Fue el cuarto lago más grande del mundo. Una rareza de agua salada en la fría estepa kazaja, donde cada día innumerables barcos capitaneados por rusos, kazajos y uzbekos, extraían toneladas de pescado para alimentar a la creciente nación soviética.
Para recordar esos días, hoy solo nos podemos remitir a antiguos cuadros, fotografías y al emblema de la ciudad kazaja de Aral, que parece aún resistir la realidad, exhibiendo gaviotas que vuelan sobre un estilizado barco, mecido por las olas de un lago al que alguna vez sirvió como puerto y que hoy se encuentra a más de 20 kilómetros de distancia.
Quienes hoy se aventuran a tierras tan lejanas, encontrarán el magnánimo antiguo lago, alguna vez capaz de albergar dentro de sí a ocho Titicacas, reducido a bolsillos de agua esparcidos por la estepa y cascarones vacíos de una industria muerta.
Créditos: Arian Zwegers
La historia del mar de Aral es una crónica de la codicia y la soberbia humana, pero también de una esperanza de redención. El Definido te lo cuenta.
El hecho de llamarlo mar cuando es un lago, es evidencia de la importancia que tuvo este cuerpo de agua durante la historia.
Anclado en la mitad de la ruta de la seda, el mar de Aral (aproximadamente “mar de islas” o “mar isla”, en idiomas túrquicos) fue testigo de civilizaciones y naciones como la dinastía Tang de China, el Imperio Ruso y la Unión Soviética.
Con cerca de 68.000 kilómetros cuadrados de superficie, permitía la actividad de cientos de pescadores que zarpaban de puertos como Aral o Moynaq.
“Pescar era la primera cosa que le enseñaban los padres a sus hijos”, señala a la BBC Almas Tolvashev, antiguo pescador de Moynaq, hoy parte de Karakalpakstan, república semi-autónoma dentro de Uzbekistán. “Aquí habían 250 barcos. Yo solía capturar 600 a 700 kilos de pescado cada día”.
El mismo puerto jugó un papel trascendental durante la gran hambruna rusa de 1921, cuando pescadores locales acogieron el llamado de Lenin y enviaron miles de toneladas de pescado para salvar a los rusos de la región del Volga.
El mar de Aral es un lago endorreico, es decir, sin salida al mar u a otros ríos, y se alimentaba mayormente de dos ríos, el Sir Daria por el este y el Amu Daria por el sur, y en menor medida por precipitaciones. Esta configuración fue fijada por el último periodo de glaciación y se mantuvo por miles de años, hasta hace pocas décadas, cuando el desarrollo económico soviético requirió un sacrificio.
Es la década de 1940, y Stalin propone el “Gran plan para la transformación de la naturaleza”, un proyecto de desarrollo agrícola que buscaba introducir “rotación de cultivos de pastizales y construcción de estanques y embalses para asegurar alto rendimiento de cultivos en áreas de estepa y bosque de estepa”, señala un decreto de 1948. ¿Cómo?
Forzándole la mano a la madre naturaleza, al desviar los ríos Sir Daria y Amu Daria hacia canales de irrigación en Asia Central. Stalin pensaba así convertir el “inútil” flujo del río en preciada electricidad e irrigación para un floreciente bosque en medio de la estepa.
El plan nunca se llevó a cabo a totalidad y se canceló a la muerte de Stalin en 1953, sin embargo, un programa similar volvería a surgir poco después.
A partir de los 60s, se comenzó a aplicar un nuevo proyecto de desviación de los ríos para alimentar monocultivos de algodón, llamado “oro blanco” en la lengua uzbeca, un producto que fue por años explotado a toda costa (y usando ingentes cantidades de fertilizantes químicos) y que aún hoy sigue siendo de gran importancia para los países post-soviéticos como Uzbekistán y Turkmenistán. El mal planeamiento hizo que mucha de esa agua desviada, se evaporara antes de llegar siquiera a los campos de algodón.
Poco a poco, la población local comenzó a ver los efectos en su gran “mar”. Científicos lo llaman uno de los peores desastres ecológicos del mundo:
Las repúblicas soviéticas afectadas presionaron al gobierno de Gorbachov, pero nunca recibieron una respuesta satisfactoria de Moscú. La producción de algodón era demasiado valiosa como para reducirla. Por otra parte, los planes de desviar ríos siberianos hacia Asia Central para alimentar nuevamente el lago, fueron protestados por ecologistas soviéticos. Su doble estándar fue criticado, pues nunca protestaron cuando los dos ríos originales fueron desviados con el fin de alimentar cultivos, y se acusó de discriminación étnica.
Ya en tiempos post-soviéticos, el lago siguió siendo sacrificado por la producción de algodón, reduciendo su superficie en un 60% y su volumen en un 80% respecto a mediciones de 1960.
Hoy en día, el lago está dividido en el mar de Aral del Norte, más pequeño, y del Sur, más grande. Cruelmente, conserva el nombre de su antigua y magnífica forma, pero hoy son solo restos demasiado salinos incluso para los peces, y también contaminados por los herbicidas y fertilizantes utilizados en los campos de algodón.
Aunque el panorama es desolador, en las últimas décadas se han aplicado planes que ya tienen sus frutos.
Los primeros intentos fueron en 2005, cuando se reconstruyó un embalse que separa el Aral del Norte con el Sur. El proyecto fue financiado por Kazakstán y el Banco Mundial, y ha permitido una perceptible mejora.
Un estudio de 2013, señalaba que el Aral del Norte había ganado 2 metros de nivel y National Geographic reportó este año un 18% de incremento en su volumen. El puerto de Aral, que alguna vez se halló a 100 kilómetros de los restos, hoy se encuentra a “solo” 20 kilómetros.
Los peces también han vuelto en cantidades suficientes como para volver a incentivar una industria que se hallaba muerta. Mientras en 2006 se capturaban 1.360 toneladas de pescado, este año el gobierno ha fijado el límite en 8.200.
Créditos: Taylor Weidman
El Aral del Sur es una historia distinta. Aunque se pronosticaba su desaparición a principios de siglo, la cuenca aún alberga agua. Su futuro depende en gran parte de la recuperación de su vecino, quien comparte su flujo en tiempos de nevadas y lluvias.
Otro efecto devastador del fenómeno, ha sido la utilización de químicos en las plantaciones de algodón, lo que dejó en el suelo, ahora seco, partículas tóxicas que el viento levanta y esparce por las urbanizaciones de la región. Esto explica la alta incidencia de ciertos tipos de cánceres, infertilidad y otras complicaciones a los pulmones y el corazón en los habitantes.
Sin embargo, otro plan no menos importante se está llevando a cabo en el sur, cerca de Moynaq, en tierras uzbekas. Desde algunos años, un proyecto regional busca plantar miles de hectáreas de bosques en las zonas secas del mar de Aral. La idea es que estos árboles, saxaules para ser más específicos, puedan fijar la tierra y evitar que la arena y sal contaminada sea levantada por el viento.
Faltan varias décadas para que puedan cubrir todo el antiguo fondo del lago, pero los árboles plantados hasta ahora han resistido las duras condiciones del suelo y el clima, y dan una luz de esperanza a los locales.
Puede que nunca más se vean en el mar de Aral las olas de 7 metros que algunos ancianos dicen recordar, pero el lago y los habitantes que dependen de él todavía demuestran un estoicismo admirable. Un poco más de cooperación entre los países que lo circundan y dinero podría definitivamente revertir las décadas de decaimiento, dándole la oportunidad de volver a lucir con orgullo su magnánima superficie que impresionó a nuestra especie desde el momento que nos encontramos con ella.