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Imagen: César Mejías

Cómo la poesía ayuda a destruir los estigmas de la esquizofrenia

Alucinaciones, apatía y alteración del juicio de la realidad, son algunos de los síntomas de la esquizofrenia, una enfermedad que sufre un duro castigo social. Una investigadora chilena ha estudiado la integración social de estos pacientes, utilizando la poesía como principal herramienta.

Por Martín Poblete @martin_poblete | 2018-01-26 | 17:00
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Antes de ser tipificada como “esquizofrenia” en 1907 por el psiquiatra Eugen Bleuler, el vago concepto de “locura” ya llevaba varios cientos de años siendo objeto de estudio y representación en las artes, en la filosofía y en la teología.

Lamentablemente se trata de una enfermedad sin cura, pero sobre la cual se han desarrollado recientes investigaciones que podrían ayudar a integrar socialmente a quienes la padecen. Y en la escritura de poesía podría haber una poderosa clave ¡En El Definido te lo contamos!

Un poco de historia

La medicina griega, por ejemplo, tipificó cuatro “manías” que representaban la influencia de dioses y musas en la conducta humana. La irracionalidad y la desmesura, entonces, eran explicadas como el efecto de una injerencia divina o demoníaca, de modo tal que la locura era admirada por su carácter sobrenatural, pero rechazada a la vez por ser una transgresión a la mesura que, por entonces, era presentada como la conducta deseable.

Durante la Edad Media, la locura pasó a ser un fenómeno individual, en el que el loco era culpado por su padecimiento. Se consideraba que la debilidad espiritual era la causa de la locura, y que esta era un indicador de que demonios y fuerzas malignas estaban en control de las acciones del individuo.

Fue recién en la época del Renacimiento, y desde ahí en adelante, que la locura pasó a ser considerada un fenómeno puramente médico, en el que no intervenían fuerzas naturales de ningún tipo.

La ambigüedad del concepto, sin embargo, obligó a acuñar el concepto “esquizofrenia”. Este, literalmente significa “mente partida”, y se entiende como un grupo de graves trastornos crónicos que incluyen la alteración de la percepción y expresión de la realidad, la disfunción social, el pensamiento inconexo y la desorganización de la conducta.

¿Cuáles son sus causas, síntomas y tratamientos?

Los síntomas de la esquizofrenia se clasifican en positivos y negativos: los síntomas positivos son aquellas manifestaciones de la esquizofrenia que no están presentes en las personas mentalmente sanas: alucinaciones y delirios, básicamente. Son los más visibles y decidores al momento de detectar la enfermedad.

Los síntomas negativos, por su parte, son aquellas funciones normales de la personalidad, que en el caso de los pacientes con esquizofrenia se encuentran reducidos o deteriorados: la pérdida del gusto por hacer cosas, la falta de iniciativa, el desinterés y la falta de motivación son algunos de ellos.

No se sabe a ciencia cierta qué es lo que causa la esquizofrenia, pero predomina la hipótesis de que es causada por la acción conjunta de una serie de factores, que parten en los genes.

Según esta hipótesis, habría una predisposición genéticaque inclinaría a un porcentaje de la población a ser más propensa a la enfermedad. Esta predisposición permanece latente y puede nunca manifestarse, o puede ser gatillada por problemas durante el embarazo, cambios en la construcción cerebral durante la adolescencia y/o consumo de drogas.

En lo que respecta a tratamientos, lamentablemente no existe método alguno que sea capaz de curar la esquizofrenia por completo.

Las terapias farmacológicas han ayudado a combatir sus síntomas, a través del uso de antipsicóticos, y han permitido reducir las alucinaciones y delirios de los pacientes con cada vez mayor eficacia.

Existe en este método, sin embargo, una dificultad inherente a la enfermedad misma: la experiencia ha demostrado que, si es que llegan a aceptar el tratamiento, la mayoría de los pacientes con esquizofrenia son incapaces de sostenerlo de forma permanente. Además, su efectividad se reduce a aplacar síntomas críticos, pero es ineficaz en prevenir el deterioro que la enfermedad produce en la mente del individuo.

Una de las grandes dificultades de tratar la esquizofrenia con fármacos, es la naturaleza dopaminérgica de la enfermedad. ¿Qué significa esto?

Explicado en forma groseramente simplista, la hipótesis dopaminérgica (aquí puedes leer un paper al respecto) establece que la esquizofrenia se debería a la mala distribución de dopamina en el cerebro: mientras en algunas regiones del cerebro existe un exceso de dopamina (lo que desencadena los síntomas positivos recién descritos), en otras hay déficit (síntomas negativos). Esta dualidad hace muy complejo el tratamiento, pues atacar al exceso de dopamina en una región puede incidir en el déficit en otra, y agravar todo el problema.

Terapia desde la integración

Esta dificultad para combatir los síntomas ha llevado a que, durante los últimos años, la psiquiatría haya optado por aceptarlos como una condición más bien crónica, que puede ser controlada pero no completamente erradicada. Debido a esto, gran parte de los esfuerzos de los expertos hoy están enfocados en complementar el tratamiento de fármacos con la rehabilitación de los pacientes a través de la integración social y afectiva (como este caso del que te contamos hace algún tiempo).

Alicia Figueroa es una psiquiatra y académica chilena, doctorada en lingüística en la Universidad de Valladolid. En su artículo Esquizofrenia y poesía. El acto poético como reversa del estigma (2017), destaca la importancia de un tratamiento enfocado en la integración como una forma de que el individuo conserve su propia noción del “yo”.

“La conservación de un yo implica asumir que se vive una experiencia propia, autónoma e interconectada con los demás, incluso si se presentan anomalías. Para el restablecimiento de la salud, es imprescindible rechazar la idea naturalista con respecto a un deterioro progresivo, absoluto e inhabilitante, puesto que no aporta ningún beneficio legitimar la idea de que las personas con esquizofrenia se encuentran determinadas por sus mecanismos cerebrales disfuncionales por sobre el hecho de ser personas”, dice en su artículo.

Los estigmas del hablar poético

A lo largo de la historia, un halo de romanticismo ha cubierto la relación entre la locura y la creación artística. La idea de la creación como un acto pasional y desligado de la razón, ha llevado a cultivar la creencia de que las personas con enfermedades mentales son automáticamente más creativas, y portadoras de una intuición única que les permite acceder a verdades a las que los más sabios jamás podrán llegar.

Al igual que los niños, el loco es representado en la cultura popular como una mente espiritual y libre de los prejuicios y estructuras de la sociedad, por lo que se espera que su arte sea puro y auténtico. En su obra se encontrarían las revelaciones del pensamiento libre y divergente, ese que los “cuerdos” no comprenden y reprimen.

Para la Dra. Figueroa, esta noción romántica de la locura y el arte es especialmente nociva, pues reproduce un estereotipo que espera que el arte del loco sea siempre críptico, fragmentado y excéntrico.

En 2012, un artículo titulado El desconcertante hablar poético de la esquizofrenia, publicado por el psiquiatra chileno Sergio Peña y Lillo, analizó el fenómeno de la distorsión metonímica. Se trata de un síntoma de la esquizofrenia que se manifiesta en algunos pacientes crónicos, que los hace hablar espontáneamente en un lenguaje simbólico y metafórico. En su artículo, Peña y Lillo transcribe una entrevista hecha a una paciente hospitalizada de 78 años que, de forma natural y espontánea, conversa en prosa literaria.

Pero, si bien las manifestaciones de la esquizofrenia en el habla son un fenómeno real, Figueroa critica esta categorización: “no se es poeta simplemente por hablar hermética o desordenadamente; menos, porque un simple desorden cognitivo produzca objetos lingüísticos extraños que tienen una sonoridad fascinante (también las aves emiten sonidos naturales hermosos y no decimos que sean poetas o músicos).”

Tampoco es cierto que exista una “poesía esquizofrénica”: el padecer una enfermedad no necesariamente condiciona la forma de hacer arte. En el caso de los poetas que sufren de esquizofrenia, explica Figueroa, se esperaría que su estilo sea caótico, con poca consideración de las formas y métricas tradicionales, y con un contenido más bien visceral.

La realidad, sin embargo, es otra: en su artículo, Alicia Figueroa analiza el trabajo literario del poeta chileno Javier Fueyo, y llega a la conclusión de que su obra es resultado de un proceso intencionado y racional, alejado de las caricaturas del poeta loco. En sus poemas existe una articulación cuidadosa de las formas y contenidos, que se mantiene coherente y sostenida.

“Escribo porque me gusta

labrar fino la palabra

y como un abracadabra

doy mi métrica justa.

´No te afanes en tu estrofa´

me dicen los pesimistas.

Pero mi alma se alista

a versificarme en coplas.”

(Extracto de En defensa de la poesía de Javier Fueyo)

Y así como Javier Fueyo, existen diversos ejemplos de poetas de habla hispana que, aun padeciendo esquizofrenia, han cautivado a los lectores por su elaborada poesía. Autores como los españoles Leopoldo María Panero y Cristina Martín (“Princesa Inca”) han contribuido a combatir el estereotipo morboso construido en torno a otros personajes con esquizofrenia como el Divino Anticristo que, por la expresión delirante e inconexa en sus escritos, terminó siendo objeto de burla y considerado un personaje de culto.

El trabajo de Alicia Figueroa es relevante en la integración de las personas con esquizofrenia, pues barre con cargas culturales que fomentan la caricaturización y el sufrimiento de quienes padecen una enfermedad que ya es de por sí dolorosa. Y cuando se es excluido, lo que menos se quiere es ser un personaje de culto.

Como ella dice en las conclusiones de su artículo:

La buena poesía es ejercicio de cordura, no de enajenación. La naturalización de la relación entre la sinrazón y el arte poético no hace más que desvirtuar el valor del genio creador (…) Es cierto que los poetas necesitan de ambientes y estados de inspiración y concentración, a veces, excepcionales. Sin embargo, ellos solo son un apoyo, no una condición suficiente. Y, la mayoría de las veces, ni siquiera necesaria.”

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