Hay momentos en la vida (sobretodo al llegar Marzo) en que nos parece que el mundo está mal, que todo se hace al revés, que nada funciona y que mejor sería tirar la toalla e irse para la casa. Y me refiero a todo nivel. A algunos les queda esa sensación después de ver un noticiario, escuchar algún político o pensando en la ecología. A otros, después de un extenuante día de trabajo, porque están viviendo un momento difícil como padres o quizás con su pareja. Problemas cotidianos que no representan necesariamente grandes crisis, pero que al repetirse a lo largo del tiempo hacen que el día a día se vuelva difícil y desgastante. Incluso a veces se trata de cosas tan menores que cuesta verlas. Es entonces que nos preguntamos cómo la vida cotidiana se nos puede estar haciendo tan difícil. Y nuestra primera reacción es tratar de cambiar las cosas, de “arreglar algo”. Pero ¿qué pasa cuando la solución está fuera de nuestro alcance? ¿Cómo podemos ser felices cuando las cosas no están bien?
Cuando nos preguntamos por qué no somos o estamos felices, la lista de respuestas posibles es infinita: mi trabajo no me gusta, mi pareja no me entiende, no aguanto la forma en que piensa tal persona, el gobierno es un desastre, el mundo está mal y un infinito etcétera. Pero la verdad es que, por más que lo pienso, pareciera que la razón que hay detrás de la infelicidad es una sola: no quiero estar donde estoy. O dicho de otra forma, el mundo/la vida/mi vida no es como yo quiero que sea.
No importa qué tanto o tan poco dinero, amigos, oportunidades o problemas tengas. No importa si parece justificado o injustificado tu malestar. No importa si eres la persona más afortunada del planeta. Querer estar en un lugar diferente del que estamos, querer ser quienes no somos, querer una vida diferente a la que tenemos, a mi parecer, es la única fuente de infelicidad. Y es por eso que deshacerse de la infelicidad está en nuestras manos, porque lo único que necesitamos es aceptar las cosas como son. Fácil ¿verdad? ¡Para nada!
Marzo existe porque las vacaciones tienen que terminar. Es el “efecto Lunes”. Lo más difícil no es que sea como es, sino que significa que el descanso terminó. Siendo mamá o papá vives experiencias maravillosas, pero eso no quita que sea difícil. Ambas cosas van de la mano, no se pueden separar. Estar casado (o vivir en pareja) igual. Nuestro trabajo también existe por una razón: aunque tenga mil cosas malas, es lo que nos permite ganarnos la vida. Quizás es el mejor trabajo que puedo conseguir en este momento, o quizás no me he cambiado solo por temor, pero estoy ahí por alguna razón ¿no?
Todo lo “bueno” tiene algo “malo” y son cosas que no se pueden separar. La gracia de la vida es que te permite tomar decisiones, pero olvidamos que no tenemos el poder absoluto, y por eso no podemos quebrar las reglas. Aceptar quienes somos, o el momento que estamos viviendo, es aceptar las reglas de la vida, es aceptar que las cosas son como son por una razón (incluso aunque sea injusta). Es el primer paso, el más duro y doloroso, y que solo depende de nosotros. Es dejar de odiar la vida porque no es como nosotros queremos que sea. Por supuesto que no es fácil, no pretendo plantear que lo sea, pero sí creo que es necesario, absolutamente necesario, para poder alcanzar la felicidad. ¿Y después? Después viene lo mejor, viene la parte fácil.
Para mí, la felicidad está en hacer aquello que te llena, eso que te motiva y que sientes que es tu forma de aportar a que este mundo sea mejor. Son pocos lo que viven una vida que les permite dedicarse al 100% a eso, ya que muchas veces lo que te llena no forma parte de un trabajo remunerado. Además, eso que te motiva, eso que puedes aportar al mundo, eso que te hace disfrutar la vida rara vez es una sola cosa. La mayoría de las veces es un mix de actividades que no tenemos tan definidas y que cambia día a día. Y muchas veces sentimos que necesitamos mucho más tiempo del que tenemos para poder realizarlas. Por eso es tan importante aceptar nuestra vida tal como es, no para caer en un conformismo absoluto, sino para estar consciente de todo aquello por lo que debemos estar agradecidos, y por sobre todo, para poder cambiar el enfoque de nuestras decisiones futuras, haciendo pequeños ajustes día a día, para acercarnos cada vez al tipo de vida que queremos vivir.
Ser infeliz es como perderse, es no entender por qué estoy donde estoy, es sentirse amarrado por la vida contra tu voluntad. Solo aceptando esas amarras, y sabiendo a conciencia dónde nos encontramos, podremos disfrutar de nuestros espacios de libertad. Solo Porque la felicidad no está en alcanzar un estado específico, sino en luchar por acercarse a él. No tiene que ver con dónde estamos ni con cuánto hemos avanzado. Ser feliz tiene que ver simplemente con la dirección en la que caminamos. Esa dirección es encontrarse a uno mismo.