La semana que viene después de un evento masivo suele dejar una serie de conversaciones dando vueltas en oficinas, salas de clases y reuniones sociales. Los temas casi siempre son los mismos: lo bueno o malo que estuvo el concierto, si había mucha o poca gente, los estacionamientos y el taco a la salida, las colas para comprar o para ir al baño, los que van a conversar y hacer vida social en lugar de poner atención a la música, los que sacan fotos o graban con sus teléfonos, la cantidad de minas y minos que había, etc. Lollapalooza también abarca todos estos temas, pero además de eso levanta conversaciones que tienen mucho más que ver con acontecimientos que, al parecer, poco tienen que ver con los festivales de música.
Una de las grandes claves tiene que ver con la diversidad. Esa palabra que tanto se usa para representar la sociedad colorida y tolerante que queremos construir se hace increíblemente realidad en este festival. Sobre el escenario la diversidad es evidente y fácil de graficar ya que en una misma jornada conviven rock, electrónica, pop, música folcklórica, infantil, ritmos latinos, indie, sicodelia, rap, reggae y un largo etcétera de otros estilos. La variedad de actos que se presentan por supuesto que se ve reflejada en la variedad de gente que llega al Parque O’Higgins y la mezcla de todos estos fans provoca un efecto visual bastante más cosmopolita que el que estamos habituados a ver en el día a día. Además, ocurre que una cantidad importante de extranjeros viajan a ver el festival y por cierto aportan a que todo se vea más diverso aún, pero esa es solo la capa superficial del tema. Porque no es que Lollapalooza se vea diverso, es que realmente lo es. Además de música y fanáticos de la música en el festival hay lugar para cientos de iniciativas vinculadas al emprendimiento, la conciencia social, el cuidado por el medioambiente, el fomento a la cultura, la tolerancia y la seguridad.
Existen puestos donde se venden y se regalan cosas, se reparten folletos, se reclutan voluntarios, se recogen firmas y se conversa sobre temas que se alejan bastante de lo que ocurre sobre los escenarios. Y lo más increíble de todo es que codo a codo con todas estas ONGs y emprendimientos están las grandes marcas, aquellas que se instalan con enormes estructuras promocionales que curiosamente conviven en armonía con el espacio. Pero lo que hace auténticamente diverso a Lollapalooza y lo distingue de todos los demás es que es un festival musical ultra masivo y vanguardista que a la vez es apto para la familia. Sí, porque una de las mejores cosas que se ven en Lollapalooza son los niños. Lollapalooza es el único festival musical que ofrece artistas de primer nivel para todas las edades. En este festival está el público que los espectáculos deportivos sueñan con tener: la familia de vuelta al estadio.
La seguridad es otra pieza fundamental, porque para que la familia se atreva a llegar con coches, carteras y bolsos a un evento masivo resulta evidente que existe una importante sensación de contención. Si el festival es seguro para los niños, claramente lo es para el resto de los asistentes. Y esto no tiene sólo que ver con la cantidad de guardias (de hecho, para el clásico del domingo hay el doble de guardias y la familia no llega al estadio). La clave está en una auténtica preocupación por el espectáculo, un objetivo integrador que involucra manifestaciones artísticas, servicio al cliente, señalizaciones claras, áreas de sombra, sistemas de refresco, zonas de deporte y activaciones de concursos. Es una especie de parque de diversiones musical.
Para una sociedad como la chilena, que exige estándares internacionales en temas sociales y económicos, una sociedad que cada vez se siente más incómoda con los contenidos delictuales que ofrecen los medios de comunicación masivos y que se enorgullece cuando internacionalmente nos destacan como ejemplo de cualquier cosa, el hecho de que exista un festival cultural que haga propias muchas de las cosas que queremos construir a nivel macro es sencillamente reconfortante. Así como nos duele la guata cuando le entregan un par de gaviotas de utilería a Rod Stewart o Elton John, nos llena de orgullo encontrarnos con una cantidad impresionante de extranjeros que vienen a Chile a disfrutar de un evento como Lollapalooza y que se maravillan con lo que ven, son dos días al año en que nos mostramos al mundo como un lugar en donde se respira diversidad, un espacio seguro, donde grandes marcas y pequeños emprendimientos conviven en aparente armonía y donde la mayoría de las cosas funcionan. Y todo esto sin necesidad de entrar a hablar de lo más importante: la música.
Hay cosas que corregir, por cierto. Hay servicios que podrían mejorar y trámites que podrían ser más expeditos, pero en general se ha avanzado con los años y la experiencia que se vive en el festival es cada vez mejor. La vara está cada vez más alta y esa siempre es una buena noticia.