Estoy seguro de que hemos sido hipnotizados, convencidos, sometidos a un lento pero efectivo lavado cerebral: para ser felices es necesario tener un abdomen plano, ojalá con calugas marcadas, duro. Si se te asoma un rollito, si al sentarte tu vientre sale a saludar… entonces hay un problema, debes hacer dieta, ejercicio, dejar las cosas dulces, olvidarte del alcohol y enfocarte en tu físico como prioridad.
Antes de seguir, y a modo de advertencia, debo aclarar que no es mi intención dar consejos sobre nutrición, alimentación, vida sana o rutinas de ejercicio. Eso se lo dejo a los entendidos. El tema que quiero abordar es otro: ¿cuánto hay de necesidad y cuánto de obsesión en nuestros intentos por adelgazar? La pregunta me surgió hace un par de días cuando supe que una amiga, conocida precisamente por su flacura, se había sometido a una liposucción para sacarse lo poco y nada que le quedaba de grasa sobre las caderas. “Por un verano sin polera”, se justificó.
Estamos siendo bombardeados constantemente con mensajes que nos invitan (¿coercionan?) a ser delgados, por eso los gimnasios están llenos, por eso el exitazo de las clases de zumba, por eso tanto producto light, sugar-free, descremado, bajo en calorías, zero, con stevia, por eso tanta dieta. Y ojo que no hablo de aquellos que se rindieron ante el culto al cuerpo, esos que buscan esculpir a Adonis en su propia piel. No. Me refiero a personas comunes y corrientes, trabajadores, estudiantes, dueñas de casa, que invierten tiempo y dinero en ese único objetivo casi sagrado: eliminar la guata.
Así es como surgen planes “milagrosos” del tipo “¡Pierde la panza con este fácil plan de ejercicios!”, o “Elimina la grasa en sólo una semana”. ¿Qué hay detrás de eso? Engaño, falsas promesas… y frustración. El objetivo, creo yo, debe ser la búsqueda de un estilo de vida sano, que combine una alimentación correcta y actividad física. Nada peor que el sedentarismo. Y nada tan peligroso como la obesidad, considerada una epidemia por la Organización Mundial de la Salud. ¿Conseguir una figura digna de portada? Eso es tarea para las modelos (quienes también deberían replantearse si es ético presentar como ejemplar esos cuerpos “imposibles”).
Quiero ir un poco más lejos en mi planteamiento: ¿vale la pena decirle que no a un rico plato de lasagna durante un almuerzo familiar… sólo para mantener la línea?, ¿tiene sentido decirle que no a una copa de vino con tu pareja, para así no romper con la dieta?, ¿por qué a veces sentimos culpa cuando, en un cumpleaños, caemos en la tentación de comernos un pedazo de torta?, ¿no nos estamos perdiendo el sabor de la vida por las puras ganas de vernos mejor?
Quiero compartir con ustedes esta entrevista con la actriz Catherine Mazoyer. Resulta inspirador leer su testimonio y la forma en que logró “ordenar su cabeza” para no sufrir por los kilos de más: las fuerzas que destinaba en bajar de peso las reenfocó en vivir de manera sana. Es un matiz importante, la clave para dejar de sufrir y comenzar a disfrutar de un nuevo estilo de vida. En lugar de batallar contra aquellas cosas que nos engordan, es mejor esforzarse por buscar lo que nos hace bien.
Porque patologías asociadas al querer adelgazar hay muchas y variadas. ¿Ejemplos? El estreñimiento; la ortorexia, que es la obsesión por consumir productos totalmente naturales; y la potomanía o ingesta masiva de agua sin control… por mencionar sólo tres.
Mi propuesta –y les pido que compartan en los comentario su opinión, para debatir en torno al tema–, es que nos esmeremos en vivir una vida sana. Y eso incluye, además de una buena alimentación y actividad física, darnos algunos gustos. Es sano a veces dejar de pedir ensalada y optar por una chorrillana, es sano brindar con una piscola, es sano cucharear Nutella: nos aporta alegría, complicidad, energía, sabor.
¿Un verano sin polera? ¡Claro que sí! Pero no importa si se nos ve ese rollito. Es señal de que sabemos gozar, de que nuestra prioridad está en ser felices y no en la vanidad de vernos bien.