* A propósito de la escalada en la crisis económica y política de Venezuela, les dejamos una nota que explica cómo llegó un país rico a tener tal desabastecimiento, pobreza, y a importar crudo habiendo sido potencia petrolera, entre otros problemas.
Hace un tiempo, recién asumido el Sr. Maduro como reemplazante del malogrado Hugo Chávez a la cabeza de Venezuela, el país tropical hizo noticia por un hecho bastante poco glamoroso: sus habitantes hacían largas filas para conseguir un bien que no solemos considerar un lujo: el papel higiénico.
Hace unos días, Venezuela volvió a las noticias producto de las manifestaciones de algunos estudiantes hastiados de la inseguridad, que ha escalado a un movimiento nacional, que ahora reclama además por la alta inflación (56%) y la escasez de productos básicos, entre otros problemas.
No sé ustedes, pero al escuchar esas noticias, no pude evitar preguntarme: ¿Cómo llega uno de los mayores productores de petróleo del mundo, a quedarse sin un insumo tan básico como el papel higiénico?
La verdad es que no se necesitaba una bola de cristal para predecir que esto ocurriría. De hecho, ha ocurrido incontables veces en la historia del mundo, casi siempre igual, pero por algún motivo, aún no aprendemos la lección.
Lo ocurrido sigue un patrón que se repite una y otra vez de manera casi idéntica cada vez que se sigue una cierta lógica económica poco prudente. Y no tiene nada que ver con los supuestos complots de empresarios ni intentos golpistas organizados por potencias extranjeras. Es, simplemente, un problema de economía básica.
La intención de este artículo no es criticar a nadie, ni a Chávez ni a Maduro ni a ninguno de los que ha intentado lo mismo en la historia del mundo, sino simplemente, explicar por qué ocurre lo que ocurre, cosa que seamos capaces de reconocer estas situaciones a tiempo y no nos termine pasando a nosotros también (otra vez).
Para entender bien el problema, pongamos un ejemplo.
Digamos que usted es una persona con el corazón bien puesto, genuinamente preocupado por sus semejantes y llega a la presidencia de un país con mucha pobreza y desigualdad. Usted, naturalmente, quiere ayudar al pobre y para eso existen dos caminos:
El primero, es seguir el camino tradicional, el camino largo, de intentar hacer crecer la economía, de mejorar la educación y la capacitación laboral, de fomentar el empleo y el emprendimiento, hasta alcanzar niveles de empleo pleno y, con ello, que suban los sueldos. Acompañar eso, además, con políticas sociales que aseguren igualdad de oportunidades a todos y que garanticen los derechos básicos de todos los ciudadanos.
Este camino no le convence.
Usted sabe que si se limita a hacer crecer la economía, la riqueza se quedará en los bolsillos de los grandes empresarios. Ya lo ha visto pasar suficiente. Además, el proceso es demasiado lento, no piensa esperar una década o dos para ver algo de justicia social.
Usted está seguro que hay otro camino, uno más rápido, más directo: Su país tiene la billetera llena y no hay tiempo que perder, así que se lanza a repartir subsidios, bonos y beneficios sociales gratuitos a manos llenas, para llevar esa riqueza rápidamente a la gente. Esto, más allá del balance fiscal (es decir, gasta más de lo que recauda).
Para hacer sostenible el mayor gasto, sube fuertemente los impuestos a empresas y grandes fortunas. Puede que incluso, para hacer caja rápido, ordene imprimir más dinero.
En un primer momento todo anda bien, la gente lo adora y su situación parece ir mejorando... Pero un problema empieza a emerger: los precios están subiendo casi a la par con su generosa ayuda, anulando el esfuerzo.
¿Qué está pasando? Que el exceso de dinero circulante está generando inflación. Lógico: si hay más plata circulando, esa plata “es menos valiosa” por decirlo así. Para que lo entienda, imagínese que los diamantes empezaran a crecer en los árboles ¿Seguiríamos considerándolos tan valiosos? Lo que da valor a los diamantes es su escasez y el costo de extraerlos. Así mismo, lo que le da valor al dinero, es que haya que trabajar para ganarlo. Cuando a todos les empieza a llegar gratis, pierde su valor. Por lo tanto, como la plata “vale menos”, los precios de los productos y servicios suben.
El segundo factor que influye en el problema, es que esos impuestos que aplicó a las empresas, son traspasados (parcial o totalmente) al usuario.
Al ver esto, usted se enfurece ¡Esos empresarios inescrupulosos están echando por tierra todo su esfuerzo con su avaricia! Así que decide tomar cartas en el asunto: Llegó la hora de fijar precios. Eso sí, usted es una persona justa, así que fija un precio “justo” para las cosas. Suficiente para que el negocio marche, pero que nadie se haga rico a costa de otros.
El problema, claro, es que usted sigue regalando dinero y el dinero sigue perdiendo su valor, así que ese precio “justo” rápidamente pasa a ser insuficiente para las empresas, que no logran cubrir sus costos u obtienen márgenes tan bajos, que el negocio pierde el atractivo.
Además, muchos de sus insumos vienen del exterior o no están dentro de su política de fijación de precios, así que esos insumos siguen subiendo, mientras que los productos que se fabrican con ellos, no se pueden vender más caros. Usted ajusta el precio cada cierto tiempo, pero siempre llega demasiado tarde, así que varias empresas, simplemente, paran las máquinas o dejan de importar. Obvio, nadie monta una empresa para dedicarse a perder plata.
Producto de la paralización de la industria, mucha gente pierde el trabajo, por lo que se ve en la obligación de implementar más programas de empleo y bonos a costa del Estado, para contener la situación.
Ahora usted tiene otro problema, porque producto de la paralización de las importaciones y producción nacional, empieza el desabastecimiento. Las góndolas de los supermercados empiezan a vaciarse y algunos productos comienzan a escasear. La gente acapara todo lo que puede.
Para intentar frenar el problema, usted empieza a racionar la venta de los productos e insumos esenciales. Fija cuotas máximas para cada familia y empresa.
El problema es que hacerlo es bastante engorroso y costoso, le obliga a desviar mucho dinero y personal a la tarea y la cosa se presta para todo tipo de arbitrariedades, amiguismos y actos de corrupción.
Como a alguna gente las cuotas asignadas por el gobierno le resultan insuficientes y a otros les queda de sobra, comienza a formarse un mercado negro, en que estos productos se venden de manera informal a precios mucho más altos que los que usted fijó.
Así, empieza a existir una inflación “oficial”, considerando los precios de las tiendas y una inflación “real” que considera los precios del mercado negro. En cualquier caso, la inflación empieza a escapársele de las manos.
Usted empieza a sospechar que muchas empresas están vendiendo directo al mercado negro para obtener mejores márgenes. Y aunque no fuese así, no puede permitir que las empresas sigan deteniendo la producción, así que llega a la determinación de que el Estado debe hacerse cargo. Comienzan las expropiaciones.
Gran parte del valor bursatil de las empresas se va al suelo, pues el temor de los inversionistas a que sean expropiadas, les hace vender a cualquier precio.
Los empresarios y grandes fortunas del país ponen el grito en el cielo y muchos empiezan a hacer sus maletas y a trasladar sus riquezas fuera del país. Otros, producto de la alta inflación, ya se habían refugiado en monedas más seguras para transar sus productos.
La compra masiva de dólares, para sacar el dinero al extranjero, hace perder aún más valor a su moneda nacional. Esto encarece aún más las importaciones.
La fuga de capitales es preocupante, si la cosa sigue así, pronto no habrán grandes fortunas que paguen impuestos millonarios, así que decide limitar el intercambio de divisas, por la vía de fijar el cambio y, por qué no, imponer cuotas al uso del dólar.
Esto, nuevamente, tiene un impacto en la industria y el comercio, que ahora debe justificar cada pago que envía al extranjero y ajustarse a las cuotas que usted ha asignado. La mayoría de los productos importados, que ayudaban a contener un poco el problema del desabastecimiento, empiezan también a escasear.
Pronto, emerge un mercado negro de dólares, que una vez más, se transan a valores muy superiores del cambio oficial.
Por otro lado, sus asistentes le informan de algo preocupante: Sus empresas expropiadas están funcionando a pérdida y ya no es posible pagarle a sus proveedores y empleados. Consciente que, producto de la alta inflación, subir los precios de los productos para impedir las pérdidas empeoraría aún más las cosas, decide que el Estado se hará cargo de las pérdidas de sus empresas.
Por otro lado, sus programas sociales están saliéndole un ojo de la cara. La paralización de las empresas y el desempleo que han generado, han obligado a sumar cada vez más gente a sus beneficios. Por otro lado, las pérdidas de las empresas y la fuga de capitales, hacen que logre recaudar cada vez menos impuestos.
Además, producto de la inflación disparada, el dinero cada día vale menos y sus fondos, otrora tan abundantes, empiezan a verse preocupantemente escasos.
No queda otra que endeudarse con acreedores internacionales, a pesar de que su riesgo país está por las nubes y, por lo tanto, las tasas de interés son altísimas. El dinero fresco al principio es muy bienvenido y le permite salir del paso, pero a falta de modificaciones estructurales a su nivel de gasto, terminan volviéndose otra carga más en su pesada mochila de deudas.
Esta última parte puede posponerse por muchos años (dependiendo de qué tan grandes son los bolsillos del país involucrado) y adoptar las más diversas formas.
Puede, por ejemplo, ocurrir que venga un frenazo económico mundial y estancarse la venta de su producto estrella (petróleo, cobre, lo que sea) y encontrarse repentinamente con gastos gigantescos y bolsillos vacíos. Sin poder pedir más préstamos internacionales, no le queda otra que empezar a recortar programas sociales y entrar en un programa de austeridad, lo que genera un fuerte malestar en la gente.
Puede también que decida devaluar la moneda, con lo que dinero y ahorros de las personas pierden gran parte de su valor, lo que crea gran malestar. Puede que incluso decida usar los ahorros y pensiones de sus ciudadanos para pagar sus deudas. Esto genera que la gente corra a sacar su dinero de los bancos, haciéndolos colapsar o que usted se vea obligado a bloquear el retiro del dinero (un "corralito" bancario).
Otra posibilidad es que, fruto de lo anterior o del desabastecimiento o del desempleo o de la inflación… o de todo esto junto, el pueblo, que tanto lo amaba al principio de su mandato, ahora salga a la calle a protestar y termine reemplazando a su gobierno, ya sea democráticamente en las urnas o por la fuerza.
O quizás, si usted ha sido precavido y ha mantenido generosamente bien abastecidas a las fuerzas armadas, pueda aferrarse al poder por la fuerza, dando paso a una dictadura de facto, a lo largo de la cual continuará haciendo ajuste tras ajuste para intentar revertir el inevitable declive de su economía y progresivo empobrecimiento de su población.
Sea cual sea el desenlace, es claro que sus buenas intenciones no dieron el resultado esperado y que, lejos de ayudar a quienes quería apoyar, ha terminado perjudicándolos.
Lamentablemente, no existe una "varita mágica" que cure la pobreza de un solo toque. Es un problema grande, complejo y que es fruto de incontables variables. Por lo mismo, requiere también de soluciones complejas: mejorar la educación (acceso y calidad), mejorar la capacitación laboral, fomentar el emprendimiento, mejorar la competencia de las empresas, promover el empleo, mejorar la recaudación del fisco para entregar programas sociales de manera responsable, etc. Todo ello, en un contexto de estabilidad y seguridad económica y social.
No es "Estado o Mercado", ambos caminos no son necesariamente incompatibles. Por el contrario, parecen necesitarse mutuamente y es el camino que han seguido la mayoría de las economías desarrolladas: potenciar un fuerte y sólido crecimiento económico y un mercado competitivo, pero asegurar una buena distribución de la riqueza con políticas económicas y sociales progresivas.
No importa si son gobiernos de izquierda, de centro o de derecha, la gran mayoría de los países desarrollados ha encontrado un equilibrio entre ambas fuerzas. Algunos se cargan más al estado, otros se inclinan a la provisión de servicios privados. Sea cual sea el camino, ninguno es perfecto, pero es lo mejor que hemos encontrado hasta el momento.
Los atajos temerarios podrán sonar tentadores e incluso, en un primero momento, parecer más efectivos, pero en el largo plazo, terminan perjudicando a quienes más buscaban ayudar.