Hace poco tuve la oportunidad de hojear el libro “Nicolás tiene 2 Papás” que ha causado una polémica de proporciones… digamos, “bíblicas”. El libro tiene apenas 11 páginas ilustradas, donde Nicolás cuenta que vive con sus dos papás (no explica por qué), que lo quieren y lo pasa bien con ellos, que los fines de semana ve a su mamá, con la que se llevan bien, que tiene una amiga con familia de padre y madre que también se quieren, que aunque todos nacemos de una mamá, todos vivimos en familias diferentes y que lo importante es que todos se quieran se respeten. Fin. Pueden leer el libro digital aquí.
A pesar de que, al menos desde mi punto de vista, el libro es bastante sutil en el tratamiento del tema, se enfoca en la tolerancia, el respeto y el amor y que no es un contenido obligatorio, no se necesitaba ser adivino para predecir que un libro con ese título, orientado a niños y apoyado por el gobierno, levantaría una polvareda. Como era de esperarse, se ha escuchado de todo: desde que el Estado intenta imponer una visión valórica saltándose la voluntad de los padres, que presenta una visión sesgada del mundo, hasta que un libro así confundirá a los niños y los hará gays.
No voy a meterme aquí en el debate sobre los derechos homosexuales, ni sobre las teorías sobre la formación de la identidad sexual y tampoco me interesa en esta columna referirme al rol de Estado en la educación y promoción de valores versus la libertad de los individuos. Todos son temas importantes que no están zanjados y que merecen discusión. Pero mi interés va por otro lado: por la visión, a mi juicio limitada y pobre, que tenemos los adultos sobre los niños y, por lo tanto, de nuestro propio rol en su educación.
De leer las opiniones que se han vertido sobre la polémica del libro (a favor y en contra), pareciera que hay un grupo mayoritario de personas que ven a los niños como envases vacíos a ser llenados de opiniones, valores y creencias, que son moldeados por el solo contacto con algún tipo de información o vivencia. Quienes así piensan, parecen creer que la sola lectura de un libro, o la ausencia de este, va a definir irremediable e irreversiblemente todo su universo infantil y desarrollo futuro, o que ellos como padres pueden, limitando el contacto con cierto tipo de personas y visiones del mundo, asegurar la creación de un individuo con las características que ellos desean (¡vaya si se van a decepcionar cuando sus hijos lleguen a la adolescencia!).
Yo me pregunto, honestamente, si a esa gente ya se les olvidó cómo es ser niño. En caso que sea así, se los voy a recordar: un niño vive en un mundo que es en partes iguales imaginario y real, donde todo es posible y hasta la más absurda explicación es aceptada como cierta, pero que es modificada según su particular visión del mundo, en una narración propia y única, que puede ser incluso contradictoria. Sin conocer nada de la vida, el niño está dispuesto a experimentarlo todo: meterse cuanta cosa hay a la boca, acercarse a extraños, inventar juegos e invitar a niños que acaba de conocer, adentrarse en cuanto agujero y recoveco encuentra, correr directo a una autopista sin siquiera mirar a los lados o meter los dedos al enchufe. Es un mundo vertiginoso de exploración, ensayo y error, de ingenuidad sin límites, pero que en su devenir va dando forma y certeza al mundo del pequeño. Cuanto más explora, cuanto más se arriesga, cuántas más experiencias vive, más rico es su entendimiento, antes descubre las reglas que dominan su entorno y más rápido aprende a adaptarse a la vida de una manera sana y reflexiva. Porque a lo largo de su desarrollo, empieza a descubrir su identidad, a diferenciarse y expresar su voluntad, a desarrollar relaciones sociales y a cuestionar todo lo que se le ha inculcado.
Es un proceso peligroso, sin duda, pero para eso están los padres, listos para sacarlo de apuros o prevenir un accidente de consecuencias fatales. Rol protector que se conjuga con otro igual de importante, el rol de guía. El niño pequeño recibe con avidez todo lo que se le presenta, lo acepta sin cuestionamientos e intenta darle sentido a la vida con la poca información que maneja. Los padres pueden ayudarle a darle esa narrativa, esa coherencia. El rol de los padres no es limitar las experiencias de sus hijos, sino darles sentido, explicándoselas. Cuando los padres optan por alejar al niño del mundo, forrarlo en mallas de seguridad, limitar su contacto con otros, meterlo en salas de clases “homogéneas” con niños “como él” (que realmente no lo son), lo único que hacen es empobrecer su experiencia de vida, limitar su comprensión y prepararlo mal para la vida.
Y es que es ingenuo, además, creer que uno podrá evitar que su hijo conozca las cosas que no quiere que conozca. Basta con mirar a nuestra propia infancia para recordar cómo, en gran medida, fueron los amigos las principales (y peores) fuentes de conocimientos “atípicos”, digamos. De ellos escuché los primeros términos sexuales, oí de posturas y prácticas raras en que cuerpos entraban en otros cuerpos, de misteriosas casas donde habían mujeres dispuestas a todo por dinero, hojeé revistas de predominante color piel, conocí el alcohol, el tabaco, las fiestas. ¡Y eso era antes de internet! Qué decir de los profesores: por más férreo que fuera el control de mi colegio privado y católico, me tocaron profes que nos decían y hacían cosas que seguro hubiesen escandalizado a padres y directores por igual. Los padres no pueden elegir qué sabrá y que no su hijo, sólo pueden optar a explicárselo ellos, a su manera, o darle sentido si otro lo hizo antes que ellos.
¿Quiere esto decir que debo llevar a mi hijo de 4 años a un prostíbulo, una morgue y una cárcel, para que aprenda de la realidad? ¿Está mal que pretenda mantener su inocencia un tiempo, esperar que desarrolle cierta madurez antes de hablarle de ciertos temas? ¿Está bien que el Estado pretenda hacerlo por mí?
¡Por supuesto que no! Pero hay ciertos valores y temas que deberíamos ir integrando a su educación, desde la más tierna infancia, presentándoselos de la manera más apropiada posible a su edad. Y sobre todo, mantener canales de comunicación abiertos, escuchar a través de su relato de qué cosas se está enterando, y ayudarle a procesarlas de la manera más sana posible. Padres que actúan así, no tienen nada que temer, podrán ayudar a sus hijos a procesar lo que sea que les toque vivir; son aquellos que han abdicado de su rol educador, los que pueden asustarse con medidas como esta, pues han aceptado implícitamente que otros formen a sus hijos.
Creo que, cuando se trata de los temas difíciles de la vida, es bueno contar con herramientas que nos ayuden a presentárselos a los niños. Cuando una mascota muere, es una buena forma de tratar el tema con nuestros hijos. Cuando un niño le quita su juguete al nuestro, podemos aprovechar la oportunidad para hablar del valor de compartir, o de la existencia de los robos y la importancia de la honestidad. Con libros de fábulas podemos ofrecer lecciones de vida sobre el egoísmo, la avaricia, el orgullo. Me parece que "Nicolás tiene 2 papás" es una de esas oportunidades, una de esas herramientas, que podemos usar para hablarles de tolerancia, o de las formas que puede adoptar una familia, o de sexualidad. Su interpretación es libre.
Ignoro si es la mejor herramienta y ciertamente no debería ser metida a la fuerza, pero tampoco me parece saludable proponer como alternativa que no exista ninguna, que simplemente neguemos la existencia de ese mundo. Pero si alguien cree que se puede hacer un libro mejor para educar sobre el tema, que lo haga. Esa es otra oportunidad que abre este texto: discutir cómo y cuándo debemos empezar a hablar estos temas.