Buenos días, ¿tiene un minuto para hablar de nuestras placas tectónicas? Aunque en este mundo de ritmos frenéticos parezca que la tierra bajo nuestros pies está en un profundo sueño (con algún ocasional eructito), las placas que sustentan nuestra civilización nunca han dejado de moverse. Y ni el calentamiento global, el fin de la humanidad o el tupé de Donald Trump, impedirán que lo sigan haciendo.
Recientes reportes de una fractura geológica que está ocurriendo en África, y que potencialmente significaría una separación del continente, son un recordatorio de que nuestro planeta está hecho de pedazos a la deriva, empujándose unos a otros y que lo que hoy vemos sobre su superficie es simplemente una captura de este preciso momento.
¿Cómo se proyecta el dibujo geográfico de nuestro futuro? ¿Qué continentes habitaremos (si no nos hemos extinguido aún)? El Definido te cuenta lo que indican las proyecciones científicas, sin bostezos de por medio.
Hace relativamente poco que tomamos en serio la idea de placas tectónicas. Aunque la teoría fue propuesta por primera vez en 1912 por el alemán Alfred Wegener, durante décadas fue tomada como una “idea tonta” en la que ningún científico “de verdad” trabajaría. Por cierto, fue el alemán el primero en utilizar la palabra “Pangea” para referirse al supercontinente original, que se habría fragmentado dando lugar a los continentes de hoy.
La teoría propone que la litósfera, la capa externa y rígida que cubre la Tierra sobre la que estamos parados ahora mismo, está quebrada en pedazos (las placas). Estas placas no son estáticas, sino móviles debido a la presión de magma caliente generado desde el núcleo y a la fuerza de gravedad que también hace lo suyo. La actividad volcánica, terremotos y las cadenas montañosas, vendrían siendo manifestaciones de las interacciones que ocurren entre ellas.
Para ser justos con los geólogos de esa época, la primera versión era un borrador de la teoría que conocemos hoy y tenía varias lagunas que Wagener nunca pudo explicar. Tampoco ayudó el hecho de que muriera congelado en Groenlandia en 1930.
Con el tiempo, nuevos datos fueron siendo recolectandos y analizados por geólogos, añadiendo más evidencia a favor de la teoría, hasta que, hacia finales de los 60s, se logró el consenso científico. Fue la “revolución de las placas tectónicas”, porque significó un cambio de paradigma total que nos ha ayudado desde entonces a entender muchos fenómenos, como los terremotos y las erupciones, que antes eran poco menos que magia.
Así como de Pangea llegamos al dibujo continental que tenemos hoy, las placas seguirán moviéndose y reaccionando entre ellas hasta el fin del planeta. De hecho, cada año se registran desplazamientos de las siete placas tectónicas mayores y de las diez menores. ¿Qué tanto se mueven?
Luis Fonsi y Daddy Yankee tienen la respuesta. Cada placa tiene su ritmo que, además, puede variar año a año. En promedio, hablamos de un desplazamiento anual de 4 centímetros, con máximas de hasta 15 centímetros en casos particulares. Aunque parezca más lento que capítulo de los Supercampeones, algunos estudios científicos estiman que son las velocidades más altas en los últimos 2 mil millones de años, aunque también existen investigaciones que arrojan lo contrario. En cualquier caso, se mueven tan lento que la única forma de ver cambios notorios en la posición de los continentes, es saltar varios millones de años.
En el área de la geología especulativa, destaca un nombre por sobre todos: Christopher Scotese. El geólogo de la Universidad Northwestern, en Estados Unidos, es conocido por sus modelos de Tierras futuras que llevan cerca de 20 años dando vueltas en la web.
Aunque las predicciones geológicas siguen siendo estimaciones susceptibles a muchos fenómenos, algunos de los cuales quizás aún desconocemos, la estabilidad y claridad de patrones permiten a los científicos lograr proyecciones mucho más fiables que, digamos, las biológicas.
En una entrevista con el New York Times en 2007, Scotese explicaba que pronosticar el dibujo terrestre en 50 millones de años, no es menos exacto que viajar por la carretera y calcular dónde estarás en 10 minutos. Recordemos que la Tierra tiene más de 4.500 millones de años, por lo que 50 millones es una proyección equivalente a poco más de una centésima del total.
Los continentes, por ejemplo, seguirán “flotando” gracias a su base geológica mucho más liviana que la corteza oceánica. Cambiarán su forma, sin duda, pero seguirán allí. Predecir, en cambio, las zonas de subducción (cuando una placa se hunde bajo otra) y su impacto, es más complejo.
En el siguiente gif, se observa la proyección de 50 millones de años:
Aunque las formas se mantienen relativamente distinguibles, hay muchísimos cambios.
Sudamérica se moverá hacia el noroeste, alejándose de la Antártica (que de todas maneras comenzará a girar hacia el norte) y ampliando el Atlántico. África cerrará finalmente la distancia con Europa, eliminando el Mediterráneo y el mar Rojo en el proceso. Australia también colisionará con el sudeste asiático.
Para los estadounidenses, el movimiento de la Placa del Pacífico significará que Los Ángeles cortará casi 500 kilómetros de distancia para posicionarse justo al lado de San Francisco.
Pegándonos un gran salto hacia 250 millones de años, donde las predicciones ya se vuelven más aventuradas, es donde comenzamos a ver una figura nostálgica:
En este distante futuro, podemos ver la formación de una nueva Pangea que Scotese pensó alguna vez en llamar “Donutea” o “Bagelea”, por su semejanza a una rosquilla o bagel. Finalmente la bautizó como Pangea Ultima.
La Pangea Ultima, escribe Scotese en su sitio web, "se formará como resultado de la subducción del fondo oceánico del Atlántico Norte y Sur bajo el este de América del Norte y América del Sur”, algo que se observa de forma más notoria en los últimos 50 millones de años.
Sudamérica se habrá conectado con la punta sur de África (conexión Brasil-Sudáfrica, según los países de hoy), mientras que el norte de América lo hará con la costa oeste del mismo continente.
La Antártica habrá perdido hace rato su hielo, y se conectará con Australia para formar el extremo sureste del nuevo megacontinente. El mar atrapado en medio será lo que hoy conocemos como el Océano Índico. Curiosamente, a Nueva Zelanda parece importarle un comino el proceso, conservando su aislación marina incluso 250 millones de años en el futuro.
Más allá de su utilidad práctica (pues hay quienes postulan que nuestros años sobre este planeta están contados), es una muestra más del salto que ha dado la geología. Si hace 100 años se resumía a una competencia de quién encontraba la piedra más vieja, la revolución de las placas tectónicas significó una nueva nutrida base de evidencias y datos, que nos permite entender el entorno y los fenómenos que han moldeado nuestra existencia y la de toda forma de vida. Y bueno, echar un vistazo al futuro nunca deja de ser interesante.