“Ah, es que estoy neurótico...", “sí, me está dando fibromialgia, en serio...", "es que no, con mi colon irritable, no puedo comer nada”. Hemos escuchado muchas veces estas frases, pero ¿en realidad es tan así?
Resulta que el autodiagnóstico es una realidad abrumadora en nuestro país: de un 70% a un 80% de las atenciones de urgencia en Chile, no corresponden a situaciones de gravedad y por lo mismo, tendemos a pensar en nuestras dolencias un poco ligeramente, en función de enfermedades que muchas veces son más graves de lo que pensamos, sin tener tan claro en qué consisten realmente. O más bien, tendemos a usar términos médicos para describir síntomas e incluso características de personalidad que no tienen nada de patológicas.
Un ejemplo de eso ya lo comentamos tangencialmente en un artículo anterior sobre el Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC), donde se compara el sentimiento de obsesión, que muchos podemos tener, con el verdadero TOC, que puede llegar a ser una enfermedad incapacitante.
Y siguiendo con esa linea, les mostramos algunas de las enfermedades mas “autodiagnosticadas” hoy en día y que son muy muy distintas de lo que habitualmente entendemos por ellas:
“¡Ah no, este tipo es un bipolar! ¡Hace diez minutos estaba feliz y ahora pateando la perra!”... pues bien, la bipolaridad no es cambiar de opinión o estado de ánimo en forma frecuente, ni siquiera es sentirse bien y luego sentirse mal, no. El trastorno afectivo bipolar es una enfermedad bastante seria, que afecta aproximadamente al 2% de la población, y que consiste en sufrir un severo período depresivo de pérdida de deseo sexual, de apetito, de autoestima, con pensamientos o intentos de suicidio, insomnio y dolor crónico, entre otros síntomas, para luego experimentar un período de euforia, agitación, verborrea, con aumento de peso y manifestando irritabilidad, hostilidad, ideas irreales o grandilocuentes, entre otros síntomas. (Por cierto, a esta segunda etapa se le llama manía y a ello se refiere originalmente dicha palabra, no a las mañas o la predilección por algo).
Cada período abarca meses, y muchas veces están separados entre sí por una planicie emocional, donde las cosas funcionan relativamente bien, hasta que comienza un nuevo período de manía o de depresión. Incluso, hay períodos mixtos, en que ambos síntomas ocurren simultáneamente (no se lo daría a nadie). Esta, también suele ser una enfermedad incapacitante, de la que nadie que la sufre suele hacer mucha gala, en realidad.
“No puedo comer esto, porque mi colon irritable no me lo permite… ¿me sirves más café? ¡Gracias!”. El síndrome del colon irritable no es que “me duela la guatita” junto con algo de fiebre, o cualquier otro síntoma que se pueda asociar a una indigestión. Además, es casi imposible autodiagnosticarse esa enfermedad: es necesario como mínimo un examen de sangre y una colonoscopía o endoscopía.
El síndrome del colon irritable, consiste en un conjunto de condiciones orgánicas, que se pueden diferenciar en tres categorías: colon irritable con diarrea, con estreñimiento o con un patrón cíclico de ambos. Todo esto, es acompañado generalmente por una muy dolorosa hinchazón, que ocurre al menos durante una semana al mes. En general, aunque se sometan a tratamiento farmacológico, el 50% de las personas con esta condición no tiene mejora alguna.
Para atenuar los síntomas de esta lamentable enfermedad, usualmente se sugiere realizar una dieta estricta, que excluya el café, el azúcar, la leche, naturalmente el alcohol, y también los alimentos que produzcan hinchazón en los pacientes. Asimismo, en el caso del colon irritable con estreñimiento, se realiza una dieta alta en fibras.
Por lo tanto, atención: si uno siente gases, pero no hay ninguna alteración significativa en las deposiciones (forma o frecuencia), es muy posible que se trate de alguna otra afección intestinal o gástrica.
“Mi jefe es un neurótico, es imposible tratar con él”. Aunque hay jefes buenos, también los hay que pueden ser mal genio, llevados a sus ideas, contradictorios e incluso abusadores emocionales… pero la neurosis, es otra cosa.
La neurosis es un concepto acuñado en el siglo XVIII, y se refería originalmente a trastornos del sistema nervioso central, al que se le agregan alteraciones sensoriales y motoras, poniendo en un cajón de sastre toda una serie de patologías que luego fueron siendo separadas, con el avance de la psiquiatría y la psicología. En el año 1994, el concepto fue desechado finalmente por el influyente manual DSM-IV, y reemplazado por una clase completa de afecciones, llamadas colectivamente trastornos neuróticos, que se caracterizan porque la persona se comporta por lo general dentro de normas socialmente aceptables y no existen alucinaciones.
Dentro del catálogo de afecciones que caben dentro de esta clasificación se incluyen: trastornos de ansiedad (por ejemplo, crisis de pánico), trastornos fóbicos de ansiedad (agorafobia, claustrofobia, etc.), trastorno obsesivo-compulsivo, reacción al estrés y trastornos de adaptación (estrés postraumático, duelo, etc.), trastornos disociativos y de conversión (pérdida de los recuerdos, de la identidad y del control corporal, causados por traumas o problemas muy grandes, así como los síntomas atribuidos en la antigüedad a la histeria) y trastornos somáticos (disfunción sexual, ceceo, síndrome de Tourette), entre otros.
Por lo tanto… ¡ser un neurótico implica mucho, mucho más de lo que pensamos generalmente!
“Es un histérico, mejor ni le cuentes lo que pasó”. Se puede ser exagerado, emocionalmente sensible y con tendencia a sobre reaccionar… pero el sentido de la palabra "histeria", va mucho, mucho más allá. Esta expresión ya es mencionada por Hipócrates, allá por el siglo V a.C. En esa época, se refería a una enfermedad supuestamente femenina, producida por perturbaciones en el útero (“hystera” significa útero en griego), tales como el nacimiento de un bebé, o la hipotética mezcla de semen femenino (?) con semen masculino, lo que además causaba que el útero se moviera presuntamente por todo el cuerpo (¡uf!).
Se trata de una condición en que la mente produce alguno(s) de los siguientes síntomas físicos: Desmayos, insomnio, ceguera, sordera, parálisis parcial o total, incapacidad de hablar, incontinencia, temblores, espasmos, etc. Asimismo, la antigua definición de histeria, abarcaba síntomas que corresponden a la esquizofrenia, y otras afecciones mentales.
Dos mil quinientos años después, a fines del siglo XIX y comienzos del XX, Freud consideró que a este cuadro médico se le podía llamar “histeria de conversión”, pues el paciente convertía su ansiedad en síntomas corporales.
Ya entrado el siglo XX, se la deja de considerar una enfermedad, pues se le reconoce como un nombre genérico que engloba muchas otras afecciones. Actualmente, cuando alguien experimenta los síntomas ya mencionados, se considera que posee un “trastorno de conversión”, que forma parte de los trastornos neuróticos.
“Tengo una fibromialgia terrible… me duele todo”. Esta parece ser una enfermedad que está relativamente "de moda", y donde en realidad, se tiende a dar ese nombre a dolencias producto del estrés crónico o que tienen que ver con otras afecciones, incluso con algo tan grave como el lupus (Que sí, que a veces es lupus).
La fibromialgia es una enfermedad neurológica, consecuencia de un desequilibrio neuroquímico en el sistema nervioso central. Afecta entre un 2% y un 5% de la población, impactando diez veces más a las mujeres.
Este desequilibrio neuroquímico genera hipersensibilidad al frío, el calor, la electricidad estática cutánea de otras personas, a la electricidad intramuscular (eso sí que debe ser doloroso), a la presión del tacto, al ruido y a la reducción del flujo sanguíneo, entre otras cosas. Esto ocurre, porque falla el control neuronal de inhibición de los impulsos que se dirigen al cerebro. Entonces, se siente dolor, cuando no se debe sentir dolor. Y existen ciertos puntos sensibles en el cuerpo (18 exactamente), donde el dolor no se puede soportar.
En resumen, es una enfermedad muy, muy desagradable. Y te das cuenta de inmediato que alguien la sufre, pues vive en dolor físico. No sólo cuando se fijan en ellos, o les toca hacer algo.
Tras esta breve revisión, podríamos también detenernos en la hipocondría o en el síndrome de Munchausen (ese de simular enfermedades para sentirnos queridos o atendidos), pero prefiero terminar haciendo énfasis en lo siguiente:
Es importante ir al médico antes de autodiagnosticarse con cualquier dolencia. No sólo por el peligro de automedicarse, que puede llevar a situaciones complicadas, porque desconocemos cómo reaccionan los distintos medicamentos con nuestro cuerpo y entre sí (por ejemplo, la aspirina mezclada con buscapina, aumenta enormemente el riesgo de hemorragias intestinales ), sino también por una situación que es grave en nuestro sistema de salud: en Chile, el 80% de los asistentes a los servicios de urgencia, nunca debieron estar ahí, pues debieron asistir a un consultorio… y esa es una de varias razones fundamentales en el colapso de los servicios de urgencia de nuestro país.
Así que, si la afección que uno siente, no produce un dolor insoportable, o bien la enfermedad es una gripe, un “dolor de cuerpo” y no un infarto, entonces hay que ir al consultorio o a la consulta del doctor. No, insisto, no a la urgencia del hospital o a la posta (si uno prefiere ir a una clínica privada, ya es otra historia). En general queremos tener soluciones rápidas y “mágicas” a nuestras dolencias, pero muchas veces lo que uno debe hacer, es un tratamiento que no es tan rápido o “mágico”. Y nos resistimos a ello. Así que tengamos ojo y tratemos de ser racionales en el uso de los servicios médicos, y permitir además que los médicos realicen los diagnósticos, que para eso estudiaron casi una década o más. Y esto se relaciona, con que muchas veces creemos que es fácil reemplazar a profesionales que estudiaron años su disciplina (¡levanten la mano los diseñadores, uds. saben de qué hablo!), pero no es así. Sin embargo, eso ya es tema para otra columna.