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Imagen: César Mejías

A 30 años de su partida: recordando a Gabriel Parra

Baterista fundador de Los Jaivas. Un músico virtuoso y un genio de los tambores, considerado por la crítica como uno de los mejores bateristas del mundo. ¿Qué hizo de Gabriel Parra un referente tan importante? A 30 años de su muerte, te lo contamos.

Por Martín Poblete @martin_poblete | 2018-04-23 | 11:55
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A medida que los tiempos fueron avanzando y las corrientes hippies comenzaron a declinar, Parra avanzó a la par con los tiempos, atreviéndose a desafiar las convenciones hasta el final de sus días.
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Es innegable que Los Jaivas son una de las instituciones más valiosas de nuestra cultura nacional. Sus más de cinco décadas de trayectoria, su incansable itinerancia, su profunda historia y su extensa discografía, irreemplazable en el repertorio popular, los han convertido en un elemento único en la música de Chile y del mundo.

El pasado domingo se cumplieron 30 años desde la muerte de su baterista fundador, Gabriel Parra. El día de su natalicio, 25 de julio, es celebrado en Chile como el día del baterista.

Pero, “¿qué lo hizo tan importante para la historia de la música?”, se preguntarán muchos lectores que, como yo, ni siquiera habían nacido para el momento de su trágica muerte en 1988.

Precisamente para aquellos que no alcanzamos a vivir su vida, pero sí su legado, va dedicado este artículo.

Orígenes: High-Bass

La historia, contada a groseros grandes rasgos, dice más o menos así: en 1963 en Viña del Mar, un grupo de jóvenes amigos decidieron armar un proyecto musical para tocar en fiestas y bailes. La alargada estatura de los hermanos Eduardo, Claudio y Gabriel Parra, en contraste con el menudo porte de Eduardo Alquinta y Mario Mutis, hizo que se les bautizara como High-Bass. Tocaban la música que estaba de moda en aquella época: boleros, rumbas, bossa nova y canciones de la Nueva Ola.

Para 1969, el grupo ya era un imperdible de la movida bohemia porteña. Cada fin de semana hacían bailar al público con su cuidada puesta en escena y su dinámico repertorio. Ese mismo año, la banda se encontró con la psicodelia de White Album (1968) de The Beatles, que les demostró que había un universo de posibilidades más allá de lo que estaban haciendo.

Fue justo por ese tiempo que Eduardo “Gato” Alquinta, decidió emprender un largo viaje por Sudamérica. Tras su regreso, el grupo decidió dar un giro a música de vanguardia, introduciéndose de lleno en la fusión del rock y la psicodelia con ritmos latinoamericanos. Rápidamente desaparecieron los trajes con humita, dando paso a las largas barbas y cabelleras. El nombre High-Bass fue castellanizado, con falta de ortografía incluida, y el grupo pasó a llamarse Los Jaivas (la jaiba, como crustáceo, se escribe con “b”).

Nada se parecía a Los Jaivas

Lo que ocurriría después es historia conocida: los conciertos de improvisación musical, las primeras presentaciones en Santiago, la irrupción discográfica con El Volantín (1971) y la consagración con La Ventana (1973). La forma en que Los Jaivas fusionaban el rock psicodélico con ritmos latinoamericanos, no tenía símil. Aunque la fusión latinoamericana era un terreno fértil en la época, con grupos como Los Blops y Congreso desarrollando propuestas afines, nada se parecía a lo que hacían Los Jaivas.

Esta originalidad se debía en gran medida al aporte de Gabriel Parra. La innovadora forma en que abordó ritmos históricamente considerados “folklóricos” como la cueca chilena, el joropo venezolano y el huayno peruano -ahora enfrentados con una aproximación rockera- hicieron que Los Jaivas pudiesen ser disfrutados incluso por quienes no podían entender su música.

El Golpe de Estado de 1973 y su consiguiente cierre de espacios, forzó la partida de Los Jaivas al extranjero, primero a Argentina, donde grabaron Los Sueños de América(1974), el disco conocido como El Indio (1976) y Canción del Sur (1977). Canciones como Pregón para iluminarse y La conquistada, además de sus ya conocidos Mira niñita, Todos juntos y La quebrá’ del ají, posicionaron a Los Jaivas como un importante número en una escena musical conocida por su hermetismo.

Un baterista de clase mundial

Durante todos estos años y durante su posterior partida a Europa, el trabajo de Gabriel Parra fue un elemento clave en el surgimiento del grupo. Su histrionismo y enérgica personalidad no solo enriquecían su trabajo en el escenario, sino también su día a día como grupo. Además de ser una de las mentes creativas de Los Jaivas, Gabriel Parra fue durante muchos años el encargado de llevar las relaciones públicas de la banda, agendando conciertos y moviéndola a todos lados.

Su amigo, el locutor Sergio “Pirincho” Cárcamo, se referiría a él como un “caballo loco, hiperkinético, no se quedaba tranquilo nunca, llegaba a cansar lo energético que era”.

Tras lanzar Canción del Sur, los Jaivas migraron nuevamente, esta vez a Francia, y se instalaron en la localidad de Les Glycines, cerca de París. Para su fortuna, la música latinoamericana estaba de moda en Europa en aquellos años, por lo que sus conciertos tuvieron siempre buena convocatoria de público.

La vida de comunidad les permitió mantener una constante creación musical, que fue bien recibida por las audiencias europeas, y los llevó a repletar teatros en Inglaterra, Holanda, Austria, Suiza, Francia y en ambos lados de Alemania (la república Federal Alemana y la República Democrática Alemana).

Fue en 1979, durante un concierto de Los Jaivas en el Shafterbury Theatre de Londres, cuando Gabriel Parra fue visto por un crítico de la revista Music Week, que no dudó en catalogarlo como uno de los mejores bateristas del mundo. “Gabriel Parra es un baterista de clase mundial, siguiendo una línea melódica y manteniendo la métrica de cada interpretación cuando desarrolla un solo o, transformándose en un salvaje con espasmos fuera de tiempo”, fueron las palabras del medio británico.

De Machu Picchu a la Antártica

Tras romper su contrato con el Sello EMI, que insistía en que la banda debía dar un giro a música más comercial, Los Jaivas siguieron con su convicción y el tiempo les terminó por dar la razón. Sus dos siguientes obras, Alturas de Machu Picchu (1981)y Obras de Violeta Parra (1984), son quizás sus dos más grandes trabajos.

Aunque nunca habían visitado Machu Picchu, el vínculo con la música peruana tenía ya varios años de historia, por lo que aceptaron el desafío de musicalizar la obra Alturas de Machu Picchu de Pablo Neruda. Impulsados por las imágenes evocadas a partir de la obra y por la sola intuición, el proceso coincidió con el regreso de Mario Mutis al grupo, tras una serie de salidas forzadas por problemas personales.

Aunque Alturas de Machu Picchu y Obras de Violeta Parra fueron trabajados en paralelo, este último recién pudo ser lanzado en 1984. El éxito internacional los llevó a recorrer el mundo, visitando nuestro país en varias ocasiones. El documental Alturas de Machu Picchu, desarrollado y transmitido por Canal 13 en 1981, muestra a los músicos doblando las canciones del disco en las ruinas de Machu Picchu. El despliegue técnico, inédito para su época, hizo de la cinta una pieza fundamental para la historia de la televisión chilena y sudamericana.

En 1983, tras una extensa gira que incluyó una visita de 33 días a Rusia, Los Jaivas ingresaron a la historia como el primer grupo en realizar un concierto en la Antártica.

Muerte y sucesión

En 1988, Los Jaivas volvieron a Chile tras cinco años de ausencia. Estaban celebrando sus 25 años de vida y, como parte de las celebraciones, realizaron conciertos a tablero vuelto en el Estadio Santa Laura y en el Teatro Casino Las Vegas (hoy Teatro Teletón).

Tras este último concierto, Gabriel viajó a Perú para gestionar la realización de un concierto en Nazca, inspirado por su fascinación por la cultura incaica. Allí tuvo el fatal accidente que acabó abruptamente con su vida: el 15 de abril de 1988, a 380 km. de Lima en dirección al sur, en la curva conocida como “la curva del diablo”, Parra perdió el control de su vehículo y se estrelló, muriendo de forma casi instantánea.

La muerte de Gabriel Parra causó conmoción nacional e internacional, convocando a más de 100.000 seguidores y amigos que los acompañaron a su funeral en el Cementerio Santa Inés de Viña del Mar. Su muerte, aunque no paralizó del todo al grupo, sí lo golpeó con gran dureza.

El grupo había ofrecido a Juanita Parra, hija de Gabriel, tomar su lugar, pero ella se había negado por sentirse incapaz de estar a la altura de su padre. En consecuencia, Los Jaivas estuvieron los dos años siguientes realizando giras internacionales con Marcelo Muñoz en batería.

Sin embargo, tras la insistencia de Eduardo “Gato” Alquinta, Juanita Parra aceptó el desafío de tomar el lugar de su padre. Alquinta mismo se encargó de dirigir sus estudios de batería y prepararla para tomar el puesto. Si bien Juanita Parra había crecido viviendo en comunidad con el grupo y llevaba varios años trabajando como su iluminadora, su preparación se extendió por varios años. Para estar a la altura de un grupo que llevaba 25 años de historia ininterrumpida, debió no solo aprender el repertorio, sino también hacerse parte de los procesos creativos y de grabación. Debía empaparse de la experiencia completa de ser una jaiva.

Tras un período de preparación y ajuste, Juanita Parra fue presentada oficialmente como la continuadora del legado de Gabriel Parra en el Teatro Aleph de París en abril de 1992.

Desde entonces y hasta el día de hoy, 27 años después, Juanita ha sido la sucesora natural de su padre en la batería, continuando con la historia y la transmisión del legado de Los Jaivas.

Cuestión de estilo

El aporte de Parra a Los Jaivas, y a la música en general, trasciende las convenciones de lo que se entiende por “tocar batería”. Gabriel Parra era un músico íntegro, que integraba elementos de otros instrumentos que no necesariamente eran de percusión, y a la vez llevaba a la batería a cumplir otros roles, mezclándose a ratos con los de los instrumentos melódicos.

Su kit más famoso, la famosa Ludwig Octaplus (la batería que utilizaba), es quizá la demostración más fiel de su originalidad musical. Pero no solo destaca su versátil configuración, con doce timbales afinados cuidadosamente para poder tocar pasajes melódicos, sino también la forma en que Parra la utilizaba: tocando trutruka sin perder el ritmo con los pies, incorporando el bombo legüero con la batería rockera, o sencillamente marcando el frenético y acelerado ritmo de seis octavos que está presente en gran parte de la música andina, sin jamás dejar de imprimirle su propio sello.

En un tiempo en el que la música chilena se limitaba a la simple imitación, Gabriel Parra se atrevió a innovar, y lo siguió haciendo hasta los últimos días de su vida. A medida que los tiempos fueron avanzando y las corrientes hippies comenzaron a declinar, Parra avanzó a la par con los tiempos, atreviéndose a desafiar las convenciones hasta el final de sus días, incorporando baterías programadas y elementos de la, entonces, incipiente tecnología digital.

Esta visión progresista de la música fue plasmada de forma casi premonitoria en la que sería su última entrevista, pocos días antes de su muerte.

“Si tuviese que decidir de nuevo qué haría en 25 años de mi vida, o nacer de nuevo, indudablemente no tendría ninguna duda en volver a hacer exactamente lo mismo, y tratar de hacerlo mejor aún. Y con muchas ganas de realizarlo, de recorrerlo, descubrir ese misterio que está detrás de cada curva, descubrir eso que es el futuro, qué nos depara más adelante, realmente…”.

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Comentarios
Victor Hammersley | 2018-04-24 | 09:27
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A su vuelta a Chile el 88 también se presentaron en el estadio Playa Ancha, donde tuve la oportunidad de verlos por primera vez en vivo.
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Juan Pablo Pizarro | 2018-04-26 | 12:53
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Hermosa nota. Me llegó a emocionar... Cómo se te extraña Gabriel!
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