De chicos, nos han dicho que tenemos cinco sentidos: vista, oído, tacto, gusto y sentido común. No, sólo bromeaba. Me refería a la percepción de campos magnéticos. ¿Ah, tampoco? Pero ese último, pareciera existir en los seres humanos. ¡En serio! Porque tenemos más de cinco sentidos, y además, todos tienen sorpresas muy interesantes.
¿Quieren saber más? A continuación les mostramos algunos datos que quizás no manejaban de nuestros sentidos (y en qué consisten los otros sentidos queprobablemente no conocías).
Así es. Nuestra visión más precisa tiene sólo 3.5 megapixeles. ¡¿Pero cómo?! dirán ustedes, “si yo veo con mucha más resolución y además si fuera así, vería todo pixelado". Pues no. A continuación verán la verdadera verdad de las verdades.
Tenemos alrededor de 120 millones de células sensibles a la luz en cada uno de nuestros ojos. Hay más de 100 millones de “bastones”, que son las células que “ven” en blanco y negro, o sea, distinguen las intensidades de luz. Y hay alrededor de 6 a 7 millones de células sensibles al color, llamadas conos. Eso nos da una sensibilidad de 100 megapixeles en blanco y negro yun máximo de 7 megapixeles a color.
Sin embargo, no se encuentran distribuidos de forma pareja. Porque aunque nosotros percibimos todo el campo visual (un cono que se abre entre 120° y 180° para cada ojo), no vemos con claridad en todo este, sino que solo en una pequeña parte. Esa “pequeña parte”, está en el centro del ojo y se llama fóvea, que es donde llega la luz concentrada de lo que miramos.
En esa parte del ojo, están la mayoría de los conos y hay poquitos bastones, comparativamente hablando. La cantidad de conos por milímetro cuadrado es de 147 mil. Esa área, mide 5.5 mm de diámetro, o sea, 23,76 mm2. Multiplicando, nos da casi 3 millones y medio… lo que quiere decir, que esa es la resolución óptima del ojo: 3.5 megapixeles. En el fondo, ess donde vemos “más clarito”.
Entonces, ¿qué pasa con el resto del ojo? Ah, ahí es donde ocurre la magia. Resulta que aparte de la visión periférica, nuestros ojos experimentan microtemblores con una frecuencia de 70 a 110 veces por segundo. Por lo tanto, la imagen se “repasa” muchas veces por segundo. Esto aumenta entonces la resolución percibida, pues el cerebro “post-procesa” toda la información y construye una imagen mucho más grande. Tanto así, que si consideramos el campo visual completo, se llega a un total de 576 Megapixeles. Nada mal, especialmente si partimos de una resolución menor a la cámara de un celular de gama media.
Es relativamente sabido que las pantallas de televisión y las de los smartphones son una ilusión, porque “dibujan” la pantalla 60 veces por segundo. Sin embargo, algo un poco menos sabido, es que el omnipresente mp3, también es una ilusión. No, no escuchamos lo que escuchamos. ¿Cómo es eso, eh?
Esto se debe al “enmascaramiento sonoro”. ¡No, no es que el sonido se crea Batman! Más bien se cree ninja… ya lo verán. Por ejemplo, si están conversando con alguien y de repente pasa un camión muy ruidoso, dejamos de escuchar lo que dice la otra persona. Aunque si oyeramos una grabación, nos daríamos cuenta que el sonido aún estaba ahí. ¿Por qué ocurre esto? Porque tenemos un sistema automático de control de volumen, por lo que si escuchamos dos sonidos simultáneamente, el más intenso genera un umbral de audición, donde lo más “suave” que podemos escuchar, es justamente ese sonido intenso. Este umbral además se extiende un poquito más que la duración del sonido.
¿Entonces, cómo funciona el mp3? Básicamente, se dividen las canciones o sonidos en fragmentos muy chiquitos y se busca automáticamente sonidos más “fuertes”, que puedan enmascarar otros más suaves. Eso hace que no se tomen en cuenta esos sonidos, y en consecuencia, el archivo queda mucho, mucho, mucho más liviano que si se considerara todo. O sea, una canción como “Chica Rica”, del maravilloso René de la Vega, pesa aproximadamente 3.5 megabytes, en mp3 a calidad “audible” (128 kbps). Peeeero, si la digitalizamos sin pérdida, o sea con todos esos deliciosos sonidos que tiene, quedaría de 23.9 megabytes, o sea, casi 8 veces más grande. Como si fuera poco, el álbum completo pesaría más de 160 megas, en esa calidad. En estos tiempos, uno derrocha gigabytes, pero cuando se inventó el mp3, 160 megas ¡era el disco duro completo!
Aquí, se explica de manera mucho más extensa el formato mp3. Emir Studios. |
Típico que de repente abren un frasco y al sentir un conocido aroma a vainilla o chocolate, uno dice “oh, los cumpleaños donde mi abuelita.. awww…”. Eso es porque los aromas nos traen recuerdos, pero no sólo eso: ¡resulta que afectan de manera directa al cerebro! Eso sí, antes veamos cómo funciona nuestro sistema olfativo.
El sistema límbico, que es donde está radicado el sentido del olfato, es una parte muy antigua del cerebro y es la sede de las emociones, de la memoria a largo plazo, del hambre, de los instintos sexuales, el placer, las adicciones, etc. Resulta que al ser el sentido del olfato ser una parte directa del cerebro, se posee una “línea directa” al cerebro, y se puede influir de varias formas. Está tan ligado a nuestro funcionamiento interior, que por ejemplo, las mujeres tienen el olfato más agudo durante la ovulación (y viceversa, distinguimos inconscientemente cuando una mujer ovula, también por el olfato), y además, el cambio hormonal durante el embarazo, afecta su sentido del olfato.
Esto ha impulsado el desarrollo de la aromacología o neurociencia del olfato (no confundir con aromaterapia, que es algo muy distinto). Algunos de sus resultados son:
Y hay muchos otros efectos que producen los aromas, por ejemplo, las famosas feromonas, incidirían justamente en ese sistema. Pero no solo es importante para el “amor a primera vista” (donde el olfato es más importante que la visión, aunque parezca increíble), sino también en una amplia gama de emociones, como en el miedo). Y aunque aún no se ha identificado una sola molécula de feromona, lo cierto es que los aromas producen efectos palpables en nuestra conducta y actividad cerebral. Tanto así, que existe algo llamado neuromarketing, donde es posible aplicar señales olfativas para asegurar la fidelidad a una marca.
Esta inquietante anfitriona, nos da una explicación más profunda, respecto al funcionamiento de nuestro maravilloso sentido del olfato. Dr. Shahab Khan. |
El gusto se produce por una reacción química de algunos receptores en nuestra lengua, a ciertas sustancias solubles en agua (o sea, sin saliva no tendríamos sentido del gusto). Y es un sentido moldeable en extremo. Nos acomodamos a casi todo, y mucho de lo que consumimos, son gustos adquiridos, a los que nos acostumbramos porque son culturalmente aceptables.
Porque piénsenlo bien: en la comida tradicional chilena, hay cosas que si las describimos fríamente, no tendríamos por qué hallarlas tan deliciosas. Por ejemplo, una preparación hecha de sangre coagulada de cerdo, hervida dentro de intestinos de animal, con condimentos y sal para cambiar un poco el sabor. A esto se le llama “prietas”, y es considerada una delicia, sin embargo para personas un poco sensibles, les puede parecer algo bastante desagradable y hasta repulsivo. Sin embargo, nuestro gusto se adapta.
Otro caso. En los países nórdicos se consume el nunca bien ponderado lutefisk, que es un pescado que se trata por casi dos semanas en agua fría y soda cáustica, de modo que esté a punto de pudrirse. En Cerdeña se consume el casu marzu, que es un quesito, cuya característica “peculiar” es que está lleno de larvas de moscas. Sí, como leyeron, queridos lectores, gusanitos de futuros insectos aerovoladores. What? Los sardos dejan un rico queso pecorino fermentando, sin la corteza, de modo que la hembra de la mosquita Piophila casei deposita sus huevos. Luego, una vez que se desarrollan y el queso cambia su sabor, pues… ¡se lo zampan! Así es. Y lo hacen cuidando sus ojos, pues se dice que los gusanitos saltan hasta quince centímetros.
Y bueno, hay muchas comidas que pueden parecer inusuales o “incomibles” para culturas ajenas. Como los chapulines (saltamontes) mexicanos, que se comen tostados, o el hakarl islandés, que es tiburón podrido, o el caracol de jardín, que los franceses llaman “escargot” y que según ellos, es exquisito. O la araña frita de Camboya. Y no me hagan hablar del café.
Andrew Zimmern, en su programa “Bizarre foods”, nos enseña cómo se hace. Discovery Channel. |
El tacto es el sentido que percibimos a través de ese inmenso órgano que es la piel. Sin embargo, no solamente percibimos esos sentidos a través de la piel. Por ejemplo, tenemos otro sentido ahí, que es la termorrecepción, o sea, ser capaces de distinguir las temperaturas.
Un sentido relacionado, es la nocicepción, que es el sentido del dolor y que está ubicado tanto en la piel, como en nuestros órganos internos, donde también está el sentido de la propiocepción. ¿Qué es eso? Pues la sensación de saber dónde están nuestros miembros. ¡Sí, es un sentido también! ¿Cuántos llevamos? ¿Ocho? Sumémosle el sentido del equilibro, ahí van nueve, y si seguimos contando, hay entre once y más de veinte sentidos, dependiendo del autor que consultemos.
Y eso que aún no mencionamos los sentidos que tienen algunos animales, y de los que nosotros carecemos. Pero eso lo dejaremos para otro artículo. Lo importante, es darnos cuenta que los seres humanos somos una realidad mucho más compleja de lo que nos muestran algunas simplificaciones que son muy útiles y comunes, pero que son más que nada eso, simplificaciones. He ahí la belleza, entonces, de conocernos a nosotros mismos.