El 27 de junio, Anthony Kennedy, uno de los nueve jueces de la Corte Suprema de Estados Unidos, anunció su más que merecido retiro. Mal que mal, el abogado californiano estuvo los últimos 30 de sus 81 años de vida influyendo directamente en las decisiones constitucionales más importantes de la historia de su país.
Su anuncio no pasó desapercibido en los círculos políticos estadounidenses.
Los republicanos –en el poder bajo el liderazgo del presidente Donald Trump- se frotaron las manos con optimismo. Y a los demócratas, la noticia les cayó como un balde de agua fría. ¿Por qué?
Porque la decisión de Kennedy le da la oportunidad a Trump de crear una mayoría conservadora de cinco miembros en la Corte Suprema, inclinando la balanza a su favor para legislar según sus preferencias en distintos temas, con influencia directa en la vida de millones de personas. Y por décadas.
El máximo tribunal de Estados Unidos cuenta con nueve jueces, manteniendo un número impar para que no haya empates en las decisiones. El cargo es vitalicio y los mismos jueces deben elegir su fecha de retiro en caso de que así lo deseen.
Es el presidente quien –de existir alguna vacante- debe nombrar a alguien que represente a sus intereses y los de su partido en el tribunal. Aun así, la balanza entre los representantes demócratas y republicanos, los principales partidos del país, se ha mantenido generalmente equilibrada a lo largo de los años.
Barack Obama (2009-2017), nombró en 2009 a Sonia Sotomayor, la tercera mujer que ocupó un cargo en la Corte y la primera en la historia de origen hispano. George W. Bush (2001-2009), nombró al republicano John Roberts, actual presidente del tribunal. Su antecesor, Bill Clinton (1993-2001), nombró a la jueza Ruth Bader Gingsburg, quien se ha destacado por luchar por la igualdad de género y los derechos sociales (ojo, con la película que se estrenará sobre su vida). Y así.
Actualmente, hay cuatro jueces conservadores: John Roberts, Clarence Thomas, Samuel Alito y Neil Gorsuch. Y cuatro liberales: Stephen Breyer, Sonia Sotomayor, Elena Kagan y Bader Ginsburg.
Los expertos aseguran que una corte balanceada en posiciones es clave para avanzar en los reconocimientos de distintos grupos de la sociedad estadounidense, aunque como su número total es impar (nueve), siempre habrá cierta tendencia con mayor peso.
El nuevo integrante sin duda se unirá a las filas más conservadoras de la Corte. El mismo Kennedy fue nominado en 1988 por el presidente republicano Ronald Reagan con esa intención.
Pero Kennedy tenía una particularidad. Era conocido por ejercer un “voto péndulo”, es decir, sus fallos apoyaron causas conservadoras pero también liberales, por lo que su voto fue decisivo para ambos bandos y el juez se convirtió en una figura clave dentro de la Corte. Hay dos ejemplos que ilustran el caso.
Su voto fue fundamental para proteger una decisión en el polémico caso Roe vs. Wade, que reconoció el derecho de una mujer a practicarse un aborto, en 1973. Ese dictamen de la Corte, fue interpretado en 1992 como la despenalización del aborto para los 50 estados de Estados Unidos.
Otro ejemplo sucedió en 2000, cuando George W. Bush se convirtió en presidente luego de unas reñidísimas elecciones presidenciales contra Al Gore. Kennedy permitió que se diera por finalizado el recuento de votos en el estado de Florida, otorgándole así el triunfo el candidato republicano.
La suma de ambos casos ilustra que la tendencia ideológica de Kennedy no siempre primaba, haciendo prevalecer sus convicciones por sobre la política.
Donald Trump ya había tenido la ocasión de posicionar a un juez de su preferencia dentro de la Corte Suprema, luego de la inesperada muerte de Antonin Gregory Scalia, en 2016. Poco después de asumir su cargo, en enero de 2017, postuló a Neil Gorsuch, un conservador conocido por tener una fuerte postura religiosa. Y el cambio en las fuerzas se hizo sentir.
El antecedente más concreto, fue la decisión de la Corte de avalar el veto de Trump a los inmigrantes de cinco países de mayoría musulmana, que el tribunal zanjó a favor del mandatario, como también su política de mano dura con la inmigración, a fines de junio.
Esta vez, el presidente estadounidense designó a Brett Kavanaugh para reemplazar a Kennedy en la Corte. El abogado de 53 años, ha estado por 12 años en el Tribunal de Apelaciones de Washington DC, pero también trabajó en el gobierno de Bush y como asesor del abogado independiente Kenneth Star, quien lideró las investigaciones que llevaron a un juicio político a un entonces presidente Bill Clinton.
Kavanaugh tiene un historial de votos conservadores ligados especialmente a la libertad religiosa, la Segunda Enmienda (la que protege el derecho del pueblo estadounidense a poseer y portar armas) y la autoridad presidencial.
"Es un jurista brillante con un estilo de escritura claro y eficaz, considerado universalmente como una de las mentes legales más finas y más definidas de nuestro tiempo", dijo Trump al momento de nominarlo.
La nominación del nuevo juez de la Corte Suprema, debe superar un proceso de audiencias que debe ser aprobado por el Senado estadounidense. Los republicanos intentan que éste finalice antes de las elecciones de medio término (o legislativas), que se realizarán en noviembre y que podrían volver a entregarle a los demócratas el poder en el Congreso.
Pero el juez conservador cuenta con un problema que se ha ido agravando con el paso de los días. Kavanaugh fue acusado por la académica Christine Blasey Ford (51) de agredirla sexualmente cuando ambos eran adolescentes, hace casi 36 años. El juez lo niega rotundamente, pero la mujer ya anunció que testificará ante el Senado y dará su versión sobre los hechos, que supuestamente ocurrieron en los años 80s.
Este domingo, The New Yorker reveló que los senadores demócratas investigan una nueva acusación de abuso sexual contra el candidato de Trump, lo que podría complicar seriamente las aspiraciones de Kavanaugh.
No se pueden tomar a la ligera las decisiones que este tribunal ha tomado en el último siglo. La lista es larga y los casos emblemáticos sobran. En ellos se revela la importancia de la decisión sobre quién ocupe cada una de sus sillas.
Plessy vs. Feguson: En 1896, la Corte Suprema dictaminó la constitucionalidad de la segregación racial en las instalaciones públicas, mientras éstas tuvieran una igual calidad. Es decir, blancos y negros debían sentarse en vagones separados para viajar en un tren, pero los dos vagones debían tener la misma calidad y características. El fallo –que es considerado uno de los más desafortunados en la historia del Tribunal- vino luego de que Homer Plessy, un estadounidense de raza mixta (pero clasificado por el estado de Louisiana como negro), se negara a sentarse en el ferrocarril “de color”.
Brown vs. Junta Escolar: En 1954, la Corte Suprema de Justicia declaró inconstitucionales las leyes estatales que permitían la existencia de los colegios públicos separados para estudiantes blancos y negros. Ahora sí, fue un gran triunfo para los movimientos sociales y un referente en el avance de los derechos para los afroamericanos.
Obergefell vs. Hodges: En 2015, se reconoció constitucionalmente el derecho al matrimonio homosexual, cuando la Corte aseguró que “estas nuevas perspectivas han fortalecido, no debilitado, la institución del matrimonio […] concepciones cambiantes de matrimonio son características de una nación donde nuevas dimensiones de la libertad llegan a ser evidentes”.
Lo que sí está claro, es que la Corte Suprema vivirá cambios trascendentales durante la administración Trump, cuyas movidas clave están a punto de darse.