Anita tiene 4 años, todavía toma mamadera, duerme en la cama con los papás y usa pañales en las noches por que sus papás temen que se resfríe en la noche si se moja. Cuando van a la plaza no la dejan subirse a los columpios ni tirarse sola por el resfalín por miedo a que se caiga y están constantemente diciéndole “¡Cuidado!”, “¡No hagas esto!”
A los 8 años, cada vez que le dan un trabajo en el colegio, Anita le pide ayuda a su mamá, pero ella termina haciéndoselo entero, porque quiere que le quede realmente bien. Como en las mañanas le cuesta levantarse, la mamá la viste semi dormida en la cama. No va a la casa de sus compañeras por que la mamá prefiere que los amigos vayan a la suya. Si se le queda el buzo de gimnasia en la casa, la mamá va al colegio a dejárselo.
Cuando Anita tiene 16, su mamá prefiere ir a buscarla a todas partes para que no tenga que andar en micro. Tienen constantes peleas por que no le dan permiso para ir a fiestas y, si la dejan, es a la primera a la que van a buscar.
Anita tiene 23 y está pololeando, pero tiene muchos problemas con él, a ella le cuesta convencerse de que él la quiere. Está terminando su carrera pero le angustia pensar en el mundo profesional que se le viene porque siente que no tiene las herramientas para enfrentarlo a pesar de haber tenido siempre notas sobresalientes.
A lo largo de su vida, Anita creció en un ambiente sobreprotector, por lo que hoy es una persona insegura, le cuesta mucho tomar decisiones y siempre necesita de la aprobación de los demás para saber que está bien.
Su mamá, por el infinito e incondicional amor que le tiene, quiso hacerle la vida más fácil, evitarle la frustración y el sufrimiento, por lo que siempre trató de hacerle todo y resolverle la vida. No se dio cuenta que con eso estaba obstaculizando el desarrollo de la autonomía y haciendo que no desarrollara la capacidad de confiar en sus propias capacidades.
Es necesario que como padres reflexionemos respecto a cuál es el radio de acción que le permitimos tener a nuestros hijos para moverse y actuar solos y preguntarnos si éste es adecuado en relación a la edad que tienen. Para detectar si estamos sobreprotegiéndolos debemos preguntarnos:
Sabemos que la sobreprotección es un error que cometemos como padres por amor, pensando en que es lo mejor para ellos. Pero si tomamos conciencia de que no les estamos ayudando a crecer y tomamos medidas concretas al respecto, podremos lograr que sean más autónomos y que aprendan a ver el mundo como un lugar amistoso y no amenazante para vivir. Así crecerán como personas más seguras de sí mismas, lo que les ahorrará una gran cantidad de problemas en su vida, especialmente durante la adultez.