Sé que todos venimos de un fin de semana cargado de buena onda, paz y deseos positivos para el prójimo. Pero hoy lunes, volvemos a la realidad y les pido ayuda para una campaña en la que me gustaría convocarlos y despertar el lado activista que todos (por muy oculto que se encuentre) tenemos.
Queridos lectores, amigos, gente desconocida y compatriota al que le llega esta columna por un generoso RT o publicación compartida en Facebook. ¿Qué tal si hacemos una campaña que combata a los winners?
Y no hablo del sano ganador que después de esfuerzo, entrenamiento y disciplina obtiene un trofeo merecido. Me refiero a esa persona que vive tratando de ganarle al sistema, de hacer pillerías, el que se jacta de lograr algo en desmedro del otro y anda siempre con las antenas paradas, atento a la posibilidad de usar este verbo que no existe pero aborrezco igual : “WINNEAR”.
El winner es el que adelanta en el taco camino al colegio, muy campante llegando hasta ese punto en donde siempre alguien tiene que ceder y darle la pasada. Lo he vivido todo este mes y estoy segura que Camilo Escalona enojado se ve amoroso al lado mío cuando soy testigo de ese gesto que es tan mala leche. Querido Patudito: asume que saliste tarde y hazte cargo.
La señora winner de 52 años vestida de tenida de gimnasio, más apretada que mi presupuesto en abril es la que se para totalmente resuelta en la caja de tercera edad del supermercado, mientras justo atrás de ella hay una cabra joven embarazada de 6 meses. No siente cargo de conciencia porque la mamá primeriza se ve bonita y justo la clase de spinning de hoy estuvo exigente. Y cuando alguien intenta corregirla, haciéndola ver que lo que está haciendo es a todas luces una patudez, la señora te rotea, te pela con la cajera haciendo como que no estás y la que termina tiritona eres tú.
La piñata, por ejemplo, es una tradición amada por el niño winner. Traté de erradicarla porque siempre la he encontrado maletera, pero obviamente mi hijo mayor en su último festejo mi miró con cara de “Bájate del pony mamá, ya tengo 10 y la piñata tiene que ir”. Hoy al menos, en la piñata de este siglo hay papás empáticos tirando lluvia de dulces para los pobres flacuchos débiles y las niñitas tímidas, a las que les da taquicardia el sólo hecho de enfrentarse al Hulk del curso que se lleva un kilo de dulces para la casa. Pero en nuestra época, la de los treintañeros, había casi que tomar un seguro de vida para someternos al stress de esa fatídica tradición cumpleañera. ¿Y lo peor? Esos papás que celebran al cabro que se peleó con sangre, sudor y lagrimas por un MediaHora más (que además no son ni ricos)
Los winners encuentran que es justo pagarle 10 lucas al cabro del cable para colgarse y tener 645 canales. “Porque al final las compañías siempre nos roban” Argumento que sirve para todas las pillerías cometidas contra cualquier empresa o institución que tenga una gran marca, sin nombre y apellido, en la que sentimos que no le hacemos daño a nadie de carne y hueso.
El joven winner es el que nunca paga la cuota del asado universitario porque o “va a llegar comido” y después se tira un piquero al choripán o “no va a tomar piscola” y a las dos horas necesita un ventrílocuo para poder decir su nombre. Todos tuvimos un amigo así. De hecho mientras lees esto ya te acordaste de él o ella. Y entre que te sonríes y te vuelves a picar por su desfachatez a la hora de arreglar cuentas.
¿Y qué me dicen del que te quita el estacionamiento en el mall cuando llevas 15 minutos esperando con los intermitentes puestos? Los cabros chicos agarrándose a combos, día de verano en el que transpiras más que caballo de bandido, ya estás atrasada y apenas sale el auto que puso las bolsas con total calma, llega un winner doctorado en su categoría y ZÁS se estaciona en el puesto que TODO EL ESTACIONAMIENTO sabía que estabas esperando. Háblenme de ira real.
Todas estas actitudes por la que alego que parecen muy menores, son al final el inicio del algo mucho más profundo. Llámenme grave, pero creo que así, en cosas ínfimas, un país comienza a poner los cimientos de ese tremendo flagelo que se llama corrupción. Porque nadie pasa a robarse un país completo, sin haberse pelado alguna vez un Súper 8 cuando chico. Hay que entrenar la mano y la conciencia. Por eso me entristece cuando veo a familias completas enorgullecerse por haber wineado en algo. Al final empezamos a decirles a nuestros hijos, con esos pequeños actos cargados de poca empatía y egoísmo, que no nos importa el otro, que siempre tenemos que ganar a costa de quién y lo que sea.
Es por eso que los invito combatirlos con valentía y pasión, a no quedarnos callados cuando los vemos con las manos en la masa y ante todo a luchar con la tentación de, aunque sea con UN sólo acto winner, convertirnos en uno de ellos.