Yo sé, por experiencia propia, que ser un papá perfecto es imposible. También sé lo difícil que es ser un buen profesor. Y a pesar de lo agradecido que estoy por la educación que recibí, hay un pequeño gran detalle de mi historia educativa que, si pudiera, cambiaría sin dudar. Y si fuera viajando al pasado en un DeLorean, mejor. No cambiaría a mis viejos, que son unos cracks (tranquilos papás, los quiero). Tampoco a mis profesores, tanto de los bacanes como de los desastrosos, de todos aprendí un montón. Lo que cambiaría es solo una frase. Una simple y pequeña frase que me cagó la infancia:
“Tienes que ser el mejor”.
Pienso en la frase y te juro que me hierve la sangre. Es cierto, la sangre me hierve con poco, pero es que usamos constantemente la maldita frasecita sin darnos cuenta de lo que estamos transmitiéndole a los niños, lo que hemos adoptado como ideal.
Lo primero que hace esta frase es darnos un objetivo: Ser el mejor. Como si la cosa fuera chancaca. Ser el mejor significa estar por sobre todo el resto del mundo, arriba de todos, TODOS, que nadie sea mejor que tú. O sea,
tu meta no está en ti, sino en el de al lado,
porque la idea es superar al vecino o, en otras palabras, ganarle.
Entonces surge la pregunta: ¿Superarlo en qué? Ese es el segundo dilema, estamos asumiendo que existe un método de cuantificación, por muy al ojo que lo hagamos, de qué tan buenos somos. Claro, porque ser mejor es liderar algún ranking. Y como de chicos el único ranking que tenemos a mano son las notas, la conclusión más fácil y directa es asumir que tener mejor promedio es efectivamente ser mejor. Criterio que con facilidad se replica en la universidad y se perpetúa en las empresas de muchas formas distintas.
Bueno, tenemos que ser el mejor, pero ¿y el resto? Porque ser el mejor es un objetivo exclusivo de una persona, claramente no todos podemos ser ‘el mejor’. Entonces planteamos un escenario en el que hay solo un posible exitoso y todos los otros somos ¿unos fracasados?
Ahora seguro ya saben por qué odio la frase: Nunca he sido el mejor en nada. En mi curso era del montón, lo que un profesor de mi colegio didácticamente llamaba “alumno mueble”. Y si entramos al terreno familiar ¡la cosa era aún peor! Con mis 5 hermanos lumbrera tenía asegurado mi puesto al final del ranking de notas. Mi única esperanza de ser el mejor algún día era el sobrevivir a alguna pandemia o irme a algún planeta lejano donde se me considerara un genio. Lo irónico es que, de lograrlo, de conseguir ser el ultimate bacán aroundtheworld, aún faltaría responder una última pregunta: ¿Para qué?
No me pidan la respuesta, yo todavía me la pregunto ¿Para qué cresta tengo que ser el mejor? ¿Para ser feliz? Chuta, ahí sí que estamos fritos: la felicidad entonces le pertenecería a una única persona en estado de gracia.Y en caso de perder su puesto, éste estaría obligado, al igual que todo el resto del mundo, a vivir en la infelicidad (¿Existe esa palabra?). Si no es para ser feliz entonces debe ser… ehm… ¿Para vivir tranquilo? Yo no me imagino viviendo tranquilo ocupando ese único puesto que todos a mi alrededor quieren ocupar ¡Todos contra el barbón! La verdad es que por donde la mire, la frasecita apunta a competir por un puesto teóricamente superior sin siquiera decirnos por qué debería interesarnos el alcanzarlo.
Es por eso que yo voto por cambiar la maldita frase. Y no digo borrar, para que vean que no ando con antorchas dispuesto a quemar todo lo que me parece malo. El cambio que propongo para la frase es minúsculo, y consiste en borrarle el artículo, la palabra ‘el’.
Que en vez de decir “Tienes que ser el mejor”, digamos “Tienes que ser mejor”.
Así nomás, solo eso.
Pero cáchate la diferencia cósmica espiritual que se genera: Ya no se trata de ganarle al del lado, ahora se trata de mejorar. Ser mejor es tan amplio que te permite crecer en todas las direcciones y todos los planos.
Encima, el crecimiento de el de al lado ya no es un problema ni una amenaza, al contrario, lo que el otro aprenda puede servirte a ti para ser aún mejor.
Un cambio formal así de chico produce un enorme cambio en el sentido, permitiendo hacer parte del mensaje la colaboración, el bienestar social, la sana competencia, la experimentación y el crecimiento.
Ya, sé que muchos me van a encontrar hippie, pero no puedo evitar pensar que tener como objetivo ser el mejor no conduce a nada constructivo. En cambio ser mejor nos conduce, como personas y como sociedad, a algo tan simple como ser más felices. Porque yo me pregunto
¿qué es mejor que ser feliz?