Es habitual escuchar que existen emociones buena y malas. Lo cierto es que esto es un gran mito que se basa en confundir la emoción misma con la explicación que nos damos o los juicios que tenemos sobre ellas, que no es lo mismo, pues varían de persona en persona y de sociedad en sociedad.
Las emociones son una predisposición a la acción y están relacionadas con lo que nos motiva o mueve. Cuando queremos hacer algo, son nuestras emociones las que nos activan a ello y por lo tanto condicionan nuestros resultados. Por ejemplo, en un estado de rabia, es posible que gritar o golpear algo esté más a la mano que cuando sentimos ternura, durante la cual lo que surge es el cariño y la amabilidad.
Esto nos demuestra que cuando vivimos un estado emocional ciertas acciones están más a la mano que otras; es más, incluso hay acciones que desaparecen por completo de nuestro repertorio: nadie se pondría hacer bromas en un velorio y con miedo no nos resulta natural tener una conversación relajada y tranquila, lo que frente a un entrevistador puede ser crucial.
Esto se ha dado por un acuerdo implícito dentro de nuestra sociedad, un consenso, que ha atribuido una valoración positiva o negativa a las diversas emociones. Cuando vivimos la felicidad es habitual reír, que es bienvenida y sana. La felicidad no nos incomoda, nos hace sentir bien y, por lo tanto, nos la explicamos como buena. Nunca se ha visto que a alguien sonriente y de buen humor, la gente se le acerque a preguntar qué le pasa.
¿Qué pasa en el caso de una emoción que nos la explicamos de forma consensuada como negativa? Exactamente lo contrario. En la emoción de la pena es natural que surja el llanto, el cual nos incomoda y se nos hace difícil de manejar (tanto en nosotros como en un tercero) y por lo tanto, le atribuimos socialmente una carga negativa: Que es señal de debilidad y que hace mal, especialmente en el caso del hombre.
Seguramente le ha pasado: Frente a una persona que llora sacamos rápidamente un pañuelo, le decimos que va pasar, que no se preocupe, que no es para tanto, pero en el fondo le estamos pidiendo a gritos que ¡por favor pare de llorar!.
Lo primero es aceptar que las emociones se presentan por algo que nos está pasando y hay dejar que aparezcan, sin buscar explicaciones ni clasificaciones, sino vivirlas. Las emociones, por suerte, no son racionales y por lo mismo es difícil encontrarles una explicación, eso es una pérdida de tiempo, en un comienzo.
Lo segundo es dejar las explicaciones “tipo” y ver qué nos pasa a nosotros mismos con la emoción que se nos presenta. Lo peor para vivir tus emociones es que alguien te diga qué es lo que tienes que hacer con ellas, los consejos son generalmente fatales, pues esa persona interpretará la emoción desde su propia experiencia y no la tuya.
Por último es indispensable darle la oportunidad a cada emoción, sin susto, para aprender de ellas. Darnos esta oportunidad es vital ya que nada grave va a pasar, la emoción no está para hacerte daño, sino por el contrario, para avisarnos de algo que está pasando y que debemos atender. Las emociones son y se presentan porque a cada uno de nosotros nos quieren decir algo de forma individual
Al desarrollar esta forma de aceptación de la emociones surgirá un nuevo mundo de aprendizaje asociado a la posibilidades que en el pasado nos cerramos. Si hace años que no sientes pena, deja que aparezca, seguro que tiene mucho que decirte. Por otra parte, si llevas mucho tiempo siendo grave y serio, ríe hoy un poco, algo vas a aprender.
No seamos tan duros con nosotros y dejemos que esas emociones que no nos visitan hace tiempo nos muestren lo que tienen para nosotros. Sólo podemos ganar.