Que amamos a nuestros smartphones no es novedad. Y que la fiebre y dependencia por ellos continúe a paso firme, tampoco es sorpresa. Sin ir más lejos, durante el 2013 se vendieron en Chile, en promedio, 425 smartphones por hora, lo que representa un incremento de 96% respecto al año anterior. En ese entonces la Subtel ya contabilizaba poco más de 24 millones de celulares activos en nuestro país, es decir, muchos más teléfonos que chilenos. Y lo mismo pasa en el mundo: de acuerdo a un sondeo de Cisco, ese número sobrepasará las 7 billones de unidades a fines de 2014. Más smartphones que humanos en la tierra. ¿Fuerte, ah?
Hay harto de lo que asombrarse si desmenuzamos esa cifra, pero uno de los aspectos más preocupantes es la gran bola de basura tecnológica que esos celulares significan. El mercado actual se expande y evoluciona tan rápido que, el mismo día que compraste el último-último súper smartphone, llegando a tu casa Google te dirá que otra marca lanzará otro mejor el mes que viene. Y así todas las veces. Si el cliché suele decir que cuando compras un auto, a la salida de la compraventa ya vale un 20% menos, piensen que con los teléfonos móviles el porcentaje es mucho mayor. Es decir, representan un aspecto de la tecnología que es absolutamente desechable, rápidamente intercambiable y con riesgo de obsolescencia, por lo que cada vez que compras uno, estás adquiriendo un desecho tech a corto plazo. Y no me refiero sólo al smartphone en sí mismo, sino a todos los accesorios incluidos en la caja, lo que me lleva al verdadero tema de hoy: los malditos cargadores.
Los cargadores sí que son basura, pero de la peor calaña, pues es basura que podría reducirse fácil y rápidamente si no hubiese intereses mercantiles de por medio. Ya se intentó hace varios años que las marcas se pusieran de acuerdo y se confeccionara un solo tipo de cargador universal, lo que facilitaría tremendamente la experiencia del usuario y mermaría en cifras abrumadoras las toneladas de residuos tecnológicos que hay alrededor del globo. Cuando compraras un nuevo smartphone, sólo recibirías el teléfono, sin nada más, pues tu cargador “antiguo” te serviría para tu teléfono nuevo. Suena bonito, ¿no? Lamentablemente, la dinámica del dinero no permite ideas tan loables. Algo se avanzó con Android –todos los celulares con este sistema operativo utilizan el mismo tipo de cargador, sin importar su marca– pero quedan muchas otras que se desentendieron de la preocupación ecológica y siguen produciendo sus propios accesorios para diferenciarse. Más grave es cuando una misma marca hace modificaciones internas y obliga a sus clientes a botar sus accesorios anteriores, quedando como inutilizables. Sí, me refiero al iPhone 5 y el escándalo de su forzado nuevo cargador Lightning.
Este artículo de Popular Science lo dice bien. Ha habido decenas de obstáculos para que este tipo de tecnología se concrete. Trabas empresariales, comerciales o derechamente técnicas ha impedido su desarrollo y, por ende, el cableado sigue proliferando como si nada sucediera a su alrededor. Sin embargo, pareciera que la luz al final del túnel se está acercando con la arremetida de los cargadores inalámbricos, esta vez integrados a otros objetos domésticos.
Los cargadores inalámbricos o alternativos existen hace rato, sí, pero siguen lejos de convertirse en algo masivo. Ese es el verdadero desafío. Todavía se consideran objetos experimentales, raros, a precios altos y no muy fáciles de conseguir. Por demás, sólo un puñado de smartphones poseen las características técnicas necesarias para cargarse correctamente sin necesidad del accesorio tradicional, lo que obviamente no ayuda a que los cargadores inalámbricos adquieran protagonismo. Por otro lado, algunos expertos advierten que es un voladero de luces: las marcas estarían reemplazando el cargador de cable y enchufe por otro cargador de “plataforma” o plato (llamado pad), es decir, la cantidad de basura que se produce sería la misma, cambiando A por B. Entonces, ¿qué hacemos?
La integración de cargadores inalámbricos a objetos o u otros aparatos electrónicos ya existentes en tu casa, es una idea espectacular que recién comienza a encontrar su camino, pero se ve prometedor. Miren esta lámpara LED que también sirve como cargador. O este parlante. ¿Y si pudiéramos cargar nuestro smartphone a través de una ranura o símil en el refrigerador o tu televisor? Ya existen prototipos testeándose en los paneles de autos nuevos, por ejemplo. La idea sería echar mano a elementos que ya consumen energía, reutilizando la misma para alimentar otros aparatos menores, como un teléfono celular. No sé ustedes, pero es de esas ideas tan simples que te hacen gritar “¡Cómo no se me ocurrió antes!”. Se escucha sencillo, aun cuando en la práctica requiere de la convergencia de muchos factores para que se convierta en realidad (sobre todo comerciales). No obstante, esto bien podría significar la revolución que muchos estamos esperando.
En este minuto, cargo mi Blackberry conectada por USB a mi Macbook. Un aparato electrónico alimenta de energía al otro. Sí, todavía hay un cable de por medio, pero por ahí va la idea. En el amplio y diverso campo de la tecnología, todo parece avanzar con prisa, como si todo fuese para ayer, llenándonos de nuevos chips y núcleos y términos, y aún así hay preocupaciones relegadas, eludidas, que deberían ser más importantes que aumentar pixeles a la cámara o gigas a las tarjetas de memoria. ¿Estaré viva para presenciar la muerte de los cargadores tradicionales?