Un grupo de chilenos ha pisado la cumbre de una de las montañas vírgenes más grandes del mundo, y bautizaron otra con el nombre de nuestro país y aquí, ¿alguien supo? El recuerdo icónico de Jordán, Lucero y compañía conquistando la cima del Everest (8.848 m) en 1992, quedó grabado en nuestros corazones como uno de los momentos más dramáticos y emotivos de la historia del deporte nacional, ¿pero después qué?

Fuimos en búsqueda de uno de los escaladores chilenos más destacados del momento, que acaba de completar con su equipo una hazaña que podríamos tildar de épica, y que los medios internacionales especializados en alpinismo, han celebrado con bombos y platillos. Hoy en El Definido los queremos celebrar, ¡porque también se merecen un lugar en nuestros corazones!

El Everest ya no implicaría un desafío deportivo

Andrés Bosch (29, ingeniero civil), Armando Montero (36, arquitecto) y Alejandro “Jimmy” Mora (39, ingeniero civil) compartían el mismo sueño: subir “un sietemil”, es decir un monte de más de 7 mil metros de altura, cuya cumbre nunca antes hubiese sido alcanzada por nadie. Sin ser cercanos, se dieron cuenta que aunando sus habilidades podían lograrlo.

Estudiando la icónica zona del valle del Karakorum (Pakistán), donde se encuentran famosas montañas como el K2 (8.848 m), encontraron un cerro que les llamó la atención porque implicaba un gran desafío vertical: elPraqpa Ri(7.134 m, aquí su ubicación exacta). ¿Y por qué un sietemil les parecía un logro en un mundo que ya ha conquistado la cima más alta de todas?

“Los catorce ochomiles son los más famosos, como el Everest y el K2, y son muy concurridos. Pero está bastante estudiado el tema, tu vas a una ruta y puedes contratar a una empresa comercial que te sube con sherpas, oxígeno y todo. Eso a nivel personal es un desafío súper interesante, pero son cosas que deportivamente ya no son valoradas, porque imagínate que la primera ascensión del Everest se hizo en 1953”, nos cuenta Andrés.

Hoy, la apuesta de los escaladores va por montañas más bajas, pero mucho más técnicas que los ochomiles, ya que implica encarar rutas vírgenes que presentan desafíos enormes como glaciares, paredes de hielo e instalación de cuerdas y tornillos.

La imagen noventera del alpinismo

Partieron rumbo a Pakistán el 11 de junio pasado, con madres y esposas con el alma en un hilo. Encararían el Praqpa Ri sin oxígeno para alcanzar la cumbre en el menor tiempo posible.

“La gente conoce el montañismo clásico: un equipo grande que iba a conquistar una montaña, subían, bajaban y ponía cuerdas fijas. Y para eso, necesitaban más gente y más equipo, entonces iban muy pesados y demandaba más tiempo”, dice Andrés. Además, subir y bajar tantas veces un mismo trayecto, como en la expedición de Jordán, aumentaba las posibilidades de, por ejemplo, ser víctima de una avalancha.

Hoy, la tecnología ha permitido que una cumbre pueda alcanzarse en 24 horas si se sube ligero, sin oxígeno, que puede pesar hasta unos 4 kilos.

Le pusieron “Chile” a un cerro virgen

Después de una travesía desde Islamabad (Pakistán) que duró más de 10 días e implicó buses, jeep y trekking, llegaron al campamento base, donde estuvieron 40 días para aclimatarse a la altura. Haber conocido la experiencia de un grupo alemán que había intentado la ascensión sin buenos resultados, fue de enorme ayuda.

Para entrenarse y también como un fin en sí mismo, los deportistas ascendieron un monte sin nombre que quedaba también en el Karakorum. Tenía 6.300 metros y la subieron en 24 horas. “Le pusimos Mirchi Peak, que significa ají o chile en urdu, la lengua nacional de Pakistán”. ¡Un cerro que ahora se llama Chile en medio de los Himalayas!

Atacando una cumbre inexplorada

Luego del Mirchi Peak, Armando Montero tomó la decisión de volverse a Chile.“No se sentía perfecto físicamente, andaba con una tos bien mala, y si no estás al 100% sobre todo mentalmente, es mejor no ir”, cuenta Andrés. Cambio de planes, habría que dividir el trabajo en dos y cargar más peso, pero seguía siendo un sueño factible.

Comenzaron la ascensión del Praqpa Ri en una primera jornada muy dura (de 4 am a 8 pm) y con grandes dificultades técnicas, hasta que por fin encontraron un lugar seguro para instalar la carpa.

Después de descansar un día, llegó el momento de “atacar la cumbre”: salir con lo mínimo para luego volver a la carpa. Partieron a las 11:30 pm, porque en la noche las condiciones son mejores en la montaña y una buena linterna todo lo suple.“Ese segundo día fue muy duro, la altitud era fuerte, no había aire, así que íbamos ultra lento, ¡ultra lento!, con mucha nieve honda”, señala Andrés.

Llegaron a la cumbre a las 10 am: “Fue en un día espectacular, nos tocó tiempo relativamente bueno y una vista increíble, veíamos el K2. Y no nos creíamos la cuestión, había salido todo como habíamos planeado”.

Perdidos y sin comida

Llegaron de vuelta a su carpa y el clima había empeorado, haciendo la visibilidad casi nula. Trataron de dormir pero estaban nerviosos, recordaban que en la madrugada deberían “rapeliar” (hacer descenso con cuerdas) una pared peligrosa, y en las condiciones del momento se hacía muy peligroso.

“Nos despertamos para comenzar a las 3 am, pero estaba totalmente nublado, no se veía nada. A las 9 am se despejó un poquito, desarmamos la carpa y al terminar se había nublado de nuevo. Pero como ya habíamos desarmado todo, dijimos ‘ya, vamos para abajo’. Y entonces nos perdimos, nos metimos por un lado que no teníamos que meternos. A las dos horas tomamos la decisión: ‘no, sabís que vamos mal, tenemos que volver a subir a nuestro campamento, que es el único lugar en donde podemos armar la carpa, y esperar otro día a que esto mejore’. Fue algo inesperado. Volvimos al campamento y no teníamos comida, la habíamos guardado en el campamento anterior, comimos unos dulcecitos y con la cabeza nerviosa, decíamos ‘chuta qué pasa si mañana no encontramos de nuevo el camino´. Pero por suerte a la mañana siguiente amaneció un poco más despejado, y logramos bajar”.

En dos días estaban sanos y salvos en el campamento base, anunciando con emoción a través de su teléfono satelital, que habían conquistado la cumbre virgen de un sietemil.

“La montaña ya no vende nada”

Andrés nos cuenta que al llegar de vuelta al campamento base, habían muchos escaladores de renombre esperando su turno para ascender otras montañas, gente que ellos admiraban mucho. Todos los felicitaban y ellos no podían creerlo. Desde entonces su hazaña ha sido muy valorada a nivel internacional, y han aparecido en medios especializados de países como Estados Unidos, República Checa, Italia, España y Argentina.

¿Y qué pasó con los medios chilenos en todo este tiempo? “La montaña ya no vende nada”, es la respuesta que nos da Andrés, pues mucha gente, por desconocimiento del alpinismo, no ve mérito en el ascenso de un sietemil. Pero hay una esperanza de que estos chilenos se lleven por fin el reconocimiento que requieren.

“Existe la posibilidad de que el próximo año nos nominen para el Piolé de Oro, que es como el Oscar del alpinismo. Pero yo no sé, hay que esperar. Si pasa eso, puede ser un gancho para que el común de la gente entienda, porque todos se quedaron con la imagen de montaña de los ‘90”.

Una conquista como ésta serviría para abrirnos los ojos a los chilenos, para que entendamos que el orgullo del deporte nacional no viene dado sólo por una pelota y once jugadores, sino también por un ramillete de deportistas que hasta arriesgan su vida para colocar nuestro lindo y picante nombre, en una de las cimas más altas del planeta.

Nombra algún destacado deportista chileno de disciplinas poco conocidas. Desde ahora… ¡ya!