Política, legitimidad, Trump, Macron, abstención
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Qué es la legitimidad y cómo define nuestro presente político

Cuando un gobierno o sistema institucional le exige obediencia a sus ciudadanos para gobernar en el beneficio de todos, se dice que esta existe; cuando por el contrario esto no ocurre, se pierde.

Por Tomás Croquevielle @kroque1989 | 2017-05-24 | 11:30
Tags | Política, legitimidad, Trump, Macron, abstención
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Occidente pareciera estar en crisis. Fenómenos como el Brexit, el auge del populismo en el mundo desarrollado y el colapso en las encuestas de los políticos chilenos, son ejemplos de una sensación transversal en los países democráticos, de que nuestros sistemas están desprestigiados y no satisfacen las necesidades actuales.

Esta situación, más que ser algo fácil de describir, medir, racionalizar y comunicar, es más bien un sentimiento vago. Y cómo cualquier otro sentimiento, poder ponerlo en palabras es algo difícil; solo sabemos que no estamos satisfechos con los gobiernos y sistemas políticos que tenemos, pero no tenemos claridad de cuál es la raíz de aquel malestar.

Por lo general, los diferentes medios de comunicación, tanto a nivel nacional como internacional, describen esto como una crisis de confianza y una falta de representatividad por parte de las autoridades que elegimos. Aquella suma, pareciera estar dando como resultado un grave problema de legitimidad, tanto de quienes están en el gobierno, como del sistema político en su conjunto.

No por nada, en varios países occidentales, como con el caso de Macron en Francia y Trump en EE.UU, están eligiendo líderes alejados de su clase política o del establishment, o están dejando de participar en el sistema político


Muchos políticos y analistas mencionan a la legitimidad como un elemento determinante a la hora de entender la realidad contemporánea, sin embargo, a diferencia de una receta de cocina, no existe una medición exacta de la cantidad necesaria para poder cocinar un buen plato, en este caso un buen sistema político.

Obediencia que nos beneficia a todos

Pero, ¿qué entendemos por legitimidad? En política, legitimidad se entiende como la justificación, por parte de los gobernantes, de la autoridad de mandar y exigir obediencia a la ciudadanía, obteniéndola no por medio de la violencia, sino por el consenso social.

Bajo un gobierno y sistema legítimo, la gente obedece, no por miedo o intimidación, sino por el convencimiento de que las órdenes (tales como pagar impuestos o el IVA) que nos son dados son "legítimas", es decir, tienen como fin último beneficiar a toda la sociedad, y no solo a los gobernantes o a un determinado sector político, económico y/o social.

Siendo la base que mantiene todas las estructuras del Estado contemporáneo y la institucionalidad política en su conjunto, es sostenida de manera consciente o subconsciente por la ciudadanía. Al final del día, es potestad suya el concederle o no la legitimidad a un gobierno o sistema político.

Legitimidad por la fuerza vs legitimidad por la razón

En las dictaduras y los gobiernos autoritarios, a diferencia de las democracias, la población acepta la autoridad y las ordenes de los gobernantes principalmente por temor y no por el convencimiento de que sus decisiones sean las correctas ni que vayan en beneficio de la mayoría del país. Lo que por lo general genera que sus políticas no perduren en el tiempo, puesto que estas realmente nunca contaron con la legitimidad suficiente ni con el consenso del país.

Es lo que sucedió en España una vez que se terminó la dictadura franquista en los años 70', en donde todo el armazón institucional, impuesto a sangre y fuego tras una cruenta guerra civil, fue remplazado casi completamente a los pocos años del fin del régimen.

En cambio, en los sistemas democráticos, donde los gobernantes son electos por la mayoría a través del voto popular, las decisiones suelen tener mayor proyección en el tiempo, puesto que, en teoría, la autoridad ejerce el poder de modo ético, cumpliendo sus funciones de acuerdo a las normas legales vigentes y de acuerdo a los valores que la sociedades estiman como positivas.

O al menos eso es lo que se promete.

Divorcio de la realidad con la práctica

Y es que aquella diferencia pareciera solo estar quedando en lo conceptual. Es cada vez más común que un gobierno democráticamente electo busque desmantelar todo (o la mayoría) lo que su predecesor realizó, es cosa de ver los airados esfuerzos de la reciente asumida administración Trump por destruir la reforma de salud de Obama.

Tampoco es posible afirmar que las autoridades en democracia gobiernan siempre de manera ética. Es cosa de ver los casos Petrobras en Brasil y Odebrecht en el resto de la región. Ni menos aún que siempre legislan de acuerdo a los valores que la sociedad estima positiva. Por algo impopulares legislaciones como la ley reservada del cobre (que otorga el 10% de todas las utilidades del cobre de Codelco a las FF.AA) aún no han podido ser derogada, pese a que el 57% así lo estima conveniente.

Esta diferencia entre la teoría y la práctica pareciera ser la raíz de nuestro malestar y la razón del estado general de insatisfacción. Lo que la democracia promete pareciera ser muy diferente a lo que finalmente ocurre.

Todas estas imperfecciones y diferencias entre el concepto y la realidad, producen que, al final del día, el poder político sea visto por la gente como algo externo que nos rige de manera natural, sin que seamos capaces de comprender que somos nosotros mismos, los ciudadanos, los que la sostenemos y legitimamos en el día a día, convirtiéndonos así en los principales responsables de nuestra propia insatisfacción. 

Actualmente las sociedades democráticas parecieran estar atrapadas en un círculo vicioso: la insatisfacción con las autoridades genera un alejamiento de la vida política y cívica que debilita la legitimidad de los gobernantes, generando mayor insatisfacción.

¿Hay alguna solución?

Dicha situación se vuelve una disyuntiva en la medida que las sociedades deben escoger entre legitimar los gobiernos y los sistemas políticos o, por el contrario, cambiarlos. El estar insatisfecho con la situación actual, pero no hacer nada al respecto para cambiarla, solo mantiene la ilegitimidad, no la mejora.

Solo mediante la participación ciudadana es que se pueden hacer las dos cosas; producir los cambios esperados y construir la legitimidad del orden político. Siendo las posibilidades de participación infinitas; desde la junta de vecinos, las federaciones de estudiantes, los sindicatos, las movilizaciones, etc.

Y si no se tiene el tiempo necesario, entonces todavía queda un espacio de ejercicio ciudadano y de construcción de legitimidad: el voto. Sin embargo en las últimas elecciones municipales solo participó el 34% de quienes podían hacerlo, generando un problema grave para la legitimidad no solo de las autoridades de turno sino para el sistema político en su conjunto, el de la abstención, tema que veremos en el próximo artículo. 

¿Piensas que nuestro sistema político es legítimo?

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Comentarios
Adrian Hurtado Escanilla | 2017-05-24 | 16:10
1
Sólo una precisión que hace entender mejor la impopularidad de una ley:
El autor dice: "Por algo impopulares legislaciones como la ley reservada del cobre (que otorga el 10% de todas las utilidades del cobre de Codelco a las FF.AA) aún no han podido ser derogada, pese a que el 57% así lo estima conveniente.".
Ojalá fuese el 10% de las utilidades de Codelco, pero lo realmente increíble es que realmente es el 10% de las VENTAS, que es algo absolutamente diferente y anacrónico, y en números es mucho mayor.
Se menciona el caso de la dictadura de Franco y el desmantelamiento de su armazón institucional debido a su ilegitimidad.
Tal vez uno de los grandes problemas de nuestro país es que justamente el armazón institucional de la dictadura de Pinochet ha quedado prácticamente incólume: constitución, sistemas de previsión y salud (que probablemente en democracia no habrían podido ser implementados, independiente de sus posibles méritos), privatización de la educación, legislación laboral, etc.
La polarización a nivel político y el escaso interés de la población en participar en elecciones (más del 60% de abstención en la última) justamente se origina por la ilegitimidad mencionada, en donde sólo se han realizado actos a nivel de maquillaje. Tal vez una de las respuestas sería buscar legitimar el armazón institucional a través de mecanismos de participación ciudadana y no solo de las élites.
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Alvaro Cerda | 2017-05-24 | 18:55
2
Totalmente de acuerdo!!

"somos nosotros mismos, los ciudadanos, los que la sostenemos y legitimamos en el día a día, convirtiéndonos así en los principales responsables de nuestra propia insatisfacción"

Yo opino que:
El voto en blanco no significa que no te importa nada , significa que no te gusta ninguna alternativa de las expuestas. Los votos en blanco o nulos son tan importantes y tan validos como cualquier otro.


¿¿Por que no nos damos cuenta que depende de nosotros ?? ¿desesperanza ? ¿tedio ? ¿flojera? no logro entenderlos , ya que a la hora de criticar , tenemos siempre muucho que decir...lo único que no decimos en que nos quedaos viendo nuestra serie favorita durante todo el día en lugar de ir a votar. Y si la respuesta es "es que mi voto no cambia nada" , si fuera por eso la Teleton tampoco funcionaria.
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Patricio Guzman | 2017-05-25 | 12:47
0
Por quienes Votamos? Por los candidatos que otros elijen. Los candidatos que otros nos imponen. Seamos honestos, las primarias debieran ser obligatorias, así llegarían a las papeletas finales los candidatos que las personas creen que los representarán mejor, y no aquellos que los partidos (que no representan al ciudadano común) eligen para beneficio propio, cumplir con cuotas o simplemente, impedir que el candidato del otro sector gane las elecciones.
Siempre me ha llamado la atención que en las primeras encuestas de intención de voto para las presidenciales, a pesar de no tener ningún proyecto de gobierno aun, hay candidatos que tienen una alta votación. Eso quiere decir que muchos votan por la persona o por un sector político y no por un proyecto de gobierno.
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