Desde hace un par de años, está de moda odiar a Ricardo Arjona. Unos desde antes del terremoto, otros después y otros desde siempre. Poco importa y definitivamente no debiera ser tema, porque la música se trata precisamente de gustos y en eso estamos claros de que la diferencia es la regla y no la excepción. Sin embargo, parto por esta esquina, ya que se ha generado todo un revuelo por la presentación del guatemalteco en el Teatro Municipal, por lo que dejo abierta la posibilidad a que se trate de algo personal con el artista, más que una opinión transversal frente a la cultura pop.
El asunto es que entre pan, cereales y papas fritas, los chilenos solemos llenarnos la boca con que en Chile debiera haber más cultura. Eso, dejando de lado cuánto hacemos en verdad por para apoyar la oferta actual y cuánto nos importan las políticas públicas que generamos para darles más apoyo en locaciones y distribución. Sin embargo, todos parecemos concordar en la discusión de la boca (y el bolsillo) para afuera, en que le hace bien a la sociedad consumir literatura, danza, teatro, artes visuales, etc.
Ahora, cuando llegan debates como el que se ha generado en torno a la presentación de Arjona en nuestro máximo escenario nacional, me pregunto si realmente queremos que la cultura haga metástasis por el país o si preferimos que siga encapsulada en una elite que gracias a un mejor conocimiento de la historia, mayor acceso a la información y por contar con los medios económicos, puede darse el placer de ver presentaciones de calidad.
Respondo a los que decían que el Teatro Municipal mancha su imagen abriéndole la puerta a artistas populares. Quizá ellos no se enteraron cuando se presentó Jorge González o Electrodomésticos y llenaron las butacas de gente de todas las edades, que -podría apostar-, en su mayoría nunca habían entrado a nuestro principal escenario.
Entiendo y comparto que el teatro tiene una identidad construida, en parte debida a su arquitectura y en parte a los tremendos artistas que han pasado por ahí, pero no creo que por dejar abiertas ciertas fechas a arriendo comercial pierda su prestigio y por sobre todo, aleje a cierto público de asistir a los shows de su agrado. ¿Hay un problema en que vaya más gente? ¿En que se abran las puertas? ¿En que en vez de ofrecer tres tipos de estilos, se ofrezcan cinco? Si queremos consumir más cultura, debemos dejar de segregar los espacios. No se trata de reemplazar la ópera por el artista pop del momento, sino de conciliar ambos tipos de espectáculos para que más personas participen y no los mismos de siempre.
Con el objetivo de no desvirtuar la cartelera y tomando las palabras del abogado Enrique Barros, vicepresidente del directorio del Teatro Municipal, quien afirma que "llegar hasta ahí tiene que ser un incentivo y un reconocimiento", se podrían establecer ciertos requisitos: Porcentaje anual de presentaciones más populares, teloneo de disciplinas más clásicas para instruir acercar al público a otros estilos, subsidiar con los fondos recaudados a proyectos regionales, etc. Criterios básicos que faciliten el discernimiento para los artistas interesados en arrendar en las fechas disponibles (que son pocas al año).
Tampoco hay que ignorar que las cuentas se pagan y que al no caracterizarnos por ser un público muy participativo, ni que destine grandes montos al consumo de cultura, el teatro debe ver alternativas distintas para su financiamiento. De hecho, ya se había establecido que habría un plan de apertura en las presentaciones y que próximamente se anunciarán una serie de cambios de directrices en línea con esto. Si lo masivo es capaz de sostener a lo de nicho, bienvenido. Si seguimos con el candado puesto, obstinados en que solo lo de nicho es respetable, finalmente no habrá escenario ni para el uno ni para el otro.
Más allá de su música, agradezco que Arjona nos haya impulsado a iniciar este necesario debate sobre límites y criterios, que hace falta en un país donde "necesitamos más cultura" es trending topic.