*Esta nota fue publicada originalmente en 2015 (11 de agosto).
Es normal escuchar que a un adolescente o púber, lo echaron por problemas de conducta en el colegio, o en la universidad por su bajo rendimiento, pero yo creía que no era posible que expulsaran a un niño/guagua del jardín.
Como dice el dicho "no pasa hasta que te pasa", así fue… aunque no lo crean (es tragicómico), en abril de este año echaron a mi hijo de dos años y 5 meses del jardín. ¿Las razones?
Mordió a una niña en el cachete y los papás de la “víctima” alegaron que era su hija o el mío. Por lo que decidieron que la mejor opción, en vez de trabajar con él o descubrir por qué lo hizo, era dejarlo fuera de su jardín, discriminándolo totalmente. Como mamá primeriza y además joven (21 años), entendía que mi hijo estaba lejos de ser un criminal, pero no sabía qué tan normal o común era que los niños entre los 2 y 3 años muerdan.
Mientras buscaba un nuevo jardín para Santiago, empecé a investigar todo sobre las mordeduras. Les contaba a mis cercanos la experiencia y nadie me creía, recibí muchos comentarios diciendo "mi hijo/a también mordía, es típico", incluso mi hermana en el jardín infantil tenía una loca obsesión por morder a mi prima, y no digamos que lo sigue haciendo o es una persona anormal (hasta donde yo sé).
Encontré un jardín infantil cercano a mi casa: Giramundos. Cuando Santiago entró, jamás conté que lo habían echado, no quería que estuviera marginado, ni menos con la etiqueta de niño “problemático”.
Partió muy bien, como hijo único y además la guagua de toda la familia, no sabía relacionarse mucho con sus compañeros, pero de a poco se fue adaptando. Pero pasó una semana y Santiago nuevamente había mordido a un niño. La gran diferencia ahora fue que la parvularia me dijo: “Él exquisito, fue le hizo cariño y le pidió perdón”.
Luego el otro niño tomó venganza y a la semana siguiente lo “atacó”, poco tiempo después mi hijo volvió a hacerlo, por lo que empezamos a tomar medidas y a trabajar en conjunto, para ver cómo lo resolvíamos.
Lo primero fue identificar por qué mordía. Hay cerca de diez causas sobre por qué un niño puede tener esta conducta: cuando se sienten amenazados como una forma de autodefensa, de manera experimental, etc. Una de éstas era que tenía problemas para comunicarse por lo que no podía expresar su enojo ni sus emociones y eso provoca que se frustren y muerdan.
Empezó el plan de acción, que para mi hijo funcionó, quizás pueda serle útil a alguna mamá, así que aquí va (no soy psicóloga ni mucho menos, sólo una mamá que probó distintas cosas y encontró unos consejos interesantes para compartir):
Quise partir por este punto porque creo que es uno de los principales errores que los padres cometen, subestimar a sus hijos. “No si es muy chico, no entiende”, grave error. Los niños entienden la mayoría de lo que uno les dice. Por ejemplo, que yo le diga que eso está mal, pero que lo vuelva a hacer, no significa que él no haya comprendido, puede ser que está probando los límites.
Entonces, en creer que ellos entienden todo está la clave. Conversar en vez de castigar, hablar para lograr resolver. En el caso de mi hijo, fue fundamental para ayudarlo, el que me expresara cómo se sentía. También es importante ser claros, cuando son más chicos hay que ser más concisos con las palabras “Mira, esto es para jugar” no ponernos científicos explicándoles de qué materiales está hecho el juguete, ni menos explicarles la inmortalidad del cangrejo.
Los niños, al igual que todos los adultos sienten. Muchas veces tienen pena, rabia, frustración o miedo, sin embargo no entienden qué significa eso. Para mí, fue clave enseñarle que es normal que se enoje, pero eso no significa que siempre vamos a hacer lo que él quiere y por lo tanto cuando se siente así le dije que me dijera “no mamá” o “no”, en vez de morder. Cuando me daba cuenta que algo lo estaba molestando o inquietando mucho, y lo identificaba como una situación de “riesgo", lo sentaba al lado mío y le explicaba. Actualmente se enoja y me tengo que aguantar la risa cuando llega su reto “Ño mamá ño” (y con su dedito apuntándome).
Nuestra santa Javiera (la educadora a cargo de Santi), nos dio una increíble idea. Como parte de nuestra rutina hacer un panel de emociones. ¿Qué es eso? En mi caso, compré un block, y con una hoja lo separé en los días de la semana, con papel lustre dibujé y corte caritas: triste, enojado, feliz y miedo (puedes seleccionar las emociones que quieras). Antes de acostarnos nos sentábamos al lado de esta hoja que estaba pegada en la pared y conversábamos como se había sentido en el día. ¿Feliz? ¿Por qué? ¿Qué hiciste en el jardín que te puso así?
Puede pasar a menudo que cuando no les das en el gusto, y les dices que es normal que se enojen, hacen una pataleta. Cuando contaba esto mucha gente opinó: “Déjalo sólo en su pieza”, “no lo pesques”. Para mí la mejor opción fue acompañarlo, sentarme al lado de él y explicarle que me quedaría ahí hasta que dejara de llorar y gritar. Esto hace que finalmente los niños sean más seguros de sí mismos y no se sientan solos.
Es importante nunca responderle a tu hijo con reacciones agresivas como golpes o morderlo devuelta, porque finalmente estaríamos comunicándoles que la agresividad es la forma apropiada para expresar nuestras emociones, en este caso: nuestro enojo.
Es importante atender primero al niño mordido, antes del que muerde. Porque así él se dará cuenta, que no tiene toda la atención.
Finalmente, creo que la paciencia es la clave para el éxito. El proceso de enseñanza y aprendizaje puede ser lento o rápido, pero el amor y cariño siempre deben acompañarnos. Muchas veces es difícil y nos vemos sobrepasados, pero en ese minuto lo ideal es contar hasta tres y seguir adelante, porque de lo que he aprendido con mi hijo, es que es un constante desafío, pero te dan ganas de luchar cada día para darle lo mejor de ti.