clasismo, maltrato, clases sociales
Imagen: César Mejías

¿Importa cuando el clasismo es hacia arriba?

Joaquín Barañao considera que el clasismo es maltrato, y no debiese ser dirigido a ninguna clase social. En una sociedad tan divida socialmente como la nuestra, resaltar las diferencias en cualquiera de los sentidos, profundiza el abismo.

Por Joaquín Barañao | 2018-09-27 | 17:00
Tags | clasismo, maltrato, clases sociales
Cuando observamos nuestro entorno con el filtro del “ellos contra nosotros”, actuamos como si los miembros de los bandos fueran siempre los mismos desde toda la eternidad, pero las fronteras de membresía son en realidad porosas.
Relacionadas

Imagina que estás en una plaza y un tipo sentado a tu lado bota un envoltorio al suelo. En un arrebato de heroísmo ciudadano, lo emplazas:

  • -“Disculpe señor, se le cayó ese papel”.
  • -“¿Y cuál es el problema?”, te responde desafiante.
  • -Contraatacas. “Bueno, todos queremos vivir en un medio ambiente libre de contaminación ¿no?”.
  • -“¡Por favor! Los verdaderos problemas ambientales son el cambio climático y la pérdida de la biodiversidad. Un papel más en la calle es irrelevante”.

Irritante, ¿no? Es verdad que los males que menciona son infinitamente más graves que el aseo y ornato, pero no por eso deja de ser pertinente abogar por una ciudad limpia. No porque exista una jerarquía de problemas hay que renunciar de plano a los menos importantes, salvo que sean incompatibles con lo prioritario.

Hace un par de semanas, curioso de que “La Dieta del Lagarto” fuera trending topic nacional en Twitter, pinché. Era una banda universitaria sobre la cual Twitter descargaba todo su poder de fuego. Entendí las burlas que citaban la calidad musical y el desempeño escénico, pero me sorprendió que buena parte de las críticas (no todas) fustigaran su condición de “cuicos”. Muchas de ellas con singular virulencia, implicando que la cuna por sí sola los volvía merecedores de escarnio público.

Comenté que es legítimo (aunque no necesariamente amistoso) criticar lo que se dice o hace, pero que atacar por donde a otro le tocó en suerte nacer, era simple clasismo odioso, como “rotear”. Nunca en mi vida había sido tan vilipendiado, por tantos y por tanto tiempo. Expreso en este espacio lo que los 280 caracteres de Twitter impide.

Lo primero es despejar dos nubarrones idiomáticos. Ambos explican buena parte de la tormenta generada en torno a mi tuit. Me refiero a las palabras “cuico” y “clasismo”.

“Cuico”

Respecto de “cuico”, hay dos acepciones diferentes. Algunos lo entienden como una descripción neutral de los manierismos de la clase alta: la suma del acento, las expresiones, la ropa y ciertas costumbres de ese segmento social. De acuerdo a esta definición, “cuico” no es una calificación sino tan solo una constatación de hechos, desprovista de juicios de valor. Es un hecho que esos manierismos existen. Esta es la definición que al menos yo uso en el día a día.

Para otros, por el contrario, “cuico” es un término peyorativo que describe atributos indeseables: superficialidad, frivolidad, vanidad, etc. A diferencia de las características de la definición anterior, estas son evitables. Si bien no podemos evitar hablar como nuestra madre nos enseñó a hablar, sí podemos escoger el tipo de actitud con que enfrentaremos la vida en sociedad. En vista de la existencia de dos definiciones, y para no confundir la idea central de la columna, en adelante evitaré la palabra “cuico” y hablaré de “clase alta”.

“Clasismo”

Respecto de “clasismo”, hay también dos acepciones bastante diferentes. Lo que llamo “clasismo débil” consiste en tratar peor a personas que pertenecen a clases diferentes a la nuestra. Puede ser no admitirlos en nuestra pichanga en la plaza, burlarnos de sus manierismos u ofrecerles un trato hosco o despectivo. Esta es la definición que al menos yo uso en el día a día.

El “clasismo fuerte”, por el contrario, es el conjunto de discriminaciones sistemáticas que ocasionan problemas estructurales. Es el descartar a postulantes a un empleo o a un colegio como consecuencia de su extracción social, barreras de acceso a servicios básicos, etcétera. Salvo contadas excepciones, el “clasismo fuerte” solo afecta a los estratos bajos. Buena parte de la furia de Twitter provino de personas que me gritoneaban esto último como argumento de por qué el clasismo inverso no existe. Este razonamiento presupone que todos entendemos la definición restrictiva de clasismo, aun cuando en caso alguno hay unanimidad. Es más, especulo que la gran mayoría de la sociedad chilena hace propia la definición de “clasismo débil”, pues de otro modo “rotear” no podría ser considerado clasismo, en circunstancias de que es la imagen mental que a muchos se nos viene a cabeza cuando hablamos de él. Al igual que con “cuico”, optaré por no desviarme de la idea central de la columna y prescindiré de la palabra “clasismo” en adelante. Hablaré de “maltrato”, entendiendo que abarca todo el espectro de intensidad, desde ofensas insustanciales hasta genocidios.

¿Qué tiene que ver el caballero de la plaza con esto?

Es ahora cuando entra al ruedo nuestro caballero de la plaza y su envoltorio. Todos estamos de acuerdo que el maltrato “de arriba hacia abajo” es mucho más pernicioso para la convivencia social que el equivalente “de abajo hacia arriba”. Sin embargo, así como podemos discutir de la basura en la vía pública sin que ello sea en detrimento del combate de los grandes problemas ambientales, podemos también hablar de “maltrato inverso” sin que ello implique negar que el “maltrato principal” es mucho más grave. De ese se ha derramado mucha tinta, estamos todos mucho más conscientes y nadie lo legitima abiertamente –y está bien que así sea– pero del otro muchos lo consideran un oxímoron respecto del cual ni siquiera puede concebirse su existencia.

¿Es de verdad dañino el maltrato inverso? La verdad es que no hacen falta argumentaciones muy sesudas para defender una idea tan simple: una sociedad que maltrata por características ajenas a nuestra voluntad, se vuelve odiosa. La clase social en la que nos tocó nacer, como la etnia o la orientación sexual, no depende de nosotros y por lo tanto la burla es molesta. Punto. ¿Cuán perjudicial es? Difícil precisarlo, pero una cosa es clara: lo suficiente como para que valga la pena evitarlo.

En una sociedad tan divida socialmente como la nuestra, resaltar las diferencias en cualquiera de los sentidos profundiza el abismo. Enraíza la idea de castas, de estamentos estancos, de tribus mutuamente excluyentes. La meta debe ser apuntar a una sociedad en la que las clases sociales sean no solo menos marcadas, sino además irrelevantes. La clase alta tiene más responsabilidad en esto, pero la responsabilidad del resto no es nula.

Más aún, quienes legitiman esta manera de relacionarse se comportan como si la clase social fuera un atributo tallado en piedra, una marca de vida que se hereda una vez y se carga para siempre. Es un enfoque errado. La movilidad social en nuestra sociedad no es todo lo dinámica que quisiéramos, pero está lejos de ser nula. Son muchos quienes se mueven de un estatus a otro, en su inmensa mayoría en sentido ascendente.

Cuando observamos nuestro entorno con el filtro del “ellos contra nosotros”, actuamos como si los miembros de los bandos fueran siempre los mismos desde toda la eternidad, pero las fronteras de membresía son en realidad porosas. Así las cosas, los dardos contra la clase alta perfectamente pueden caer sobre el hijo de un carpintero que se sacó la mugre trabajando para pagarle la mejor universidad. ¿No es acaso ingrato? Y este tipo de casos son cada vez más comunes.

Si en 1961 la matrícula universitaria era de cerca de 17 mil personas, hoy es de 673 mil. Corrigiendo por aumento de población, esto es ¡17 veces más! Por supuesto, educación universitaria no implica acceso automático a la clase alta, pero es indudable que muestra en qué dirección se mueve el buque. Una reciente publicación de la OCDE mostró que Chile exhibe baja movilidad intergeneracional, pero alta movilidad intrageneracional.

La respuesta de numerosos tuiteros fue algo del tipo “llorón”, “no le pongas color”, “tonto grave”, o “que no se hagan la víctima”. La vida me ha enseñado que cuando ante la crítica por una agresión se responde en la línea de “no le pongas color”, es porque no hay verdadera defensa posible. Si a quien insulta el hecho le parece insignificante pero al grupo insultado no, es evidente que el grupo insultado es el que tiene la prioridad ante este disenso. Es obvio que el juez relevante para arbitrar el impacto es quien posee sensores para percibir emisiones, no el emisor (siempre que la molestia sea razonablemente generalizada).

El maltrato inverso no es prioridad nacional. Lo desigual de nuestra sociedad trae consigo consecuencias harto más graves. Pero, a diferencia de la desigualdad, este sí es sencillo de revertir. Basta con juzgar a las personas por sus dichos y hechos, no por donde les tocó en suerte nacer.

¿Crees que existe maltrato inverso entre las clases sociales?

¿CÓMO TE DEJÓ ESTE ARTÍCULO?
Feliz
Sorprendido
Meh...
Mal
Molesto
Comentarios
Francisco Gonzalez | 2018-09-27 | 23:03
4
Que bueno que el Sr. Barañao tenga este espacio para expresar sus ideas, más allá de los 180 caracteres en la red del pajarito azul. Me gustan sus columnas, considero que son bastante sensatas (aunque generan grandes discusiones, incluso por acá en los comentarios de El Definido).
También comparto la idea que la odiosidad no es buena, no nos permite construir una sociedad equitativa y solidaria (como a varios nos gustaría) y lamentablemente, la idea del "clasismo inverso" continúa siendo odiosidad, tenga el origen que tenga; hace falta mucha empatía en Chile... nos han enseñado a salvarse cada uno como pueda y eso puede tener consecuencias nefastas como esta odiosidad que percibimos en nuestro día a día.

Gracias Sr. Barañao por su columna y gracias a El Definido por este espacio. :)
responder
denunciar
apoyar
Mario Céspedes | 2018-09-28 | 11:10
0
Estoy completamente de acuerdo con la columna en esta ocasión. En mi opinión, este tema está relacionado con que vivimos en una sociedad muy individualista, donde nos han enseñado hasta el cansancio que "cada quien se rasca con sus propias uñas" donde el éxito se mide solo en función de las lucas en el banco y, por ende, nuestra felicidad depende exclusivamente de una comparación con el de al lado.
responder
denunciar
apoyar
Felipe Lazo | 2018-09-28 | 14:14
2
«En una sociedad tan divida socialmente como la nuestra, resaltar las diferencias en cualquiera de los sentidos profundiza el abismo.» Una muestra sacada de «How to Survive in the chilean Jungle», un libro hecho para que extranjeros puedan entender los modismos:

«Hence, in the United States, where we are obsessed with the value of time, there are many expresions linking money and time, while in Chile virtually none exist. On the other hand, in Chile, there are almost twenty different ways to describe something or someone as tacky and/or low class, which reflects the country's fixation on social status.»

«Por lo tanto, en Estados Unidos, donde estamos obsesionados con el valor del tiempo, hay muchas expresiones que enlazan tiempo y dinero, mientras que en Chile virtualmente no existe ninguna. Por otra parte, en Chile, hay casi veinte diferentes formas de describir a algo o a alguien como vulgar y/o de baja clase, lo cual refleja la fijación del país en el estatus social.»
responder
denunciar
apoyar
amaro lópez | 2018-09-29 | 16:53
1
abajo la sociedad de la clases :3
responder
denunciar
apoyar
* Debes estar inscrito y loggeado para participar.
© 2013 El Definido: Se prohíbe expresamente la reproducción o copia de los contenidos de este sitio sin el expreso consentimiento de nuestro representante legal.