Personas del Instituto del Bienestar y de la Universidad Adolfo Ibáñez fuimos invitados por el gobierno de Bután a la Conferencia internacional sobre Felicidad Interna Bruta (FIB), realizada en noviembre de 2015. Es conocido que Bután estableció el FIB como indicador prioritario de desarrollo por sobre el producto interno bruto (PIB), habitual y casi exclusivo indicador en la mayoría de los países, y que cuenta con un Ministro de la Felicidad.
Al llegar a Bután la pregunta inevitable es ¿cómo viven los butaneses cotidianamente?, ¿es cierto que son tan felices?, ¿cuánto hay de mito y cuánto de realidad?
Lo primero que impresiona en Bután es la amabilidad, simplicidad, trato respetuoso, confianza interpersonal y gentileza de los butaneses. Hasta los trámites de inmigración los realizan funcionarios sonrientes y que se conectan visualmente con el visitante. Se palpa un ambiente de tranquilidad y paz.
El tiempo parece inmediatamente relativo, no se percibe apuro ni estrés, la lentitud es parte de lo cotidiano y todo parece tener un ritmo naturalmente humano. El vértigo de la vida de la mayoría de los occidentales es frenado de inmediato por el “ambiente” de Bután. Como en un espejo, se refleja brutalmente el propio aceleramiento, lo que hace bajar inmediatamente varios cambios al ritmo vital. Bután calma e invita a mirar los procesos internos.
En un país donde no hay publicidad en la vía pública, los únicos carteles que existen son los del rey. Impresiona que muchos butaneses usan una chapita con la imagen de la pareja real. Eso se confirma durante la conferencia, donde las referencias al rey, su sabiduría y visión por la creación del FIB confirman una veneración y admiración real que sorprende. Incluso, uno de los académicos más prestigiosos de Bután aludió al estado de iluminación de rey. ¿Será posible implantar un sistema de gestión nacional de felicidad en un gobierno diferente a una monarquía?
En mirada de estándares de vida, eso que es transparente para casi todos nosotros y que se aparece ante su ausencia y contraste, llama la atención el marcado subdesarrollo de Bután. Ciudades pequeñas; caminos y calles estrechas, sin bermas, sin semáforos; alumbrado público en pocos lugares; autos antiguos y pequeños; electricidad, alcantarillado y agua potable en pocos lugares, los más urbanos (y no en todos); poco comercio; las tiendas casi no usan tarjetas de crédito; internet es escaso y lento; abastecimiento local básico (es difícil encontrar una bebida light, vino o una casa de cambio). Una economía artesanal, precaria y de subsistencia.
Desde una perspectiva cultural, es sabido que la felicidad es una percepción de bienestar subjetivo dentro de los propios estándares socio-culturales. ¿Verán los butaneses estas condiciones subestándar? ¿Les importará? ¿Querrán un mejoramiento? Conversando con algunos butaneses, tienen claro que el país requiere mejoramiento económico y en las condiciones de infraestructura general, en diferentes dominios. ¿Les molesta?
No les molesta. Su interpretación de esta realidad se nutre de tres factores: la valoración y el orgullo de ser reconocidos en el mundo como el país de la felicidad (lo tienen clarísimo y se educa con el objetivo de desarrollar este orgullo y pertenencia nacional); la interpretación budista de una vida simple, meditativa, en conexión con la naturaleza y con una veneración a Buda que impacta; y la admiración al rey.
Lo que transmiten los butaneses es un agradecimiento reverente al buen rey que se ocupa de ellos y les permite vivir como viven. Hay confianza depositada en el rey y su buen criterio para el bien común. Se vive en espacios de verticalidad, con relaciones de poder de dominio y sumisión, se observa escaso pensamiento crítico y hay aceptación de lo que está siendo. El espacio de lo posible está definido por el budismo y la generosidad del rey.
¿Son felices los butaneses? Lo son, tanto por su reporte directo como por los resultados cuantitativos de la encuesta nacional de felicidad bruta 2015 realizado por el Centre for Bhutan Studies & GNH Research, que mide 9 dimensiones: estándar de vida, bienestar psicológico, salud, uso del tiempo, educación, diversidad cultural y resiliencia, buen gobierno, vitalidad de la comunidad, y diversidad ecológica y resiliencia.
En una escala de 0 a 1, donde 1 es el más alto nivel de felicidad, el índice de FIB de Bután es de 0,756. 43% se declara feliz o muy feliz, 48% relativamente feliz y 9% infeliz. Los factores en que los butaneses son más felices es en buena salud, ecología y vitalidad de la comunidad. Los factores que generan menos felicidad son educación, gobierno y bienestar psicológico.
¿Son felices los butaneses? Sus indicadores son de muy buen nivel. No existe experiencia comparada usando los nueve factores del paradigma FIB de Bután, no obstante los resultados revelan que los butaneses declaran una felicidad promedio de alto nivel.
Al escuchar al Primer Ministro y a los responsables de la gestión de felicidad queda claro que tienen plena conciencia de las áreas de mejoramiento a nivel de política pública y están usando los resultados de esta encuesta nacional como criterio para la focalización de recursos gubernamentales.
¿Mito o realidad? Desde la experiencia observada, la medición cuantitativa y las sensaciones percibidas, Bután es una realidad como experiencia de bienestar para su gente. Valoran lo que viven, su país, su cultura, sus relaciones comunitarias y a su rey, teniendo claro que hay que mejorar en educación, gobierno, condiciones de vida y bienestar psicológico.
Se ha ido construyendo un mito a partir de la realidad butanesa concreta. Hoy el paradigma de felicidad bruta es una filosofía, una metodología y un conjunto de prácticas que están siendo usados como referente filosófico por diferentes países, regiones, municipalidades y comunidades en el mundo.
Un gran valor de esta conferencia fue conocer experiencias locales en diferentes partes del mundo que confirman la necesidad de un nuevo paradigma de desarrollo sustentable, pues los síntomas de colapso del sistema actual son evidentes a los ojos de mucha gente. Al escuchar a personas de 53 países quedan dos sensaciones: la de una esperanza realista (es posible) y la del largo camino para superar la tensión entre capitalismo a ultranza y un nuevo paradigma inclusivo y equitativo de desarrollo.
Conocer Bután deja una pregunta para los butaneses y para los gobiernos de cualquier país: ¿cómo balancear desarrollo económico con florecimiento humano y comunitario?, ¿cómo generar un paradigma de desarrollo con valores colaborativos y con el bienestar compartido como foco de las políticas públicas, sin sofocar el esfuerzo individual, pero tampoco avalando que la riqueza extractiva de pocos sea el malestar y la falta de oportunidades de muchos?