básquetbol con ellos.
Hoy Jacob está trabajando en una ampliación para la Teoría de la Relatividad de Einstein, que de lograrlo, le valdría el Premio Nobel. Y quizás pronto veamos la historia de este pequeño genio en las pantallas, ya que la Warner Bros está interesada en hacer una película sobre la vida de Jacob.
¿Te parece correcta la decisión de aprendizaje que optó esta madre para su hijo autista?