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Imagen: César Mejías

Los 10 traumas de la infancia que dejan huellas en nuestra salud y cómo proteger a los niños

Un divorcio, un abuso, una negligencia… Todos estos son traumas en la vida de un niño que tienen un correlato en la salud de su vida adulta. ¿Cómo proteger a la infancia del estrés tóxico? María Paz Badilla, de Fundación Ideas para la Infancia, nos cuenta.

Por Maria Paz Badilla Budinich | 2018-11-07 | 13:00
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“Tal como lo dice la palabra CUIDAR: C de contención, U de unión, I de interacción, D de diálogo, A de amor y R de respeto”.
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Es sabido el poder destructor que tiene el estrés en el desarrollo infantil; tanto puede llegar a afectarnos, que no sólo generaría un impacto a corto plazo, sino que su cóctel de cortisol y adrenalina, puede llegar a perturbar nuestra salud en la vida adulta.

Si hay información preciada en el mundo de la crianza, es saber sobre los efectos que el estrés crónico tiene en el desarrollo de los niños, y cómo cuando estos no son adecuadamente contenidos, acompañados o como se dice “apapachados”, quedan a la deriva, peleando solos frente a una tormenta de hormonas y cambios neurobiológicos que pueden llegar a tener consecuencias graves para su bienestar.

Hace algunos meses, empezó a circular por internet una charla TED de la doctora Nadine Burke, quien da a conocer de forma cercana, enfática y clara, un estudio sobre las experiencias adversas en la infancia y cómo éstas afectan el desarrollo humano en su totalidad. El trauma infantil impacta la salud a tal punto, que genera hasta tres veces más probabilidades de morir de enfermedades del corazón o cáncer de pulmón, ¡bajando la esperanza de vida de una persona en hasta 20 años!

Sin ánimo de ponernos densos, es tan valiosa la información que este estudio entregó al mundo, que vale la pena conocerlo y aumentar la conciencia, empoderando la reflexión de las familias para la crianza de nuestros hijos e hijas, y protegiendo no solo a “nuestros niños” sino a todos aquellos que lo necesiten. Cuando se trata de la niñez, ¡todos somos responsables!

“¿Qué peso tenías cuando iniciaste tu vida sexual?”

Cuenta la historia que dos médicos bien busquillas que trabajaban en un centro para tratar la obesidad a finales de los años 90, el doctor Vincent Felitti y Bob Anda, hicieron un mega esfuerzo por desarrollar un estudio en donde se les consultó a 17.500 personas (sí, mucha gente y llegaron a ser muchos más) sobre sus “heridas de infancia”.

Hubo una pregunta que se les hacía a los pacientes, que resultó ser reveladora : ¿Qué peso tenías cuando iniciaste tu vida sexual? Se encontraron con pesos muy bajos que daban a entender que muchos de ellos, quienes buscaban tratamiento contra la obesidad, en ese entonces habían sido abusados, pues eran pesos de niños.

Comenzaron a construir la hipótesis de que las experiencias dolorosas de la niñez, tenían un potencial transformador en los cerebros y cuerpos de las personas, y que muchas de estas experiencias traumáticas podían ser la fuente del sufrimiento de diversas enfermedades en la vida adulta.

¡Claro! Era una hipótesis, pero tuvieron la chance de poder llevar estas ideas al análisis de la ciencia, y lo que encontraron fue impresionante…

Las 10 experiencias más traumáticas en la niñez

ACES es una síntesis de las palabras adverse childhood experiences study, que en español se refiere al estudio de las experiencias adversas en la infancia (EAI). Estas palabras, quizás complicadas para algunos, tienen un poder tremendo cuando se trata de la crianza de niños y niñas, y dan cuenta de por qué es tan importante que de verdad los niños estén primero.

En función de diferenciar diversas situaciones que pudieran generar altas dosis de estrés en la infancia, estos dos académicos organizaron su estudio en base a diez experiencias traumáticas:

-Abuso emocional.
-Abuso físico.
-Abuso sexual.
-Negligencia emocional.
-Negligencia física.
-Maltrato violento a la madre.
-Abuso de sustancias en el hogar.
-Enfermedades mentales en el hogar.
-Separación o divorcio de los padres.
-Encarcelamiento de un miembro del hogar.

Fueron diez experiencias que conllevan altas dosis de estrés. Esto significa un estrés de tal magnitud (tóxico), que tiene la facultad de modificar la arquitectura de nuestros cerebros, generar una reacción de alerta permanente y desregular nuestros sistemas nerviosos, endocrinos e inmunes, entre otras cosas. Y esto empeora cuando desde el mundo adulto que “debería cuidar”, no hay una respuesta adecuada, de sostén, regulación y protección.

Traumas en la niñez = peor salud

Crearon así un cuestionario tipo check list con la nómina de estas experiencias y comenzaron a pedir a sus pacientes que contestasen si habían vivido o no alguna de estas experiencias en su niñez. Por cada “sí”, se recibía un punto en la escala de ACES.

Luego, fueron a mirar las historias clínicas de los pacientes consultados. Ellos querían verificar su hipótesis y esta era la vía para poder correlacionar si esas heridas vividas en la infancia, podrían o no seguir abiertas en la adultez, pero ahora expresándolas con otro tipo de sintomatología médica.

Una de las cosas que llamaron su atención, es que estas experiencias que al leerlas pueden parecer cosas que les pasan a otras personas, en realidad son muy comunes. Tanto que, de los encuestados, alrededor de un 70% tenía por lo menos un ACE. Lo grave, es que uno de cada ocho tenía el registro de cuatro de estas “malas experiencias” traumáticas o de multiestrés.

Estaban cada vez más cerca de llegar al resultado que esperaban, y la respuesta arribó cuando pudieron corroborar que había una relación directa entre el número de ACES que una persona tenía y su salud, es decir, si tenías más ACES tu salud era cualitativa y cuantitativamnete peor.

Algunas de las cifras que da la doctora Burke en su charla y que nos alertan, es cómo con cuatro o más ACES, hay inmediatamente 2,5 veces más riesgo de tener enfermedades pulmonares crónicas e incluso hepatitis; para la depresión, el riesgo aumenta en 4,5 veces; y para el suicidio, 12 veces … Y así podríamos mencionar varias otras enfermedades.

El resultado es que los niños y niñas que crecen bajo el estrés tóxico, se vuelven hipersensibles a cualquier estímulo, sea adverso o no. Desarrollando un miedo generalizado, teniendo dificultades en su desarrollo social y emocional.

¿Qué nos enseña este estudio?

Pero no todo fueron malas noticias. ¡Ahora viene lo bueno!

Entre tanta experiencia adversa, otros investigadores quisieron dar un paso más allá y fueron a buscar aquellas fortalezas familiares que podían cumplir la función de amortiguador de estas experiencias de estrés en la infancia. ¿De qué se dieron cuenta?

De la función trascendental que tiene el cuidado y el rol de los adultos significativos para los niños cuando estos logran un cuidado integral.

Tal como lo dice la palabra CUIDAR: C de contención, U de unión, I de interacción, D de diálogo, A de amor y R de respeto.

Eso tenían las familias que actuaban como escudos protectores de aquellos niños que, por alguna razón y aun viviendo situaciones complejas, lograban reducir el impacto del estrés en sus vidas.

Esto quiere decir que, cuando criamos, tenemos el potencial de crear un colchón que tendrá un efecto protector en la vida de nuestros hijos. Y si vamos más allá, si estos modelos traspasan nuestras familias y comienzan a imperar en nuestras sociedades, no solo nuestros hijos se beneficiarán, sino los niños de nuestro país y sus futuros hijos e hijas.

Cada uno de nosotros es indispensable para cambiar la historia de nuestros niños. Somos responsables de crear el mundo en el que vivirán nuevas generaciones.

¿Viviste alguna de estas experiencias traumáticas? ¿Tuviste la contención necesaria? 

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