Manuel tiene 13 años y cambió de grupo de amigos. Su nuevo “partner” es un adolescente cuyos padres no le ponen hora de llegada a la casa ni se involucran en cómo se vuelve. A sus cortos años bebe alcohol, fuma y suele tener problemas de conducta en el colegio por faltas de respeto a profesores y compañeros. La mamá de Manuel no está feliz con su nueva amistad y se siente confundida respecto a cómo enfrentar la situación. A pesar de que no existe una receta mágica para solucionar este tema, hay ciertas directrices que podrían orientar a la mamá de Manuel para saber qué hacer y qué no hacer.
En primer lugar hay que partir de la premisa que no podemos elegir los amigos de nuestros hijos. Ser padres es enseñarles a ser dueños de su propia vida, por lo que nuestro rol fundamental es entregarles las herramientas para que puedan tomar las mejores decisiones a lo largo de ella.
Luego, es necesario comprender el proceso que atraviesa un hijo durante la adolescencia. En este período se vive una crisis de identidad en la que se descubren nuevos intereses y gustos. Junto con ello el joven comienza a diferenciarse de sus padres y busca la cercanía e identificación con los amigos. En este proceso es común que el adolescente comience a forjar nuevos lazos de amistad, algunos pasajeros, otros que serán los definitivos para el resto de su vida. Pero es una etapa en la que se encuentra probando para definir su nuevo “yo” a la vez que desafía para ver hasta dónde puede llegar. Por lo tanto hay que entender el cambio de amistades como parte de un proceso natural y respetarlo.
En tercer lugar es muy importante no decir a nuestro hijo que el amigo es “mala influencia”, porque eso probablemente reforzará la amistad solo por llevar la contra a los padres. No hay que criticar al amigo sino las conductas que estimamos peligrosas para nuestro hijo. Por ejemplo, “Faltar el respeto no es correcto ni divertido”, “Beber alcohol y fumar te hace un daño inmenso a tu salud que está en pleno crecimiento”, “Volverte a dedo en la noche te expone a muchos riesgos”.
Y, finalmente, se debe tener presente que el punto de partida para enfrentar cualquier situación con los hijos es forjar día a día una relación de confianza y seguridad en ellos mismos. Para eso necesitamos, por una parte, tener una comunicación constante, sincera y fluida; comprenderlo, hablar de los temas importantes para él, darle espacio y tiempo para expresare. Junto con ello hay que valorar a nuestro hijo tal como es, confiando en él y sus capacidades.