Como millones de chilenos, he pasado las dos primeras semanas de septiembre sepultado bajo la verdadera avalancha de noticias, columnas, documentales, opiniones y tuits relativos a los 40 años del Golpe de Estado. Naturalmente, ante un hecho así, es posible ver todo tipo de posturas: destructivas, compasivas, hipócritas, esquivas, constructivas, unificadoras, flagelantes, odiosas, etc.
Algunas personas ven en esta renovada efervescencia por el tema, una clara señal de que no sólo no nos hemos reconciliado, sino que estaríamos más divididos que nunca. Pero, viendo las cosas con un poco más de distancia ¿será realmente así? ¿es nuestra supuesta reconciliación nada más que un espejismo o hay avances concretos en el proceso de volver a unirnos como nación?
La respuesta que propongo a esto es, obviamente, una visión muy personal -ninguna persona puede pretender entender a toda una sociedad-, pero me atrevería a decir que sí hay avances concretos en nuestro proceso de reconciliación y que, aunque no lo parezca, estamos logrando sanar las heridas y procesar nuestro pasado de una manera cada vez más sana.
A continuación explicaré las señales que veo para justificar este punto y también las tareas pendientes que, me parece, tenemos como sociedad, para llegar a la tan ansiada reconciliación.
(Aclaro que estoy viendo el proceso social general, por lo que estoy dejando fuera el dolor de los familiares directos de detenidos desaparecidos, que obviamente tienen un proceso de duelo muy distinto que hacer y que exigen otro tipo de medidas, principalmente relacionadas con el esclarecimiento de los casos que los afectaron directamente.)
Los avances
Casi sin darnos cuenta, muchas cosas han ido variando en el tratamiento que le damos a esta fecha, mientras otras, por el natural devenir del tiempo, han ido cambiando inexorablemente, para bien de nuestra unidad.
- Hoy se reconoce transversalmente que no hay justificación para la violación de derechos humanos. El empate moral que se solía hacer, por parte de los defensores del régimen militar, respecto a que el tema de los DD.HH. había sido un acto de autodefensa o que se justificaba por el caos institucional y económico que vivía el país, es hoy transversalmente rechazado, salvo por los más recalcitrantes pinochetistas. Si era o no necesario recurrir a la fuerza para sacar a un gobierno que había desconocido la institucionalidad y polarizado al extremo al país, puede ser aún tema de debate, pero que una vez hechos con el poder, los militares no tenían ningún motivo ni derecho para ensañarse con sus adversarios de la manera que lo hicieron, ya no hay quien lo cuestione.
- Se empieza a mirar la historia completa: Durante décadas, el centro del debate y la atención total de los medios y líderes de opinión en esta fecha estuvo centrada en el día mismo del Golpe y los sucesos posteriores a 1973. Sin embargo, la única forma de aprender de los errores y evitar cometerlos nuevamente, es examinando las decisiones que nos llevaron a ellos. Así, decir "nunca más", pero negarte a revisar qué errores te llevaron al acto que prometes no volver a cometer y echarle toda la culpa a otro, es una receta segura para tropezar otra vez con la misma piedra. No sé si es porque se cumplen 40 años, pero los medios han estado especialmente (inusualmente, diría) profesionales en su modo de tratar el tema. Documentales, artículos, cronologías, interactivos y otros han permitido hacerse una mejor visión de la época en su conjunto y poner al golpe en contexto. Existe cada vez más, el reconocimiento de que el golpe no fue un elemento repentino e inesperado, sino más bien el resultado de un proceso social de polarización y validación de la violencia para imponer posturas.
- Empieza a haber autocrítica por parte de los protagonistas. En línea con lo anterior, múltiples instituciones -entre ellos los magistrados, partidos y parlamentarios- han comenzado a examinar sus propias actuaciones en la época. ¿Llegarán a una autocrítica centrada y sincera? Probablemente no, como humanos somos especialmente malos cuando se trata de reconocer nuestros propios errores y las figuras públicas son aún peores en esto, pero siquiera intentarlo ya es un paso importante, y la suma de todos esos esfuerzos puede dar frutos valiosos.
- Se está pidiendo perdón. Si algunos años atrás, fueron los "nunca más" por parte de diversas instituciones -y particularmente el Ejército-, hoy asistimos al inusual evento de ver a diversas personalidades del mundo político e institucional de la época, pedir perdón. Y desde ambos bandos, que es lo más notable. Como discutí en una columna anterior, pedir perdón es parte fundamental de aprender de los errores y perdonar, por lo que este gesto era una necesidad fundamental. Cierto, han sido casos aislados y casi todos lo hacen con lágrimas de cocodrilo y con más vueltas que nudo de marinero, mezclando justificaciones y evasiones en sus disculpas, pero ¡vamos! ¡son políticos! Que la palabra "perdón" siquiera atraviese sus labios ya es todo un logro y tiene un valor simbólico enorme.
- Generación de recambio. Eso puede caerse de obvio, pero es importante. La mayoría de las figuras que generaban más división, ya han muerto o se encuentran encarceladas. Otros muchos, es cierto, siguen impunes, pero incluso estos se han ido retirando (o han sido expulsados) de la vida pública. Por otro lado, buena parte de la población del país ni siquiera había nacido para el golpe y, como bien dijo en su columna nuestro Barbón, pueden ver el problema libres de los traumas y prejuicios del pasado. Si bien existe un claro tinte ideológico en muchos jóvenes y una transferencia padre-hijo o profesor-alumno hacia ellos de un odio heredado, lo cierto es que, para la mayoría de estos jóvenes, el 11 es más un estado de ánimo que un trauma insuperable, y eso se demuestra claramente en el entusiasmo con que abrazan, sólo días después, un alegre espíritu de unidad durante los festejos dieciocheros.
Los temas pendientes
- Por supuesto, habría que partir por profundizar los avances ya mencionados en el título anterior: más muestras de arrepentimiento, más autocrítica, más análisis del pasado, más perdón. En todo caso, pedir perdón y perdonar no son cosas que puedan ser impuestas o que dependan de agentes externos, son fruto de un proceso interno que no requiere de nada más que de la voluntad propia.
- Una historia consensuada. Si bien, como señalé anteriormente, han habido avances, seguimos teniendo una historia demasiado fragmentada, demasiado sesgada del período reciente, que varía enormemente según la visión de cada bando. Difícilmente alcanzaremos la unidad como país, si no consensuamos una historia común, que nos represente a todos. Aunque es cierto que ningún relato dejará a todos conformes, creo que definitivamente es posible alcanzar un punto intermedio mejor que el que tenemos. Creo que es hora que el Estado encargue a nuestros historiadores hacer un trabajo conjunto para desarrollar una Historia Consensuada del Chile Reciente.
- Dejar el lenguaje del odio y la narrativa de buenos y malos. He aquí una ironía grande: la actitud que separó a los chilenos en los '70s fue creerse dueños de la verdad absoluta y partir de la base que los del frente eran "los malos", que nuestros compatriotas eran "el enemigo". Hoy, revisando tuiteos y declaraciones de diversos líderes de opinión (e incluso algunos medios de posturas más radicales), uno se encuentra con exactamente la misma actitud altanera, la misma arrogancia moral para juzgar a otros y transformarlos en verdaderas caricaturas y el mismo lenguaje cargado de odio, que tuvieron los líderes de los setentas y que arrastraron al país a la espiral de polarización que desembocó en el Golpe. Si estos líderes, que miles de personas siguen y cuyas opiniones repiten, realmente quieren hacer juicios a la historia responsablemente, harían bien en aprender de ella y procurar no caer en los mismos errores que sus antepasados.
- Dejar de validar y justificar la violencia, en cualquiera de sus formas. Nuevamente, es profundamente inconsecuente criticar la violencia del régimen o la mentalidad de quienes pidieron derrocar o defender al gobierno de Allende mediante el uso de la fuerza, para luego justificarla cuando se hace presente en protestas y marchas, ya sea con ocasión del 11 de septiembre, de las demandas estudiantiles o de cualquier otro motivo que se considere valorable. La postura al respecto debe ser una sola, rechazar la violencia en todas sus formas y expresiones, venga de quien venga y sea cual sea la causa que la motive. Nadie puede pretender imponer su verdad por la fuerza. Nunca.