¿Te lo perdiste? Regularmente republicamos contenidos vigentes que pueden resultarte interesantes. Esta nota fue originalmente publicada el 17 de abril de 2018. Hoy la destacamos por ser el Día de la Cocina Chilena.
Puede sonar tonto en una primera lectura. Pero para que algo sea una tradición tiene que, por definición, existir hace tiempo, ¿no?, ¿cómo vamos a crear una nueva tradición de un día para otro? Y lo mismo aplica a los platos nacionales, que son esencialmente tradiciones culinarias. ¿Qué te fumaste, Marco Canepa?
Pero si lo piensan mejor, toda tradición se originó en algún momento. Todo plato se cocinó, en alguna época y lugar, por primera vez. Todo ritmo tuvo que inventarse en algún momento. ¿Por qué no hacer que ese momento sea ahora?
De hecho, mientras lees esto, nuevas tradiciones, ritmos y platos ya se están gestando a todo lo largo del país. ¿Quién sabe si el día de mañana el sushipleto pasa a formar parte de nuestro catálogo de preparaciones tradicionales? Lo que propongo es, simplemente, hacer de este proceso algo más consciente.
Cierto, nada garantiza que una nueva preparación, ritmo o celebración, por mucho apoyo institucional y publicitario que obtenga, efectivamente logre prender y pase a ser adoptado alegremente por nuestros compatriotas, pero creo que vale la pena intentarlo.
Se podrán estar preguntando “ok, tal vez se puede crear una nueva tradición, ritmo o plato desde cero, pero, ¿por qué hacerlo?, ¿qué tienen de malo los que ya tenemos?”.
A lo anterior respondo: ¡no tienen nada de malo y no pretendo que sean reemplazadas! Es más, cualquier esfuerzo por crear nuevas tradiciones, debería ir acompañado por uno de catalogar y revivir las antiguas, especialmente aquellas que estén quedando en el olvido. Son parte de lo que somos, y un pueblo nunca debe olvidar sus orígenes.
Pero entonces, la pregunta se mantiene: ¿por qué crear nuevas?
Simplemente, porque creo que sería muy bueno para nuestro turismo e identidad nacional, tener muchas más cosas que identifiquemos como profundamente nuestras, que nos gusten, nos enorgullezcan y que podamos mostrar al mundo como representativas de nuestra cultura. Cosas que, además, sean más representativas de quienes somos hoy, más que de lo que éramos antes.
Admitamos que ya muchos chilenos no se identifican con el huaso y el mundo del campo, porque han vivido toda su vida en la ciudad. Que consideran al rodeo más un acto de crueldad animal que un deporte. Que el 18 prefieren escuchar cumbias y reggaetón, a cuecas y payas. Que aunque disfrutan una buena cazuela o arrollado huaso, rara vez se pueden dar el tiempo de preparar uno.
¿Qué pasaría si, en lugar de dejar que los ritmos, comidas y tradiciones extranjeras reemplacen las nuestras (te estoy mirando, halloween), inventáramos algunas que nos sean tan naturales y representativas de lo que nos gusta, que no podamos sino preferirlas sobre el producto importado?
Imaginen esto: que todos los meses del año, en alguna parte de Chile, estuviese ocurriendo un festival o evento a todo cachete. Uno de esos que vienen de otros países a visitar, como el Carnaval de Río o el de Venecia. De esos que salen como imperdibles en la Lonely Planet. ¿No sería entretenido? Imaginen cómo esto promovería el turismo interno y haría que los chilenos conozcamos más nuestro propio país. Y lo bueno, es que sería para atraear turistas extranjeros con bolsillos rebosantes de dólares para mover la economía local.
Imaginen que, tal como en todos los países existen restoranes de comida india, china, thai, japonesa, peruana y estadounidense, también sea un must que exista un restorán de comida chilena, porque ideamos preparaciones tan deliciosas que nos pusieron en el mapamundi culinario. Ya tenemos buena materia prima para esto: nuestros vinos ya son famosos, nuestra fruta y salmones ya están por todo el mundo. Falta el empujoncito final.
Imaginen que ideamos un ritmo totalmente chileno tan bueno, que toda Latinoamérica lo ande cantando y bailando. Que así como la salsa, el tango o el reggaetón, sea un producto de exportación, con el sello “hecho en Chile”.
¿Cómo no va a valer la pena al menos intentarlo?
Como yo lo imagino, el Ministerio de Cultura, en alianza con medios de comunicación (obviamente El Definido entre ellos) y algunas asociaciones gremiales, invitan a participar de un concurso nacional, con jugosos premios, a todas las agencias creativas, productoras, músicos, chefs y otros interesados, y a hacer propuestas en, al menos, tres áreas:
1. Eventos: Aquí la apuesta sería generar eventos locales que sean imperdibles y únicos. Se harían propuestas de eventos para cada región y luego esas regiones elegirían cuál es el ganador. Podrían ser de cualquier tipo, desde fiestas como La Tirana, festivales como el de Viña o el desfile de escenografías flotantes de la Noche Valdiviana, hasta ideas completamente pelacables como, no sé, “concurso de danza con motosierras”. Eso sí, ojalá anclados a algo local, como la geografía, economía, clima o idiosincrasia de la zona.
La idea sería que los eventos regionales se distribuyan en el calendario, para que nunca se topen y siempre esté pasando algo en alguna parte de Chile, y además, que se saque provecho a los diversos climas del país. Por ejemplo, en invierno sería mejor que los eventos se concentren al norte, mientras que en verano, cuando llueve menos, se realicen actividades en el sur. A menos, claro, que el objetivo sea precisamente llevar gente en temporada baja y, por ejemplo, alguien invente un evento genial que le saca provecho a los épicos diluvios sureños (¿por ejemplo, un concurso de construir estructuras locas e increíbles que canalicen las lluvias y creen cascadas artificiales?, ¿o festival de esculturas-instrumentos que toquen música con el soplar del viento?).
2. Gastronomía: Este desafío también podría ser local, en el sentido que cada región elija su plato favorito, pero idealmente se les trataría luego como platillos nacionales y se promoverían por todo el país.
En este caso, se invitaría a los chefs y a cualquier otra persona con manos para la cocina, a proponer alguna preparación que debería cumplir con ciertos requisitos, tales como:
- Ser sencillo de cocinar (que cualquier persona pueda hacerlo en su casa).
- Utilizar preferentemente ingredientes locales o al menos fáciles de conseguir.
- Ser delicioso y original.
Luego se promovería que estas recetas se incorporen a los restoranes del país y se expongan en ferias internacionales. Libros de recetas se distribuirían de manera digital e impresa a la población. Una misión comercial guiada por Pro-Chile podría instalar restoranes en varias capitales del mundo, ofreciendo tanto cocina tradicional, como las nuevas preparaciones.
3. Música y baile: A los profesionales del mundo de la música y la danza, se les invitaría a proponer nuevos ritmos y bailes que les acompañen. Aquí, más que proponer una canción en particular, se les pediría más bien desarrollar una estructura rítmica clara y fácil de reconocer, que pueda ser luego adaptada por los compositores nacionales para sus propias creaciones. Nuevamente se le puede imponer algún componente local, relativo a los instrumentos, temáticas o inspiración para el ritmo, vestuario o pasos.
Una vez presentadas todas estas ideas a nivel local, pasarían por jurados locales compuestos por autoridades de la zona y expertos de todas las áreas relacionadas, que harían una pre-selección de las mejores ideas, considerando calidad, originalidad, factibilidad, chilenidad y otros.
Cuando ya exista un listado más o menos acotado de ritmos, platos y eventos tradicionales para cada región, vendría la parte más democrática. Todos los chilenos podríamos votar para elegir los mejores. Esta última etapa sería fundamental, porque para que estas tradiciones prendan, debemos sentirlas nuestras. Tienen que ser una decisión, no una imposición.
Como puede ser demasiado elegir todo junto, la convocatoria podría extenderse por años, yendo secuencialmente de una temática a la otra. Partimos con lo culinario, luego con los eventos, al año siguiente elegimos el ritmo. O se podría ir por regiones: el primer semestre se hace el concurso para la región de Arica, al siguiente para la de Magallanes, y así. Eso permitiría ir aprendiendo de las experiencias pasadas y ayudar a inspirar a los creativos para cada nuevo concurso.
Quién sabe. Quizás la organización sea mediocre o el premio muy pobre y nadie se interese. Tal vez las ideas que lleguen no tengan nada de original. Puede ser que el jurado sea poco representativo y su selección no calce con los gustos de la gente. O puede que todo sea un éxito rotundo y marque un hito histórico que luego todos los países del mundo quieran replicar.
Lo más probable es que haya resultados mixtos. Algunas ideas quedarán, otras se olvidarán. Pero ya con eso saldríamos ganando: tendríamos nuevas preparaciones, ritmos y eventos que sumar a nuestra ya nutrida lista de tradiciones. E incluso si ninguna de estas ideas resultara, el solo hecho de forzarnos a mirarnos a nosotros mismos, nuestros gustos e idiosincrasia, y discutirlos nacionalmente, podría tener un enorme valor en sí mismo, para descubrir nuestra esquiva identidad y volver a vernos todos como parte de un mismo equipo.