Hoy cumplo 33 años. ¿Mucho?, ¿poco? “La edad de Cristo”, reza el cliché. Treinta y tres, como los mineros. Diga “treinta y tres” te dice el doctor para revisarte el pecho, estetoscopio en mano. Nací un jueves 25 de febrero de 1982, bajo el signo Piscis, un cuarto para las 11 de la noche. Soy perro, según el horóscopo chino. Las predicciones astrales –las leí en una frívola revista de papel couché-, me auguran un buen 2015, lleno de sorpresas, viajes y obstáculos que bien sabré sortear. Pero yo no creo en las estrellas ni soy supersticioso… porque “trae mala suerte”, dice mi abuela. Así es que me enfocaré exclusivamente en el peso neto que significa pertenecer a la generación de chilenos que hoy tiene entre 30 y 39 años de edad.
¿Se puede hablar de una “crisis de los 30”? Tengo mis razones para decir que no.
1. Son muchas y variadas las cosas que han definido nuestra personalidad. En primer lugar, nacimos en dictadura (o “gobierno militar”, según prefiera): sin importar el color político de nuestras familias, no votamos en el plebiscito de 1988… pero entendemos (mejor que muchos veinteañeros) que la democracia es un valor que debemos cuidar. Nuestra adolescencia, asimismo, la vivimos junto con el país, que en los ’90 aprendía a conversar, debatir, discrepar y carretear. Por eso los treintones de hoy poseemos mentes inquietas, suspicaces, cuestionadoras. No comulgamos ruedas de carreta. Nos gusta entender al que piensa diferente, empatizar. Sabemos ponernos en el lugar del otro. Tenemos amigos que piensan MUY distinto a nosotros… porque entendemos el valor de la diferencia, del discrepar, del discutir sin pelear. No como nuestros padres. No como nuestros hijos.
2. Los treintones –o treinteañeros, que suena más lolein-, dimos la Prueba de Aptitud Académica, no la PSU. Y si bien esto no “definió” nuestra forma de pensar, creo que sí es señal de otro denominador común: somos una generación creativa, que entiende lo que lee (porque, entre otras cosas, lee). Una buena pregunta no puede ser respondida eligiendo una alternativa entre cinco. Nosotros necesitamos un minuto (o 20) para pensar, procesar, descartar, criticar, buscar información. Jamás tomamos decisiones por descarte o simple estrategia. Nos gusta estar convencidos. Disfrutamos del salir de la ignorancia o del error. No estudiamos “para entrar a la universidad”, nuestra meta era aprender.
3. Somos, además, una generación “bisagra” entre aquellos niños que jugaban sin tecnología (nuestros hermanos grandes) y los que nacieron con un joystick en la mano (nuestros hermanos chicos). Por eso podemos disfrutar jugando canasta, dominó, a la pinta o la escondida, o matando villanos en el PlayStation. Porque en el colegio tuvimos un GameBoy, pero en el recreo después de almuerzo armábamos una pichanga. Aprendimos a googlear apenas se inventó Google, y tuvimos blog, ICQ y Messenger… por la misma razón que hoy twitteamos y subimos fotos a Instagram: las redes sociales nos encantan y nunca deja de asombrarnos su poder. Cuando chicos nos mandaban a acostar temprano -¡nunca después de las 22:00 horas!-, y por eso ahora nos gusta “aprovechar el día”.
4. El terrorismo más impactante nos golpeó jovencitos, ya en enseñanza media o recién egresados de la universidad. Vimos en vivo, por televisión, cómo se cayeron las Torres Gemelas. Y eso, estoy seguro, nos marcó a fuego, influyó en nuestra manera de mirar el mundo, con más coraje, sin medias tintas. Somos una generación que no se achica, que sabe mirar de frente. Nada, realmente, nos apabulla: estamos como anestesiados, vacunados contra las provocaciones violentas. La represión no nos reprime. Llevamos el rostro descubierto. La honestidad y la justicia son valores primordiales. Vibramos con cualquier oportunidad de ser solidarios o cuidar el planeta.
5. Somos, finalmente, “viejos chicos”. Nos parecemos a nuestros padres en muchas cosas: podemos beber alcohol con moderación, disfrutamos de dormir siesta, entendemos que leer el diario es parte de la rutina diaria, nos gusta salir a caminar, regar, ver películas antiguas. Pero también sentimos el constante apremio por no mostrar la hilacha, que no se nos vaya a caer el carnet: entonces queremos bajar series por internet, pagamos las cuentas online, hacemos casi todo con música de fondo, y juntamos kilómetros para viajar, porque nos gustan más las experiencias que las cosas.
Estoy feliz de cumplir 33, de pertenecer a una generación que hoy la lleva en materia de emprendimiento, independencia y creatividad. Me siento desafiado por mis pares, invitado a “dar el ancho”. Seremos jóvenes por pocos años más, y por eso trabajamos con sentido de urgencia.
Y cuando tengamos 40, entonces buscaremos la forma de sentirnos de nuevo como de 20, para volver a empezar.