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Imagen: Rodrigo Avilés

De ídolo carcelario a trabajador ejemplar: la historia de un ex reo y su reinserción en la sociedad

Daniel Collío pasó veinte años en cinco cárceles santiaguinas, hasta que su vida dio un vuelco en 180 grados. Esta es la historia de uno de los reos más conocidos de la cárcel de San Miguel, que nos relata su nueva vida en libertad.

Por Javiera Riveros | 2016-06-14 | 12:00
Tags | delincuencia, cárcel, reo, presos, libertad, reinserción, trabajo, Paternitas, Daniel Collío
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La adrenalina lo consumió desde una corta edad. Las caras hambrientas de sus hermanos y sus padres hicieron que su decisión fuera tajante, él conocía los horarios y las posibilidades de triunfo o derrota. Entró a la panadería con las manos sudadas, evitó el contacto visual con sus vecinos, sacó cualquier pensamiento que podría hacerlo dudar de su cabeza y simplemente actuó. Tomó diez panes, los echó en su mochila y sigilosamente se escabulló de la tienda. Corrió hasta su casa como si de una maratón se tratara, dejó el pan en la mesa y fue a su pieza. Su madre notó algo extraño en él, vio la abundancia de pan, pero no dijo nada. El hambre tiene cara de hereje.

A los 13 años, Daniel Collío comenzó su vida delictual. Como muchos otros, vivía en una población donde las paredes se caían a pedazos con la lluvia, donde no había para comer por días, donde el colegio no tenía mucha importancia, porque llevar el pan a la mesa era prioridad.

“No sé verdaderamente cuántos años tengo, usted me lo pregunta, pero no sé. Cuando miro para atrás y recuerdo el lanzazo de la panadería me da entre risa y pena porque ahí comenzó todo. Si hubiésemos tenido pan ese día, no hubiese robado. Si mis hermanos hubiesen tenido zapatos para salir, no hubiese robado. El robo te entrega cosas que nunca pensarías poder tener. Una tele, plata para comprarle ropita a tu mamá, seguridad, cosas estables que te hacen sentir persona” dice Daniel, mientras juguetea con sus dedos como un niño.

Según una investigación realizada por el Sename, junto con la Universidad de Chile, la mitad de los jóvenes que cometieron alguna infracción a los 14 años reincide siendo adulto. El 54% de esos adolescentes aumentan sus delitos de 8 a 10 y las drogas, junto con la deserción escolar, son factores claves que inciden en volver a cometer algún delito a futuro.

Daniel Collío es un ejemplo de estas cifras, al ser uno de muchos jóvenes que volvieron a caer en la delincuencia. La mayor parte de su vida la pasó en diversas cáceles santiaguinas. Veinte años de ir y venir. Entre Colina 1, Tres Álamos, la cárcel San Pablo, la Penitenciaria y la cárcel de San Miguel.

Las cicatrices en su cara y manos agrietadas muestran la violencia palpada en su piel. Sus ojos morenos miran inquietos a su alrededor, observa fijamente hacia abajo y dice:

"Para mi Dios ha sido clave en todo esto. Yo antes pensaba que era el más vivo, el más choro porque fumaba más que todos, porque andaba más amanecío que todos los otros, porque no me faltaba nada. Yo era el que mandaba en la población, la hacía mía y no entraba nadie porque los cogoteaba a todos. Hace poco salí de la cárcel y pasé por al lado de gente a la que le había robado. Me preparé mentalmente para que me pegaran o me mataran, pero no me reconocieron. ¡No me reconocieron! Tal vez hasta mi cara cambió".

La vertiente cultural de la choreza

De acuerdo al estudio realizado por la fundación Paz Ciudadana, existen tres causas que permiten entender las razones que llevaron a que Daniel y otros jóvenes cayeran en la delincuencia. La primera es la falta de recursos económicos en la familia. La segunda causa es la falta de supervisión en sus hogares y la ausencia de figuras paternales. Según el estudio los adolescentes no encuentran límites claros de conducta o de comportamiento, además existe una baja cifra de afectividad familiar en los grupos de jóvenes delincuentes que hacen que busquen el afecto en otros lugares. La tercera es que forman parte de un grupo que tiene las mismas conductas, por ejemplo, los integrantes del conjunto se visten de manera costosa para impresionar a sus pares y son en estos mismos grupos donde aprenden a delinquir y a consumir drogas y alcohol, que al igual que la ropa, tienen un alto costo monetario.

Están metidos en una vertiente cultural de la choreza que está alimentada por ídolos deportivos donde sus orígenes son de todos estos cabros como Arturo Vidal, que era de la Legua. Alimentada por el reggaetón, por esta cosa centroamericana, donde está la resonancia de 'que si yo no lo mato o le pego, me pegan o no me respetan'. Esto se da en una sociedad de consumo que ellos sufren directamente”, asegura el sociólogo y funcionario del Sename, Hernán Medina.

Volvemos a ese momento en la vida de Daniel. Era hora de once en su casa y sus pies de niño se enfriaban con el viento invernal que se escabullía por la puerta. Había té para calentar el cuerpo, pero no había dinero para comprar azúcar, así que un dulce de $10 comprado en el kiosco servía para darle un dulzor a esa agua cafesosa. No había ni pan ni mantequilla ni azúcar ni agua limpia para hervir. Es en ese momento en que Daniel decide robar en la panadería de su población. Recuerda que al llegar a su casa lo primero que hizo fue dejar el pan en la mesa e ir a acostarse en la cama. No tuvo miedo, solo sentía adrenalina en su cuerpo. Se prometió que nunca le faltaría nada a sus padres o a sus hermanos. Los años pasaron y la casa se llenó de televisiones, objetos tecnológicos, comida, ropa de marca, una vida que a los 13 años Daniel se juró llevar.

“A mí siempre me gustó la plata. Yo decía 'ya voy a crecer ya, me voy a comprar esto y esto' pero nunca pensé en trabajar para tenerlo siempre pensé en quitarle al que ya tenía porque sentía una envidia hacia ellos. Yo pensaba en mi mamita que era analfabeta y trabajaba todo el día para que pudiéramos tener un plato de comida. Mi papá tenía un carretón y recogía latas para comprarnos cosas. Pasó un tiempo en que solo hacía carterazos y lanzazos en el centro los sábados. Yo era uno de los más rápidos. Después me metía en las casas a robar y así, hasta que llegó el día en que maté a alguien en medio de un robo”

Un camino largo con buena salida

Según los antecedentes de la cárcel de San Miguel, Daniel Collío era considerado como delincuente peligroso. Era conocido y respetado por la mayoría de los internos debido a su “talento innato” en el rubro de la delincuencia. Veinte años de experiencia en cinco centros carcelarios diferentes y diversas disputas internas de la cárcel ganadas, hicieron que su nombre fuera reconocido por sus pares. El orgullo se desmoronó en un minuto cuando se enteró que su madre y su padre habían muerto y no podía ir al entierro porque estaba en la cárcel.

“Mi hermana llamó a la cárcel y me dijo que estaba en el velorio de mis papás. Ellos siempre me decían: '¡Cálmate, busca trabajo, algún día nos vamos a morir y tú no podrás estar porque vas estar en la cárcel!' Fue en ese momento que recordé todo. Mi infancia, sus caras, sus palabras. Hubiese dado lo que fuese para poder haberme despedido. Eso me marcó. Esa misma semana hubo una pelea en la cárcel por un robo de un celular. A un amigo le echaron la culpa y todos lo salimos a defender. Peleamos ocho horas y hubo dos muertos, entre ellos mi amigo. Y pensé: La delincuencia no me ha dado nada y no he podido ser feliz. En ese momento decidí cambiar”.

Los procesos de cambio son lentos y a veces tortuosos, pero Daniel encontró un refugio en la iglesia de la cárcel, donde muchos internos han cambiado su conducta debido a la religión. Poco a poco dejó la droga, el alcohol y por ende, era cada vez menos violento. Se acercó a los gendarmes y comenzó a tener una relación más cercana con ellos, pero al cambiar amistades y dejar viejas costumbres, el respeto que le tenían algunos internos por su vida delictual desapareció. Lo buscaban para pegarle hasta matarlo por traición, pero resistió. Debido a su mejora en la conducta le redujeron los meses que le faltaban para salir en libertad.

Lo primero que hizo fue conseguir trabajo. Por medio de la asistente social de la cárcel, lo incluyeron en el Programa de Trabajo de Fundación Paternitas, que se dedica a romper el círculo de la delincuencia por medio de talleres y capacitaciones laborales, y fue derivado a la empresa Sepco dedicada a la gestión inmobiliaria.

Comenzó en la construcción desde abajo, como jornal, ya que hacía de todo. Se comenzó a involucrar cada vez más, llegaba más temprano que sus compañeros, trabajaba con dedicación. Después pasó a integrar la cuadrilla que arma y desarma los andamios y posteriormente, lo ascendieron como ayudante de los enfierradores y hoy en día sus jefes pueden decir que es un maestro enfierrador, todo esto es fundamentalmente por su empeño y ganas de superarse, según Juan Álvarez, jefe de Daniel en la empresa Sepco.

El 2012 la empresa le otorgó en forma unánime el premio “Espíritu de la Empresa”, sus compañeros dicen que lo admiran profundamente, sobre todo dos ex reos que trabajan en la empresa constructora junto con él. Destacan su compañerismo, humor y humildad, cosas que según Daniel ha ido desarrollando estando el libertad y con su familia.

Redención en vida

Las piernas de Daniel no daban abasto de tanto correr. La adrenalina le recorría su cuerpo como una corriente eléctrica. En sus manos llevaba algunas cosas que acababa de robar de una casa. Detrás, una voz le gritaba que lo iban a matar aunque corriera. De repente sintió un calor en su pierna derecha, no se detuvo hasta que se aseguró que nadie lo perseguía. Había mucha sangre en el piso y venía de su pierna. Una bala lo había atravesado directamente sin que se hubiese dado cuenta. Nunca fue al hospital porque lo podrían detener y llevar a la cárcel.

Daniel conserva hasta hoy ese día en su memoria. La bala acobijada en su piel le recuerda diariamente su vida pasada, lo bueno y lo malo, el balance que al final del día lo hacen despertarse a las cinco de la mañana para tomar una micro, trabajar hasta las siete y volver a su casa. Una rutina exhaustiva que a cualquier persona perturbaría, pero no a él. La devolución de su libertad perdida hace que Daniel disfrute cada detalle cotidiano. Dónde trabajar, qué vestir, dónde ir y qué hacer, son decisiones que lo estremecen y le devuelven la juventud que mantuvo encarcelada por más de veinte años.

¿Qué te parece la historia de Daniel? ¿Crees que la reinserción laboral es una buena herramienta para detener la delincuencia?

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Comentarios
Kevin Xue | 2016-06-14 | 17:33
2
encuentro que Daniel perdió mi respeto al saber que mató robando, en mi opinión personal
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Magdalena Araus | Colaboradora | 2016-06-20 | 13:01
4
Hola Kevin! Creo que hay que verlo al revés, en mi opinión. Que alguien que llegó a hacer ese tipo de cosas haya logrado salir de ese círculo de delincuencia, transformarse y ser hoy un ejemplo a seguir, esa es la historia rescatable. Saber que nada está escrito, que todos tienen una segunda oportunidad y que las personas (y el mundo) pueden cambiar para mejor. Saludos!
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Vero Soffia | 2016-06-20 | 17:04
0
La verdad, cuando pienso en cuánto me cuesta a mí cambiar mis propios malos hábitos... más respeto me merece un cambio como el de él. Mucho más amplio su cambio, mucho más difícil, entendiendo además que su contexto era harto más terrible que el mío.
No sé si yo tendría la fuerza para seguir creyendo en la vida y en mi misma después de tanto dolor, y tantos errores... porque las acciones pesan y uno las carga, y más cuesta dar la vuelta.
Todo mi respeto se merece. En mi opinión personal.
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Debbie Marchant | 2016-06-15 | 11:18
7
Me emocioné con la historia. Se me partió el corazón al leer la infancia que tuvo y como la vida es durísima, y muchas veces no hay nadie que tienda una mano.
En lo último que le sé fue en juzgar si el mató o no, sino que me centré en toda la historia que hay detrás de una persona que delinque. En ningún caso la justificó, pero me pregunto que hacemos como sociedad para evitar que personas pasen tanta necesidad. Con toda la riqueza que hay en el mundo alcanzaría para que todos viviéramos en armonía y sin carencias. Pero lamentablemente pocos tienen casi todo y la mayoría nada o muy poco.
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Magdalena Araus | Colaboradora | 2016-06-20 | 13:09
1
Por eso, iniciativas como ésta y tantas otras de las que hemos hablado en El Definido, demuestran que es posible cambiar las cosas. Y mientras más ONGs trabajen por el tema y más hablemos de las soluciones efectivas, éstas se harán visibles ante entidades mayores (como los Estados) para poder convertirse en políticas públicas. Así sucedió con Proyecto B, por ejemplo:

http://www.eldefinido.cl/actualidad/lideres/33/Proyecto_B_la_fundacion_que_convierte_a_delincuentes_en_trabajadores_top/

http://www.eldefinido.cl/actualidad/pais/1466/Como_transformar_tu_innovacion_social_en_una_politica_publica/


Saludos!
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gif Comentario destacado por El Definido
Monica Valdes | 2016-06-20 | 11:58
7
El Homicidio por supuesto que es algo grave, atroz, y no puedo ni imaginar el dolor de la familia de la víctima.
Sin embargo también es grave y atroz e inimaginable lo que es vivir en la situación de miseria y desesperanza en la que vivía.
No es excusa la pobreza, pero hay asumir que no tenía las mismas opciones que otros que si tenían recursos.
Él no tuvo mis opciones y es mi responsabilidad que sus hijos la tengan para que no caigan en lo mismo.
En vez de más carcel y penas más altas ( lo que está archi comprobado que no disminuye la delincuencia) tenemos que trabajar hoy en los adultos de mañana .
Suena cliché pero es así de simple y lógico.
Qué fácil sancionar y no hacer nada por prevenir.
Qué fácil responsabilizar a los que cometen delitos y no mirar lo que hacemos por evitarlo o cuando ya ocurrió trabajar por la
Rehabilitación.
Un mecanismo para avanzar en esta línea es la JUSTICIA RESTAURATIVA la que trabaja en responsabilizar el infractor ) lo que disminuye la reincidencia) y sobre todo busca repararar a la víctima; algo que el sistema actual no considera.
Aprovecho esta instancia para agradecer a todos los que trabajan en El Definido. Ni se imaginan lo bien que me hacen para seguir creyendo que es posible. Que los sueños no son solo para los adolescentes.
Un abrazo
Monica
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Magdalena Araus | Colaboradora | 2016-06-20 | 13:05
1
Muchas gracias por tus palabras Mónica!
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Nicolas Osnovikoff | 2016-06-21 | 11:59
1
Hola,

Me gustó la nota. En Chile solemos "condenar" mucho a las personas. Deberíamos siempre permitir una segunda oportunidad, porque estamos acá precisamente para aprender de nuestros errores y enseñar nuestros aprendizajes.
Me alegro que el haya podido tener esta segunda oportunidad, porque el mensaje que puede transmitir es muy potente.
Hace un tiempo conocí de cerca la realidad de un australiano que, en Indonesia, se rehabilitó y creó un estudio de arte en la cárcel. La vida le negó una segunda oportunidad, pero él logró demostrar que las personas sí pueden cambiar.
http://www.smh.com.au/world/my-memory-of-myuran-sukumaran-chileans-tribute-to-friend-20150428-1mv55q.html
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