En menos de un mes cumpliré 37 y el tema de los cuarenta años cada día comienza a rondar con mayor intensidad. Preguntar si los carretes serán afuera o adentro; llorar con los partos de Discovery Home and Health, (de hecho, VER el canal Discovery Home and Health); cachar que los matrimonios a los que vas son la mayoría segundas nupcias; mirar las etiquetas de los alimentos; no sentirse aludida cuando en el supermercado te llaman “señora”, y creer que Britney aún está de moda, son algunas de las señales de que te acercas a los 40.
Y más que todas estas superficialidades, también comienza una reflexión en donde miras tu vida como una película en la que puedes elegir cambiar el final o bien que otro lo decida por ti.
Los que estamos cerca de cumplir esa temida o ansiada edad, nos damos cuenta que partimos el segundo tiempo y que el reloj comienza a avanzar inexorablemente. Que tal vez no fuimos la actriz que soñamos, el futbolista reconocido mundialmente, el empresario exitoso o que la maternidad se nos puso esquiva. La lista de pendientes comienza a ser cada vez más clara y el descubrir que no logramos nuestros anhelos juveniles puede transformarse en una tremenda decepción o una gran oportunidad. Porque podemos envidiar con todas nuestras fuerzas el viaje de tres meses al Sudeste Asiático de nuestros sobrinos; deprimirnos al darnos cuenta que ya no basta con dejar el pan para lograr nuestro peso ideal; patear la perra al asumir que muchas veces es difícil competir con los MBA y magísteres de cabros que ni siquiera eran un óvulo fecundado para el terremoto del '85, y así comenzar a caminar con un paso lastimoso y negro hacia los 40.
O bien podemos cambiar el switch y aceptar que hay metas o sueños que ya no cumplimos, pero que la vida nos regaló otras historias fascinantes que nos permiten ser quiénes somos y con lucidez diseñar la ruta del viaje que queremos seguir. Decidir disfrutar a concho (para quienes los tenemos) a nuestros hijos con ese relajo de saber que una fiebre no los matará y que si un día no se toman la leche, sus huesos no se descalcificarán. Acercarnos a los cuarenta nos aproxima a una sabiduría (temprana aún) que nos hace ser lo suficientemente honestos para saber que no nos echarán de la pega si planteamos lo que pensamos, pero que la franqueza nada tiene que ver con la desubicación o la pesadez. Ya dejamos de tenerle miedo a decir lo que nos molesta por temor a ser diferentes y para los que caminaban en la vereda opuesta, también entendieron que el filtro sí es una virtud necesaria para vivir armónicamente en sociedad.
El comenzar a despedirnos de los '30 también nos hace ser más agradecidos de las cosas buenas de la vida. Los funerales ya no son la de las abuelitas de nuestras compañeras de curso, ahora sus padres comienzan a dejarnos. Entonces empezamos a juzgar menos a los nuestros, quererlos tal como son y entender que es un lujo almorzar con nuestros papás o compartir un rico aperitivo. Que no es “obvio” el contar con ellos, que no somos clientes del futuro como para exigirle derechos con soberbia, sino que ante todo, tenemos que hacernos amigos de lo que viene y surfear con alegría las olas que nos toque enfrentar.
Creo que la vida laboral también la miramos con mayor humildad y cuidado. Cuando más chicos sentíamos que si no era esta, habían mil empresas más y que el cielo era el límite. Corríamos como frenéticos dando la vida en cada resultado medible, pensando que todo el mundo (literalmente) estaba pendiente de si habíamos alcanzado la meta con éxito o no. Hoy bajamos un cambio y si bien nos importa hacer el trabajo con excelencia y ojalá ser reconocidos, las pegas las protegemos como una relación personal más. Si estamos en un lugar en donde se trabaja en un ambiente buena onda y de respeto, les importa que tengamos tiempo para compartir con la familia, hacer deporte y descansar, te corrigen con cariño cuando te equivocas, pero también con total generosidad te hacer parte de los éxitos; ese trabajo lo valoramos y la fidelidad a él es cada vez mayor. Las ofertas por más lucas o cargos súper mareadores (ojalá escritos en inglés) te dejan de atraer como en antaño. Porque ya sufriste un par de despidos, experimentaste lo que es perderte el cumpleaños de tu mejor amigo por estar de viaje, viste a varios colegas enloquecer con el poder y hoy disfrutas como una pequeña cucharada de manjar, esta nueva velocidad crucero en donde te sientes respetado ,querido y con las prioridades ordenadas en su justo equilibrio.
¿Y en el amor? Pasa algo parecido a los que describo en el párrafo anterior. A los 25 buscábamos historias cinematográficas, con declaraciones apasionadas, peleas con portazos escandalosos, romances complejos con personas que ojalá pudiéramos redimir y salvar y que en nuestra lápida dijera: “Sí, yo fui la que logró cambiarlo”. Hoy estamos más cerca (no sé si podemos ser tan soberbios para decir que ya la descubrimos) de la fórmula de la felicidad. Queremos reírnos hasta que nos duelan los abdominales –que no tenemos– con nuestro compañero/a de Isapre, una copa de vino con una conversación entretenida y un buen disco de fondo nos parece el paraíso, acostarse a ver una película de la mano un viernes cualquiera sin emitir una palabra nos basta para decir: “Parece fome, tal vez es fome, pero al lado de la persona que quiero esto simplemente me hace feliz”. Y el amor dejó ser una teleserie venezolana, para transformarse en la vida misma, esa cotidiana, simple, pero que si nos detenemos a mirar con atención y la decidimos vivir para buscar la felicidad, es básicamente encantadora y apasionante.
La ruta hacia los 40 es un viaje que cada uno decide cómo vivir. Puede ser en un bus incómodo, rodeado de personas aburridas que van sentadas al lado tuyo somnolientas perdiéndose el paisaje que se ve desde la ventana; en un tren rápido en donde la velocidad es tal que ni siquiera sabes por dónde estás pasando y el tiempo de trayecto es tan corto que ni una bebida te dan para disfrutar, o puede ser en un auto con las personas que tú elegiste para que te acompañaran, escuchando un playlist que te inspire y con un destino claramente definido, pero con esa exquisita libertad de entender que si paramos en un puesto de empanadas cuando no lo teníamos planificado, simplemente no pasa nada. Tú decides.