Tu profesor se sienta y comienza a dictar una cátedra larguísima. Sólo quieres que termine la tortura, no puedes prestar atención y te arrepientes de haber salido de la cama para escuchar conceptos tan aburridos y engorrosos. ¿De qué me va a servir saber electromagnetismo si no estudiaré absolutamente nada relacionado a la física?, te preguntas.
El problema no es necesariamente la flojera o desmotivación, sino la forma en que nos enseñan: sin emoción y en un ambiente poco idóneo. Solucionar eso es la misión de la neuroeducación.
En palabras sencillas, la neuroeducación se encarga de estudiar nuestro cerebro, pero reuniendo principalmente a investigadores del área neurocientífica, psicológica y educacional desde hace cerca de 30 años ¿El objetivo?
Que la educación evolucione para ser enseñada como una ciencia y no a base de suposiciones. Aunque aún es una disciplina incipiente, si la comparamos con otras de mayor data, en poco tiempo nos ha iluminado sobre cómo se genera el aprendizaje y de qué forma podríamos mejorar su implementación.
Pero su propósito no es dar a conocer estrategias particulares y categóricas de enseñanza, sino que dilucidar qué resulta positivo o negativo para el aprendizaje de un alumno: “No existe un manual, o decálogo, y en caso de que alguien se encuentre difundiendo o traiga bajo el brazo el secreto milenario de la educación, no es más que una cortina de humo. El proceso de enseñanza y aprendizaje es un complejo constructo multidimensional”, dice a El Definido Michael Molina, educador diferencial y magíster en neurociencia cognitiva.
Al conocer de mejor forma el funcionamiento del cerebro, la neuroeducación ha determinado que es sumamente importante motivar a los alumnos a través de la emoción, curiosidad, creatividad, experimentación y el trabajo en equipo. Igual de importante es reducir el estrés tóxico, las clases largas y poco desafiantes.
Michael Molina nos explica que una clase entendida desde el punto de vista de la neuroeducación, se caracterizaría por atender a las diferencias individuales, actividades motivadoras que permitan acceder y mantener la atención desde la inquietud y no desde la imposición. Los profesores deben abordar temáticas de una manera innovadora, ya sea a través del uso de la tecnología o de propuestas que rompan la estructura del aula tradicional.
Por su parte, Carlos Garrido, profesor de biología e investigador en neuroeducación de Cerebrum, indica a El Definido que no solo por casualidad aprendemos mejor del “profe buena onda”. “Al sentir la confianza, y no percibir estrés tóxico frente a lo que hay que aprender, el alumno aprenderá mejor”, explica.
“Hasta ahora habíamos hablado de la memoria, la atención y la emoción, pero de forma desperdigada, sin darnos cuenta de cómo los códigos que trae el cerebro para aprender o memorizar son tan esenciales para la supervivencia, como comer o beber”, dice Francisco Mora, neurocientífico de Oxford y autor de Neuroeducación: solo se puede aprender aquello que se ama.
También explica que debería tomarse en cuenta una herramienta crucial en la educación temprana: la incorporación del juego dentro del aula. Según el autor, éste ayuda a conocerse y fomentar la curiosidad, por lo que aboga que las clases no deberían hacerse dentro de cuatro paredes, sino que optar por ambientes naturales y estimulantes. “Hay una poderosa influencia en factores tan importantes como la arquitectura del colegio el ruido, la luz, la temperatura, los colores de las paredes o la orientación del aula”, dice Mora.
Precisamente eso es lo que están haciendo las escuelas de Finlandia, el país con la mejor educación del mundo. Los alumnos estudian en edificios denominados open-plan o de espacio abierto. Estas son áreas de estudio flexibles y modificables, casi inimaginables si lo comparamos al modelo rígido generalizado del resto de escuelas a las que estamos acostumbrados. ¿Te imaginas estudiar en un lugar donde te puedes quitar los zapatos, tomar una silla para unirte a un grupo más grande y luego sentarte en un puff para seguir leyendo? ¡A Finlandia los pasajes!
Para que todo este conocimiento cobre sentido, debe aplicarse efectivamente dentro salas de clases. Pero éste no es un camino fácil: los investigadores deben tratar de aterrizar difíciles conceptos científicos para que puedan ser comprendidos por quienes no están relacionados al mundo de la ciencia, y también se enfrentan una rígida estructura de la educación, poco aventurada en realizar cambios.
Michael Molina nos explica que la neuroeducación podrá ayudar a los profesores “si conocen sobre el funcionamiento del cerebro humano en las diferentes etapas de desarrollo. La única manera de poder generar propuestas educativas que sean adecuadas a las capacidades y potencialidad de los estudiantes, es conociendo cómo funciona nuestro cerebro”.
Carlos Garrido agrega que hay que cambiar el actual paradigma dentro de la sala de clases: “Pareciera ser un vestigio industrializado. Tener sentado a un alumno, inmóvil en su silla, es del siglo pasado. Los nativos digitales no quieren escuchar a una persona que dicta una clase, quieren aprender haciendo”. Y agrega: “¿Cómo pensar que la escolarización de hoy en día es normal si hay niños que a los tres años deben ir a una entrevista para entrar a un jardín?”.
Por último, la neuroeducación también buscar comprobar teorías sólidas, por lo que ha desacreditado múltiples “neuromitos”, es decir, creencias científicas con poco sustento empírico. Algunos de ellos son:
-Comer pasas ayuda a la memoria.
-Aprender más de un idioma en los primeros años de vida genera confusión en los pequeños (es todo lo contrario).
-Los bebés y niños aprenderán mejor si escuchan a Mozart o música clásica.
-Los estudiantes deberían aprender según un estilo de aprendizaje específico (auditivo, visual o kinésico).
Otras dos de las teorías más arraigadas y descartadas por la ciencia es que utilizamos parceladamente el hemisferio izquierdo (analítico) del derecho (creativo): “La gente piensa que hay pedazos del cerebro que no están funcionando o lo hacen a un nivel muy bajo y se podrían despertar con efectos extraordinarios, pero esto no pasa porque al mirar la actividad metabólica del cerebro se observa que al hacer la mayoría de las cosas a diario casi todo el cerebro está involucrado”,explica Pedro Maldonado, del Instituto de Neurociencia Biomédica y Centro de Neurociencia de la Memoria de la Universidad de Chile.
La segunda es que usamos solamente el 10% de nuestro cerebro. "Mucha gente piensa: Tengo cien millones de neuronas y uso sólo 10 millones; si usara más sería como Einstein (...) Lo que sí sucede, es que mientras se activan ciertas áreas, otras quedan latentes, a la espera de actuar en otro momento”, dice Rodrigo Quian Quiroga, director del Centro para Neurociencias de Sistemas de la Universidad de Leicester.